¿Algún momento en mi vida...? Si. De hecho si. Mi infancia fue casi maravillosa, casi hermosamente perfecta. Aunque fueron pocos, los malos momentos fueron tan oscuros que en ocasiones opacaban lo maravilloso de mi infancia. Fue esa oscuridad la que no permetió ser feliz y la que me adyuvó a cometer errores; en lo que respecta a mi infancia y adolescencia, a las personas a las que más les debo disculpas son mis padres. Los trataba mal, hacía berrinches, los amaba pero no lo demostré tanto como ellos sé lo merecían y me maldecía a mi mismo por eso ¡Mientras les decía barbaries en momentos de enojo, en mi mente me pedía callar, parar, no pensaba eso realmente, pero no podía parar porque llegaría el momento donde tendía que revelar la oscuridad que me perseguía, y no quería eso, tenía miedo! La caída de mí mascará fue a los 20 años ¡Si, un poco tarde! Todo se juntó para que sucediera: murió mi hermano mayor, se descubrió mi oscuridad, comencé a asistir a terapia psicológica, casi muero en un altercado de bandas criminales; todo esto en dos semanas. Cada uno de esos días los sentí pasar como si fuesen meses, pues no solo estaba derrotado emocionalmente, sino que también reflexione horas sobre mí, lo que había hecho con mi vida hasta ese momento. Después de estos sucesos vino a mí y me empapo la alegría de vivir como solo la vida misma puede hacerlo, días maravillosos viví durante los siguientes nueve años, hice las pases conmigo mismo y ¡Con mis padres! Termine mis estudios, empecé a trabajar, inicie mi primera relación formal y duradera, me casé, ¡Me volví papá...! Y creí con todo mi corazón que así sería el resto de mi vida; pronto me di cuenta que no; todo se vino abajo, una vez más la vida me mostraba el horror de su aleatoriedad. Recuerdo caminar un sendero desolado, ver al cielo y sentir odio, repugnancia y decepción. ¡A mi hija le detectaron una anomalía en su corazón cuando tenía diez años de edad, a mi esposa le detectaron cáncer de huesos y mi madre había fallecido poco antes! ¡¿A quien culpas cuando no hay a quien culpar de tu desdicha?! ¡¿A quien reclamas cunado nadie hizo nada?! En ese momento entendí que la vida no tiene sentido, que cuando parece que te otorga una asa de la cual aferrarte te la quita bruscamente. Todas nuestras fuerzas son inútiles contra el dedo índice de la vida, contra su vista ciega, sus elecciones al azar. Me vi en un lugar tan oscuro y solo que si encendiera un fósforo apenas y se iluminaría mi rostro, pero nada más.
Mi caída no fue al alba, pero en definitiva fue una caída; te dejo adivinar ¿Qué crees que paso? Así es. Mi caída fue tan profunda y denigrante que necesite el suero de los mediocres para reforzar la asmita de mis ojos... Tanto como para olvidar el porque inicie en primer lugar. Me uní al inmenso club de los imbéciles. En una ocasión dije: "Lo sostengo. Yo nunca he consumido alcohol; no se le puede considerar a aquel como mi Yo; nunca es él, el hombre que paso de estar en la caída a llegar al fondo de la misma ¡No, no puede!" O quizá si, quizá es mi vergüenza que fabricó mi negación... Cuando me concentro en este discurso pienso ¡MENTIRA! ¡EXCUSAS! Así que sí, me avergüenzo no solo de mí caída, más aún, de lo que hice; lo acepto ¡HICE! De lo contrario negaría lo básico: siendo es que se es. Yo, pido disculpas.
¡Ah, joven amigo! No te conozco, pero conozco a la vida; no sé que cosas buenas o malas has hecho, pero, aunque sé que es imposible ¡Ojala la vida no te haga caer! Y si lo hace, que al menos no sea tan severa.