Me acuerdo que cuando decidí el dejarte ir estaba en mi habitación 025, recién recuperada de mi inminente muerte, causada por mis problemas e ilusiones, de un corazón iluso como el mío.
Anna, tan alegre como la recordaba, estaba abrazada a tu torso, mientras reía como una niña pequeña, feliz de verme bien, de verme lo que aparentaba ser viva, aún cuando ya estaba más que muerta.
Ese día, Anna, mujer bella de tez morena, llevaba su hermosa melena de color castaño y puntas rubias recogida en un moño hermoso que hacia ver su cara más delicada.
Ese día quise ser ella.
Los rayos de sol que entraban por la ventana daban a unas flores de tallo verde que hacían una constelación de diferentes verdes en el suelo, verde claro, verde oscuro, verde pastel, verde mate... un lio de colores, un lio como el de mis pensamientos, porque ese día estaba dispuesta a dejarte marchar, pero sin la valentía de poderte hablar.
Llevaban toda la mañana de aquel marzo verde fuerte conmigo y rápidamente la tarde llegó con una dulce despedida color verde pastel, pastel porque la despedida no fue fuerte, no fue dura, al menos no para la cansada yo de ese marzo, Johan, hombre de gran corazón y hermosos ojos jade, se había ido antes que vosotros, él, al igual que yo, se sentía fuera de lugar junto a ustedes, pareja que parecía de enamorados, quizás lo estuvisteis, nunca lo llegué a saber, supongo que sí, al fin y al cabo, te casaste con ella.
Cuando se estaban llendo, juntos, a la misma hora, dejándome sola, yo ya estaba otra vez en la cama de aquel hospital, preparada para soñar contigo, y con una mejor yo, menos fea y más delgada, más perfecta para ti.
Anna estaba detrás de la puerta en aquel pasillo con más habitaciones diferentes, con más pacientes, porque como tú pediste, nos dio un tiempo a solas, conmigo, como en un principio, nunca me olvidé, tú y yo, yo y tú, juntos.
No me hablaste y no te hablé, nuestra relación, o lo que sea que fuera eso que teníamos, se basaba en miradas, miradas y pensamientos que nunca serían dichos, pero que tanto tú como yo, ya sabíamos y compartíamos, me acuerdo como me miraste y como yo lo hice después de ti, entonces, sabiendo que nuestra despedida estaba cerca, las ganas de llorar llegaron tan de repente que mis ojos se cristalizaron, entonces lo supe, no te podía retener por más tiempo, así que con una pequeña sonrisa cansada, que denotaba mi mayor tristeza, te di un asentimiento, dando a entender que lo entendía y que tú ya no eras para mi, nunca lo fuiste, vi como tú alegría color verde, se volvía verde oscuro, porque en verdad el verde nunca fue alegría, fue realidad, un golpe verde de realidad, y dependiendo de su tonalidad el golpe era más suave o más duro, pero era un golpe y siempre iba a doler, me abrazaste, como nunca antes lo habías hecho y antes de irte dejaste aquella nota en la mesa de al lado, para que la viera y pudiera leerla, después de eso te fuiste a paso lento, pero tan rápido que mi valentía no salió a tiempo para llamarte, a lo mejor, no la dejé salir yo, te alejaste y saliste por la puerta de mi habitación 025, aquella habitación que guardaba nuestro último encuentro.
Siempre recordaré como me sentí:
Verde avalancha.