Capítulo 12.

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Jeno le envió a Jaemin dos regalos. El primero, Renjun, un amable y dulce sirviente personal, para el que su primera labor fue acomodar la habitación al gusto de Jaemin. El segundo regalo, no tan amable, fue una larga capa negra, que lo lastimaba al solo mirarla. Él sabía que Jeno estaba rompiendo otra ley, y que no cualquiera podía usar capas allí, no a menos que fueras parte de la realeza o madre/padre de un príncipe. Jaemin no era ninguno de los dos. Sin embargo, como seguramente era deseo de Jeno, la usó en la ceremonia realizada para su hijo.

Jaemin no pudo despedir a sus padres como era debido, pero habiendo vivido ese horrible momento con su hijo, él realmente agradecía no haberlo hecho. Era demasiado el dolor que pesaba sobre su corazón. Y era aún más doloroso, observar el dolor en los ojos de Jeno, como se pegaba a su cuerpo en un fuerte abrazo, las lágrimas amenazando con rodar por sus mejillas. Las palabras de despedida, más que reconfortarlo, lo hacían sentir vacío.

Habrían pasado ya los tres días debidos de duelo, pero Jaemin no podía deshacerse de su ropa negra. Porque él aún estaba de duelo. Y así se vio por largos días y frías noches, abrazado a la oscura capa, enrollado en sí mismo sobre la amplia cama. Llorando, siempre llorando.

-Mi señor, debe comer algo. Necesita recuperar sus fuerzas.

Ese era Renjun, acariciando su cabello con suavidad. Que lo llamara señor, Jaemin sabía que tampoco lo merecía. Pero ya estaba allí arriba, no había nada que él pudiera hacer.

-No deseo comer.

-Por favor, mi señor -suplicó, su voz llena de genuina tristeza-. Sé que el dolor es insoportable, lo he vivido en carne propia. Pero necesita levantarse y comer. Necesita estar bien.

Jaemin lo observó con sorpresa, y buscó la mordida en su cuello. No la había notado al conocerlo, pero allí estaba. Entonces Renjun también había vivido aquello.

-¿Cómo superaste tanto dolor? ¿Cómo hicieron tú y tu alfa para aguantar y seguir adelante? -suplicó las respuestas mientras se sentaba sobre la cama.

-Mi señor, jamás lo superamos -confesó-. El dolor es eterno cuando se trata de un hijo, pero se aprende a vivir con ello. Se aprende a seguir adelante, y dejar todo en las manos de los dioses. Mi alfa y yo, tenemos ahora dos hermosos niños. Nunca olvidaremos a nuestro hijo, pero hemos aprendido a vivir con ese dolor.

Jaemin estaba llorando otra vez cuando envolvió sus brazos alrededor de Renjun, sorprendiéndolo.

-Siento mucho tu dolor -susurró.

-Y yo siento mucho el suyo, mi señor.

Jaemin comió, no mucho, pero al menos lo intentó. Y entendió cada palabra que Renjun le dijo, porque sabía que parte de su corazón jamás sería recuperada, que dolería para siempre. Pero necesitaba estar dispuesto a seguir adelante, porque su vida continuaba con los vivos, aunque parte de su corazón ya estuviera con los muertos. Tenía que seguir adelante, tenía que esforzarse por ello. Entonces podría ser feliz al fin.

( . . . )

Esa misma noche, Taeyong llamó a su puerta y sonrió, una sonrisa suave con bordes tristes.

-Su alteza desea verlo, mi señor.

Jaemin asintió y lo siguió en silencio hacia los aposentos de Jeno. No lo sorprendió notar que Jeno también llevaba sus oscuras ropas, aún sobre su cuerpo. Estaba sentado en la cama, con el rostro entre las manos. Jaemin se acercó a él, y arrodillándose a su lado, quitó las manos de su rostro para observarlo directo a los ojos.

-Mi amado Jaemin -susurró-. La culpa envenena mi alma.

-No hay nada por lo que mi señor debería sentir culpa -aseguró con firmeza.

-Si solo te hubiera llevado conmigo, si hubiese estado más atento al odio de MinJu. Quizá podría habernos evitado tanto dolor.

Por primera vez, Jaemin se atrevió a ser él quien uniera sus labios en un dulce beso.

-No es su culpa, mi señor. Nada de esto es su culpa. Sé que su corazón sufre tanto como el mío. Déjeme cuidarlo hasta que aprendamos a vivir con el dolor.

-No te merezco -susurró atrayéndolo en un abrazo-. No merezco tenerte a mi lado, y sin embargo, no deseo dejarte ir. No voy a dejarte ir nunca.

Jaemin tuvo que admitirlo, por lo menos en su corazón. Amaba a Jeno. Lo amaba profundamente, y deseaba con todas sus fuerzas, poder seguir a su lado.

Jeno lo recostó sobre la cama, y lo abrazó con aún más fuerza.

-Quédate a mi lado -susurró-. Eres mi luz, y mi cielo. Deseo poder ver tu hermoso rostro cada día de mi vida, porque sé que los dioses te han puesto en mi camino, para que nunca te vayas. Voy a darte muchos hijos, y voy a darte todo mi cariño. No eres mi favorito, Jaemin, eres el único.

El único que despertaba tantos sentimientos en él, por el único que era capaz de sufrir tanta angustia. Por el único que daría su vida, su reino, su todo.

Y se quedaron toda la noche en los brazos del otro, intentando dormir, haciéndolo de a ratos, sollozando en otros. Rezaron juntos, por su hijo y su descanso eterno. Jeno suplicó la bendición de los dioses para con su unión, que les permitieran ser felices. Jaemin pidió también por su familia, por la que no estaba entre los vivos, y la que deseaba tener en un futuro.












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