Zona 0

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- ¡Mierda! - grité. Se me había caído la lentilla. Otra vez. La señora de la óptica me dijo amablemente que me tranquilizara, pues no quería que me viniera otro arrebato como el día anterior, día en que casi reviento las lentes contra la pared.

- Tienes que tranquilizarte Juan, por más que te enfades la lentilla no va a entrar más fácilmente. Respira hondo. - me recomendó.

Inspiré profundamente. Expiré. Lo volví a intentar. La lente estaba a punto de hacer contacto con mi globo ocular cuando de golpe se oyó un grito tan fuerte que hizo que la lentilla se me cayera al suelo. Maldije por lo bajo y recogí la lentilla. ¿Qué estaba pasando?

Salí con la oculista de la sala dónde nos encontrábamos para probarnos las lentillas y antes de que pudiera dar un solo paso más me quedé rígido cual cataléptico. La puerta de la óptica estaba abierta. Un hombre estaba en el suelo impidiendo que la puerta se cerrara con su cuerpo. O más bien debería decir la mitad su cuerpo. El individuo estaba partido por la mitad, con las entrañas saliéndosele por la brutal herida que había padecido. Todavía se podía ver como su tronco chapoteaba casi imperceptiblemente sobre un viscoso y oscuro charco de sangre. Y eso no era todo. Detrás de él había... algo. Parecía humano pero estaba seguro de que no lo era: le faltaba el antebrazo derecho, tenía el pie izquierdo doblado en un ángulo imposible y tenía la cara muy blanca y con las venas marcadas de un color verdoso. Sus ojos eran de un azul tan claro que casi parecían blancos y sin pupila. Estaba manchado de sangre y la ropa que llevaba estaba desgarrada por todas partes.

Ese ser se acercó a nosotros lenta e inexorablemente y cuando llegó hasta dónde se encontraba el pobre moribundo se dejó caer sobre él y empezó a comérselo. Mordisqueó primeramente su cuello, arrancándole la yugular y haciendo que saliera un chorro de sangre que salpicó a ese monstruo, que pareció no darse cuenta y siguió comiendo, poco a poco. El pobre muñón que quedaba en el suelo de lo que había sido un hombre exhalo casi imperceptiblemente su último aliento y murió al fin. Antes de que haya acabado de comérselo completamente dirigió su mirada hacía nosotros dos.

Yo estaba completamente estático, con los pies clavados en el suelo y los ojos abiertos como platos. Entonces algo se rompió dentro de mí y de golpe sabía lo que tenía que hacer. Lo que debía hacer. Cogí por la muñeca a la oculista que todavía estaba con la boca abierta y la obligué a andar hacía puerta. Cuando vio dónde la estaba llevando se agitó e intentó zafarse de mi zarpa, pero yo no la soltaba. Cuando llegué a la altura del recién muerto me encontré con que aquella abominación había tropezado con el cadáver y yacía en el suelo, pero que en poco tiempo volvería a estar en pie. Sin aminorar la marcha fui hasta aquella cosa y le aplasté la cabeza contra el suelo. Se quedó inerte. Pasé por encima de él seguido por la mujer, aterrorizada.

Al llegar a la calle estaba temblando. Mi aplomo anterior había desaparecido completamente y quedo reducido a puro miedo. Alcé la vista y entonces me di cuenta de que la oculista se había alejado corriendo hacia quien sabe dónde. Lo que más me asustó fue el ver que la calle estaba vacía excepto por la presencia de dos o tres de aquellos seres abominables. Al ver eso empecé a estar aún más aterrorizado por la idea de estar solo.

Estuve un tiempo acurrucado contra una pared para que no me vieran "ellos". Estaba tiritando y no era por el frío. Cuando me serené un poco me levanté y me apoyé con una mano en el muro porque me estaba mareando.

Tenía que ir a buscar a mis padres. Debía avisar a todos aquellos que aún no se habían enterado de la terrible noticia. Debía avisarles de que no era una teoría, que ellos existían de verdad. Debía decirles que los zombies existían.

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