<<Quiero ser Valiente>>

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Leo se encontraba caminando al lado de Fray Godofredo, sujetando su mano para obtener el sentimiento de seguridad que tanto anhelaba; ambos regresarían a la antigua casa del pequeño a recoger sus cosas ya que de ahora en adelante quedaría a cuidado de su abuela y de dionisia.

Un silencio llenaba el ambiente, a pesar de estar cerca del pueblo, solamente se oían las hojas moverse lentamente al ritmo del viento.

Al llegar a su destino, ambos observaron la casa con detenimiento; varias personas del pueblo se ofrecieron a limpiarla en tributo a la fallecida señorita San Juan.

-Fray Godofredo -. Habló Leo ganado la atención absoluta de su acompañante. – ¿Fue mi culpa que mamá muriera? -.

Al levantar su mirada hacia el mayor, dejó a la vista sus ojos marrones a punto de soltar un mar de lágrimas.

Su pregunta sonaba tan inocente pero dolorosa a la vez. Él era solo un niño y perdió a una de las personas más importantes en su vida.

-Claro que no pequeño, no podemos culparnos de algo que ni siquiera considerábamos que pasaría. Sé que al inicio es difícil, pero debemos honrar el alma de aquella persona haciendo lo que ellas hubiesen deseado de nosotros-. Fray Godofredo trató de consolarlo dándole unas palmaditas en la espalda.

Los recuerdos comenzaban a llegar a la cabeza de Leo.

"-¡Cuando sea mayor, seré igual de valiente que los guerreros de los libros mamá! -."

La bella dama de pelo azabache rio con ternura.

"-Jeje, de seguro que lo serás mi amor, y yo siempre estaré ahí para darte ánimos de todo tipo-."

Leo limpió las lágrimas que ya habían abandonado sus ojos y volviendo a subir la mirada para dirigirse al mayor.

-Fray Godofredo-. El castaño dudó un poco antes de dar su declaración. – ¡Quiero ser un cazador de demonios! -.

El de pelo gris sonrió ante la determinación del pequeño.

-De acuerdo Leo, te ayudaré a lograr esa meta-.

A la mañana siguiente

-Leito ¿a dónde vas mi niño? Ni siquiera has desayunado-. Dionisia cuestionó al ver que el mencionado bajaba las escaleras a toda velocidad.

-Tengo que ir con Fray Godofredo-. Dijo él, apurado.

-Al menos llévese una donita mi niño-.

Con un suspiro Leo tomó el pedazo de pan glaseado, sabía que el insistir que no necesitaba desayunar con Dionisia sería una batalla que no podría ganar.

Al salir de la panadería se dirigió a la iglesia donde generalmente se encontraba con su ya futuro "entrenador", pero en cambio fue recibido por el mayor esperándolo fuera de esta.

-¡Fray Godofredo! -. Leo saludó desde la poca distancia a la que estaban para después detener su caminar.

-Me alegra que hallas venido Leo, ahora sígueme, iremos a tu sitio de entrenamiento-.

-¿No vamos a entrenar aquí? -. Preguntó el pequeño incrédulo.

-No vamos a entrenar dentro de una iglesia Leo-. Rio el señor Godofredo.

Con eso el de ojos marrones verdosos comenzó a dirigir el camino hasta llegar a una de las varias puertas dentro de la gran iglesia.

Al abrirla se pudo apreciar un gran jardín lleno de colores verdosos y con un solo banco que se encontraba debajo de un alto y bien cuidado árbol de glicinia.

La leyenda de los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora