Cuando te recordé, no pensaba hacerlo así, ni llorar al recordarte, pero de todo podía pasar.
Todo acabó en abril, un abril soleado y solo, un abril marrón oscuro, porque no tenía sabor y porque el marrón nunca significó alegría, significó remplazo.
Había decidido dejarte ser feliz, feliz pero no conmigo, porque yo no significaba lo mismo que felicidad, yo era tristeza disfrazada, por eso había decidido que debía ir Anna... Anna, tan perfecta y bella, tan sincera... todo lo contrario a mi, ella era perfecta para ti y yo, yo solo era un ideal.
Aún así fui, fui y vi como Anna entraba y te decía lo que yo le conté a ella, vi como tu expresión cambiaba y como me odiabas, porque nadie me podría amar nunca tanto como tú lo hiciste y yo, yo te rompí, vi como me olvidaste, dispuesto a dejarme ser, ser, pero no libre, vi cuando os levantasteis y os fuisteis, vi como te dije adiós, vi como me despedí para siempre, del que posiblemente sería el amor de mi vida.
Pasé sentada en esa mesa, alejada de la que nunca fue nuestra, el resto de la noche, esperando un poco de amor, amor que esa noche no encontré, y cuando ya se hizo la hora de ir a casa, pero no a nuestro hogar, porque yo había perdido el mío esa noche marrón oscura de ese abril marrón oscuro, estaba caminando, sola, mientras lágrima tras lágrima bajaban por mis mejillas, sabiendo que esto era lo mejor, lo mejor, pero no para mi, para ti, porque siempre fuiste tú y después yo y los problemas de mi mente que en la noche se transformaban en las más horribles pesadillas, pesadillas que no te podía dejar tener a ti también.
No sé si esa noche me llegué a arrepentir, pero días después lo hice, cuando lo conocí, pero no eras tú, y no quería a alguien que no fueras tú, pero te había dejado marchar de nuestro lugar y ahora me tenía que ir yo.