«'Cause I don't wanna move
I don't wanna do anything at all
I just wanna be here with you
We'll fall into the grooves to the place we can be anything at all
I'll never not be right here with you
Don't you ever leave
I'll never leave you»
Nocturne
SuffererItachi decía que los cumpleaños eran días especiales. Para él, cada año de su vida era experimentado y construido por un Itachi diferente, uno que nacía y otro que moría el día de su cumpleaños. Dos semanas antes me había dicho que conocería a otro Itachi y que tendría que despedirme del actual, porque no serían la misma persona, sino que solo compartirían el mismo cascarón.
Ese domingo fue nueve de junio, ese domingo moría el Itachi de veinte y nacía el de veintiuno. Para mí, ese nueve de junio fue todavía más importante que los veinte anteriores. Tal vez porque en países como Estados Unidos significaba la mayoría de edad y eso quería decir que este nuevo Itachi entraría de lleno a la vida adulta, dejando atrás cualquier vestigio de adolescencia que pudiera quedar en sus ojos transparentes, como las tristezas y las malas experiencias. O quizás simplemente creía que era el más importante porque sería el primero en el que le acompañaría.
El primer y único cumpleaños en el que le acompañé.
En junio, la primavera llega a su fin, al menos en Japón. Por aquellos días, mi estación favorita empezaba a despedirse, aunque aún quedaban retazos en el paisaje, en las calles, en las flores y en la brisa cálida que me acariciaba el rostro. Ver las flores de cerezo decorando las calles siempre me ha transmitido una sensación de calma, una casi tan parecida a la que solía sentir cuando me acurrucaba en el hombro de Itachi y cerraba los ojos para simplemente escucharlo y sentirlo respirar, ahí tan cerca de mí. Siempre me pareció que escuchar algo tan humano como su respiración viniendo de un ser sublime como Itachi era una extravagancia que solo yo había tenido el placer de disfrutar.
Solía intentar recordar esa sensación con respecto a la primavera, pero después de mil intentos fallidos me resigné a que, ahora, la primavera siempre estará teñida de melancolía y añoranza para mí. Sobre todo, los nueve de junio.
Aquel nueve de junio, recorrí los mismos callejones de Tokio que siempre había caminado. Giré en las mismas esquinas y saludé a los mismos gatos callejeros con un par de latas de atún. Sin embargo, era la primera vez que caminaba con mi guitarra colgando del hombro. También me detuve en un par de tiendas a las que no solía entrar y pagué por cosas que antes no había comprado nunca: un pastel y dos velas, una del número dos y otra del uno. Aunque obviamente no dejé de comprar también la familiar botella de sake que solía acompañarnos cada domingo.
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Mar | ShiIta
أدب الهواةAl gato que nos unió en verano le nombraste como al mar, no sé si por las costas de Hokkaidō o por su inmensidad. Yo creo que por lo segundo. Al fin y al cabo, el significado que tuvo aquel felino en tu vida fue inmenso, más de lo que yo pude llegar...