Gatito

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Así que lo hago, porque tengo que hacerlo. Mi mano trabaja en mi polla, lenta
y duramente, como me gusta.

Me masturbo, con los ojos pegados a los del
guardia y los suyos a los míos. Ni siquiera me mira la polla, su mirada se funde
con la mía.

Es asqueroso. Me siento mal por lo que está pasando, las tripas se me eetuercen de vergüenza y malestar.

Pero, por supuesto, mi polla sigue dura.

Siempre está dura en los peores momentos.
En realidad, está palpitando, me duelen los huevos por la necesidad de correrme.

Utilizo mi mano izquierda para palmearlos. Eso lo atrae. Sus ojos caen por debajo de mi cintura, y mi polla palpita, carajo.

—Fóllate el puño. Más fuerte. —exige, con el ancho pecho moviéndose visiblemente al pie de la ventana.

—¿Te gusta mirar, maldito enfermo? —Respiro, aunque eso no me impide
follarme el puño, con fuerza, mientras él lo mira.

—Mmm... Sigue. —tararea antes de que sus ojos reboten hacia los míos—Dime cuánto lo odias.

—Odio esto. —gimo, y luego escupo en la palma de la mano para conseguir
algo de lubricación antes de que me queme la puta piel.

—Odias estar aquí, ¿verdad? —Su voz ondea en mí, a través de la puerta de
metal, desde el otro lado de la habitación—. Odias que te controlen...

—Sí... —Gimoteo, con los párpados caídos por lo bien que me siento. Pero un
fuerte golpe en la puerta hace que se abran de nuevo.

—Mírame, preso. —gruñe. Está tan cerca de la puerta que es casi como si él
fuera la puerta.

O no hay puerta.

Podría entrar aquí ahora mismo... Tiene el poder de hacerlo.

¿Lo haría? ¿Qué haría si entrara?
Ese pensamiento me produce un escalofrío de miedo que se posa con fuerza
en mi pecho. Ignorándolo, mi mano trabaja más rápido en mi polla mientras
observo sus ojos oscuros.

—No quiero esto. —jadeo, golpeando más fuerte mi polla—. Te odio.—¿Tú me odias? —susurra, con un tono francamente sucio, con la excitación goteando de su voz.

Se me ocurre que no puedo ver sus manos. ¿Y si también se está masturbando?

Se masturba mirándome...

—Eres asqueroso. —Me muerdo el labio.

—Mmm... sí. Me odias tanto, mierda. —sus ojos se dirigen a mi polla de nuevo.

Por alguna razón, cada vez que lo hace, esta palpita ante la atención—. No tienes
control, jimin. Estás indefenso aquí.

Mi nombre en sus labios suena extraño. Es inquietante, pero mis pelotas se
agarrotan por la necesidad de correrme, mi orgasmo se avecina.

Me levanto la camiseta para asegurarme de que no me corra en ella, ya que
sé que no voy a tener otra. Los ojos del guardia se dirigen a mis abdominales y
se relame los labios.

—Jodido maricón. —Disminuyo la velocidad, masturbándome
deliberadamente para sus ojos oscuros—. Te gusta mi polla, ¿verdad? ¿Quieres
venir aquí y tocarla?

Vaya... ¿de dónde salió eso?

Sus ojos encuentran los míos, y parece inseguro mientras el terror se apodera
de mi garganta. No quiero que entre aquí. No sé por qué he dicho eso. Sólo
intentaba burlarme de él, y se me escapó.

Prisionero de Tu Lujuria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora