Capítulo 5.

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Jaemin despertó con un suave viento de verano acariciando su espalda desnuda. No sentía frio alguno, ya que la mitad de su cuerpo estaba cubierto con una delgada pero cálida frazada. Abrió los ojos despacio, deleitándose con la vista directa que tenía hacia el balcón. Sentía el cuerpo algo adolorido, y el calor no se había ido por completo, pero su ser estaba en un extraño estado de paz.

Una firme mano acarició su espalda con suavidad.

-Buenos días.

Jaemin observó a Jeno con seguridad, antes de bajar la mirada, avergonzado. No se suponía que debiera mirar al rey así, incluso si él hubiese tomado su pureza.

-Buenos días, mi señor.

-No -dijo Jeno con firmeza, antes de levantar su cabeza empujando suavemente su barbilla con un dedo-. Deseo que me observes a los ojos, por lo menos el tiempo que pasemos juntos en mi habitación. Desayuna conmigo.

Y se retiró de su lado, dejando a Jaemin mareado y confundido.

Cuando trajeron el desayuno, Jaemin se encontraba vestido con la camisa que Jeno había utilizado el día anterior. Él señaló a su lado, junto a la pequeña mesa de desayuno que se encontraba junto al balcón, y Jaemin se sentó allí.

Desayunaron casi en completo silencio, el cual solo era interrumpido por el rugir de las olas en la distancia, y pequeñas frases que Jeno soltaba para hacerlo sentir más cómodo.

-Ven aquí -encomendó Jeno golpeando sus piernas suavemente.

Jaemin obedeció de inmediato.

-Deseo pasar los días que dure tu calor, junto a ti -confesó.

-Si eso es lo que mi señor desea, entonces que así sea -susurró Jaemin.

Ya le había entregado a Jeno todo lo que tenía, entregarle algunas de sus noches no cambiaría más que la posibilidad de engendrar un hijo. Era una opción que lo beneficiaría.

Jaemin se levantó bruscamente ante la sorpresa de Jeno y señaló el piano que estaba escondido en un rincón del lugar.

-¿Puedo tocar algo para usted, mi señor?

Jeno asintió algo confundido, y siguió a Jaemin en su camino hacia el piano.

Jaemin no tardó mucho en hacer memoria, y tocar aquella pieza que se había aprendido de principio a fin, cuando con su madre tenían una tarde libre.

Jeno intentó decir algo, pero fue cortado por la dulce voz de Jaemin, aún más dulce que su delicioso aroma. Jeno sintió que su corazón explotaba. La voz era tan dulce y melodiosa, que con facilidad podía haberlo hechizado.

Jaemin mantenía los ojos cerrados, no solo en concentración, sino también por vergüenza. Nunca, nadie más que su madre, había oído como tocaba el piano, mucho menos su voz. Jeno era el primero, y sabía que debería sentirse como una exhibición, un espectáculo para el rey. Pero él solo podía sentir sus ojos recorrerlo con admiración, y eso lo hacía sentir completo.

Jeno se apoyó con suavidad en la espalda de Jaemin y acarició su cabello, mientras las últimas notas salían del piano. Se inclinó hacia abajo y unió sus labios por un breve instante.

-Ha sido increíble -afirmó.

-Gracias, mi señor.

-Me gustaría oír la historia detrás de tan habilidosas manos.

Jaemin, por primera vez, lo observó a los ojos sin bajar la mirada. Jeno parecía satisfecho con ello.

-Mi madre me enseñó esta pieza.

Jeno se sentó a su lado y lo observó con interés, instándolo con la mirada, a que continuara.

-Ella y yo solíamos sentarnos en nuestro piano, las tardes en que las tareas del hogar parecían acabarse antes de lo esperado, y practicábamos hasta que me dolían los dedos -una suave sonrisa adornó sus labios-. Ella lo habría aprendido de su madre, y mi abuela de su madre. La mía no tuvo hijas, pero su hijo menor era un dulce omega que se quedaría en casa con ella. Entonces me enseñó todo lo que hay que saber sobre la música.

Jaemin no esperaba tanta liberación de palabras, pero era como si todo su ser, necesitara una caricia del pasado.

-¿También fue ella quién te enseñó a cantar?

Jaemin negó y dejó caer su cabeza sobre el hombro de Jeno.

-Uno de mis hermanos, el más grande. Yuta, un alfa. Me enseñó todo lo que se tiene que saber sobre el canto, antes de partir con su esposo. No sé realmente a dónde fue, yo era aún muy pequeño cuando lo hizo.

-¿Entonces, solo tienes hermanos?

Jaemin no perdió la oportunidad de notar que la única intervención de Jeno era para preguntar y dejarlo seguir con su monólogo. Se preguntó si haría eso con todas las nuevas concubinas que llevaba a sus aposentos.

-Dos de ellos vivos, mi señor. Mi querido Yuta, y mi querido Jaehyun. Quienes partieron de nuestras tierras, y conservaron sus vidas.

Levantó la cabeza y volvió a observar a Jeno, quien tenía un gesto triste.

-¿Sucede algo mi señor?

Jeno lo abrazó contra su pecho y besó su cabello. Le dolería confesar que su tristeza nacía de la suya propia. Porque los ojos de Jaemin al hablar de su madre, hablaban por si solos. Hablaban de amor, de tristeza y de pérdida. Jeno se preguntó cuantas de sus concubinas habrían sufrido ese dolor, y sintió pesar en su corazón.

-No sucede nada mi precioso Jaemin -afirmó antes de acariciar su mejilla con suavidad-. Me anima saber que disfrutas la música. Haré que tus clases de la misma, sean las más largas.

-Gracias, mi señor. En verdad apreciaría eso.

Jaemin lo hacía. Si él no lo lograba, y entonces debía morir, prefería hacerlo habiendo vivido sus últimos días con plenitud.

-Permíteme llevarte a mi cama, una vez más -susurró Jeno contra su oído.

Y de nuevo, Jaemin sabía que no tenía otra opción. Pero la dulce y a la vez firme voz, engañó a su mente, y su cuerpo se relajó de inmediato.

-No hay nada en mí que no se le pueda permitir, mi señor. Si hasta mi vida le pertenece, mi cuerpo es claramente suyo.

Jaemin fingiría no ver la mirada triste de Jeno. Porque odiaba poder ver que la situación también le dolía. Que era de carne, huesos y alma. Que por mucho juramento que hubiera de por medio, matarlo, luego de tenerlo, sería una de las cosas más difíciles por las que tendría que pasar. Jaemin lo entendía, y sabía que cada día lo haría aún más.











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