Capítulo 4. Interesante

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Inosuke no sabía muy bien cómo debía proceder. ¿Debía llamar a la puerta, al timbre? ¿Gritar para que Tanjiro supiera que ya estaba ahí? ¿Abrir él mismo la puerta, y ya?

La verdad, era difícil encontrar un comportamiento adecuado para entrar en la casa del chico al que tenía intención de amargarle la vida. No era algo que hubiera hecho antes (ahora entendía por qué), además de que, en general, su conocimiento sobre relaciones sociales era bastante pobre.

Así que estaba ahí plantado, delante de la puerta amarilla de la casa de Tanjiro, vestido con sudadera y vaqueros, barajando las opciones. Había llegado bastante tarde a propósito, para intentar impacientar un poco a Tanjiro y con suerte mosquear a Zenitsu lo suficiente como para verlo lloriquear un rato. Y ahora, por culpa de eso, no estaba muy seguro de qué hacer. A lo mejor ya no le dejaban entrar. A lo mejor le abría la puerta algún familiar y le preguntaba: "¿Quién eres?"; a lo que Inosuke tendría que responder algo como: "Soy el compañero de Ganchito Quemado". Y eso sería horrible. ¿Admitir cualquier tipo de relación, aunque fuera puramente académica, con aquel gilipollas? No se le ocurría un infierno peor.

Casi esperaba que la puerta se la abriera el propio Tanjiro, en persona. Para ahorrarse explicaciones a terceros.

—Has llegado muy tarde —le diría Tanjiro, con los labios fruncidos—. ¿Quién te crees?

—¿Os habéis divertido jugando a las muñecas mientras me esperabais? —respondería Inosuke, probablemente.

Entonces Tanjiro lo agarraría y cerraría la puerta para poder acorralarlo contra ella. Podría ver la rabia contenida en sus ojos, por primera vez. Tal vez se pelearían ahí mismo. ¡Por qué no!

—Ahora nos podemos divertir nosotros —le diría al oído.

¿Qué?

Inosuke sacudió la cabeza y le dio una patada a la puerta.

—Joder.

La puerta se abrió sólo unos segundos después, sobresaltándolo. Mierda, la patada debía de haberse oído en el interior de la casa. Inosuke levantó la cabeza, encontrándose cara a cara con Tanjiro.

Llevaba puesto un jersey negro de cuello vuelto, ya viejo y un poco deshilachado, holgado, con las mangas recogidas a la altura de sus codos, dejando al descubierto esos antebrazos musculosos pero gráciles. Inosuke tragó saliva y retrocedió. Tanjiro, cómo no, le sonreía.

—¡Inosuke! —dijo. Inosuke odiaba que pronunciara su nombre con esa voz—. Menos mal, empezaba a preocuparme. ¿Te ha costado encontrar la casa?

Una voz dulce como la lluvia en verano.

Joder.

Inosuke gruñó algo y lo apartó para poder entrar a la casa, con las manos bien hundidas en los bolsillos de los vaqueros y la cabeza gacha. Tanjiro cerró la puerta y lo guio por un pasillo hasta lo que debía de ser el salón.

Allí esperaba Zenitsu, sentado en el sofá, de brazos y piernas cruzadas. También llevaba una sudadera, anaranjada, con un curioso estampado de triángulos blancos. Parecía molesto, pero le costaba bastante ocultar el miedo que sentía al mirar a Inosuke.

Sin embargo, este no le dedicó una de sus terroríficas miradas, sino que se sentó también en el sofá, en completo silencio, y no se volvió a mover. Tanjiro y Zenitsu se miraron.

—Bueno, hm... —Tanjiro se sentó en una silla que previamente había acercado al sofá. Tenía una libreta en las manos. Unas manos grandes, fuertes, pero de apariencia suave como la seda. Inosuke sólo podía verle las manos, pues se negaba a levantar los ojos—. Zenitsu y yo hemos estado pensando en algunas cosas para el trabajo, mientras te esperábamos. Mira, hemos apuntado ideas...

¡No te rindas, Inosuke!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora