tres

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Él estaba en el paraíso.
La gota de sudor recorría toda su frente, hasta caer por el mentón. La clase de gimnasia había empezado hace dos horas, y esas dos horas fueron un infierno; pero todo intento tiene sus frutos.

El vestidor de hombres, para un chico joven aún en busca de su verdadera sexualidad, es como dejar perdido en una dulcería a un niño. Mori tragó en seco, no era alguien demasiado esquelético, pero a comparación de los demás chicos, su masa muscular era flaca, él es alto pero les llega hasta por los hombros. El equipo deportivo daba miedo, se sentía como un cordero acorralado de lobos.

Con las piernas temblorosas, esquivó la multitud de jóvenes que se asomaba alardeando, no entendía por qué tanto murmullo. Encontrar al peliblanco ahora era importante.

─ ¡Yukichi! ─ el alma se le salió del cuerpo por un momento, incluso jura oír las palabras del señor. Con cuidado de no ser aplastado otra vez, se escondió entre el cuerpo del ojiazul y el casillero, encerrándose ─ Dios santo, ¿Qué comen ustedes? Soy un espagueti aquí adentro.

─ no te lo niego. Salgamos afuera, el equipo de voleibol y de fútbol se está reuniendo, no es buena señal.

El pelinegro asintió, no sin antes echar un último vistazo a los robustos chicos a punto de empezar el pleito. Terminó siendo guiado por las manos del más alto, que lo llevaba apresuradamente.
Un ardor sobre su cuello lo incomodaba, era como si Fukuzawa fulminara con la mirada tal zona del menor, Mori prefiere no voltear más.

─ Sabés perfectamente que no puedo llegar al décimo abdominal. ─  la primera queja llegó a los oídos del más alto, correspondiendo con una mueca.

─ corrección, tercer abdominal, vas por el segundo y a penas empezó el calentamiento, ¿Quieres que continúe los tuyos? Empiezas a darme pena.

─ ¡Por fin me ayudas en algo! Sosteniéndome de esa forma parecía que deseabas moverte o algo así, es todo tuyo ahora. ─ Ōgai se sentó, las manos cálidas del ojiazul seguían aún estáticas sobre las rodillas de Mori, anteriormente habían recorrido sus muslos pero trató de no reaccionar. Las mejillas de Fukuzawa estaban discretamente rojas, por suerte fue desapercibido para el contrario.

Antes de que hubiera más reproches, Fukuzawa retomó su postura recta, recostándose a un lado del pelinegro y elevando las rodillas pegando las piernas, mientras el ajeno recargó sus manos sobre estas y equilibró el agarre para que el ejercicio sea más fácil.
La vista desde esa posición era espectacular, Fukuzawa lentamente levantaba su torso al unísono del conteo, sus brazos se colocaban detrás de la nuca, el aroma rozaba con Mori, incluso los rostros estaban cada vez más cerca.
Hasta que sus narices se separaron por milímetros. Los ojos magenta y los orbes azules con tonos plateados se reencontraron, un brillo particular en los ojos del primero.

─ veinte, terminaste. Voy al baño un momento, continúa sin mí. ─ Mori cortó aquella momentánea escena, levantándose y dirigiéndose a paso rápido donde aseguró ir. Desde lejos pudo escuchar el llamado de una voz femenina conocida, las mejillas del chico cada vez se enrojecían más.

¿El ardor en su pecho también era normal? Se sentía incompleto, insatisfecho, miserable por solo admirar y observar. Cruzar el telón del escenario, su actuación había acabado por un rato, se derrumbó en el baño. De milagro estaba vacío, o eso creía, en medio de su momento donde las lágrimas inconscientemente brotaban, otra figura alta lo espantó.

Era el mismo chico rubio de la otra vez, con sus iris celestes sedientos de curiosidad, aunque no era muy robusto, le ganaba a Mori. Llevaba el uniforme deportivo correctamente abrochado, entonces estaban en el mismo año. El menor limpió sus lágrimas rápidamente, con la voz algo quebrada interrumpió su propio momento de desahogo.

─ ya me voy, lo siento. ─ incluso huir le era difícil, fue detenido por el adversario, torpemente sostuvo de su hombro.

─ ¿Estás bien? Si lloras porque te genere alguna inseguridad por mi absurda confusión, estás en tu derecho de golpearme. ─ Mori rió, si bien le pareció tonta aquella conclusión, le simpatizó.

─ no es por eso, y perdón por ese pisoteo, me avergoncé.

─ huh, aceptaré tu disculpa si me dices tu nombre. ─ Mori rodeó los ojos, terminando de limpiar sus lágrimas, el pensamiento intrusivo de rechazo romántico fue temporal, como siempre.

─ Mori Ōgai, ¿Me dirás el tuyo o serás un cliché anónimo?

─ me gusta la segunda opción, pero siendo modernos; me llamo Francis Fitzgerald. ─ el menor abrió un poco los ojos impresionado por el nombre, no por su origen extranjero, sino por la pronunciación que este le daba. ─ si fuera poco, también me llamo Scott Kay.

─ Te diré Fitzgerald, y no seamos modestos, agradecido de conocerte. ─ sonrió, su cabellera fue despeinada por las yemas del rubio, correspondiendo la sonrisa.

─ me alegra de que estés mejor, cuando estés libre ven a buscarme en la biblioteca, me gustaría conocerte más a tí y el instituto. ─ oh, ahora todo conectaba, Francis es el tan nombrado chico de intercambio, que fascina a las femeninas con su tez blanca, tono rubio y acento americano, como si fuera poco, el aire de ser adinerado lo erradiaba en cualquier momento.

─ Creo que-

La puerta se abrió repentinamente, asustando a ambos chicos, especialmente al más bajo con tan solo ver de quién se trataba.

─ Ōgai. ─ el nombrado tembló, mientras Fukuzawa analizaba la situación, y al desconocido, su mirada era descontenta pero forzó una reacción neutra ─ interrumpí, lo siento, pero él está en clase, no se escapará.

─ uh~ bueno, me voy. Nos vemos luego ratoncito, guardaré tu secretito. ─ se inclinó un poco para poder susurrar sobre su hombro, por último marchándose.

Un sabor amargo invadía el paladar de Fukuzawa. Mori solo lo miró inocente.

─ ¿Qué? Vamos, el profesor nos castigará.

─ ¿Quién era él? ─ Mori no respondió, solo tomó de su muñeca y lo obligó a caminar, mientras las preguntas del más alto seguían siendo transmitidas como bombas. El pelinegro suspiró, ¿Cómo alguien podía ser tan introvertido pero extrovertido a la vez?

Aún así, a pesar de que en su momento de debate íntimo, el rubio le hizo mucha compañía. El perfume se devolvió a su nariz, le parecía atractivo, pero no podía intercambiar tan rápido el sentimiento. Mientras tanto, otro chico no dejó pasar desapercibido una actitud pensativa y poco lúcida, apretó la mandíbula fluyendo un ardor en sus venas.

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