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Ethan soltó un suspiro, no había suficiente dinero para cargar con todas las cosas que tenían en ese momento; aunque eran pocas, habían significado un pequeño sacrificio tanto por parte de su esposa, como de la suya

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Ethan soltó un suspiro, no había suficiente dinero para cargar con todas las cosas que tenían en ese momento; aunque eran pocas, habían significado un pequeño sacrificio tanto por parte de su esposa, como de la suya.

Odiaba venderlas, pero no quedaba otra. Victoria no le permitiría cambiar de planes, llevaba una semana tratando de hacerla cambiar de opinión, de no mudarse con resultados infructuosos.

— ¿Estás segura? ¿Realmente quieres dejar la vida en la ciudad, para vivir en un pequeño pueblo?

— Lo estoy Ethan, lo estoy. Cualquier lugar es mejor que vivir aquí.

Lo peor es que tenía razón, no había futuro para ellos ahí en la ciudad y mucho menos para su hijo o hija.

— ¡Listo! Hemos acabado de subir todo. Aquí está el pago por todo lo que nos estamos llevando.

La voz del hijo del carnicero lo sacó de sus divagaciones, haciéndolo volver a la realidad y ver cómo el pequeño cuartucho, que por más de cinco años habían llamado hogar, ahora estaba vacío.

— Por fin han terminado.

— Si por fin lo han hecho.

— Bien, porque en dos horas saldrá el autobús que nos llevará a nuestro nuevo hogar.

Ethan no pudo evitar reír y atrapar a su esposa entre sus brazos.

"¿Cómo no amarla?"

Se preguntó; solo para darse cuenta de que pese al tiempo que tenía a su lado, no podía amarla, no de la manera que ella se merecía, le quería, sí, le tenía un gran cariño, pero no amor.

Se sintió miserable por no ser ese hombre que Victoria merecía, por no ser normal, por ser una basura de humano, tan amoral.

— Entonces es momento de irnos.

La apartó de su lado, tenía que hacerlo, se sentía indignó, avergonzado por el secreto que lo atormentaba, su secreto. Un secreto que sí ella llegaba a saber, lo más probable era que lo aborrecería y lo odiaría. Nadie más que él y por supuesto la otra persona debían de saberlo.

— Sí, creo que es la hora.

Notó la incomodidad con la que se alejó dándole el espació que necesitaba, eso solo lo hizo sentir aún más culpable.

Se apresuró a tomar las petacas de ambos, antes de que ella tratara de preguntar e indagar que era lo que le había molestado. Si supiera que no era molestia lo que sentía, más bien lo que tenía era pánico de regresar, de volver a esa granja, de revivir todo aquello que vivió ahí de nuevo, pero sobre todo, de volver a reencontrarse con esa persona. Estaba aterrado.

El pueblo cercano a la granja que heredo era un lugar pequeño, un lugar donde todos sabían de todos, dónde si el marido de la señora Callaway se caía por andar ebrio se sabía, y todos chismorreaban sobre el incidente y ni que decir cuando ocurría algo moralmente cuestionable, como lo que sucedió con el señor Pierre, dueño de la única panadería del pueblo y fue descubierto in infraganti con la hija más joven de Gerald, el carnicero, en una situación por demás comprometedora, no solamente hablaron mal de la hija de Gerald, también de la esposa de Pierre culpándola y señalándola por algo que no era su responsabilidad, sino del infame de su marido.

Regreso a la colina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora