Ella

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Hago una llamada con el Bluetooth y sólo medio timbre después, mi amigo
Kent está refunfuñando por los altavoces.

—¿Qué pasa, Park? Pensé que no tendría noticias tuyas. —suena como
si estuviera comiendo, lo cual es asqueroso. Odio cuando la gente mastica en el
teléfono.

—Bueno, tendrías noticias mucho antes si me llamaras en lugar de transmitir
los mensajes a través de tu hermana. —Pongo los ojos en blanco, aunque los
únicos que pueden verme son los robots de la cámara de tráfico del semáforo
que me acabo de saltar.

—¿Qué puedo decir? Me conviene mantenerte en mi familia. —se ríe, y mis
dientes se aprietan. No soy de su familia y nunca lo seré. No me voy a casar con
su jodida hermana.

—Bien, vayamos al grano, idiota. Tienes algo para mí... —Exhala un sonido—
. En efecto, lo tengo. Mi primo, Ray... Ya lo conoces. En fin, conoce a un tipo que
puede meterte en el Municipal de Flatbush.

Un escalofrío palpable me recorre.

Llevo tiempo esperando una entrada en
el Municipal. Su seguridad es ridícula y tienen un montón sin marcar a mano.

Ya conozco el trazado porque llevo casi toda la vida en la zona. Un par de
semanas de preparación y podría estar lo suficientemente listo como para
hacer esa escapada para la que he estado ahorrando.

—Pero hay una condición —dice la voz de Kent, y espero a que se explaye.
Esa suele ser siempre la condición—. Tiene que ser este fin de semana.

Estoy tan sorprendido que casi piso el freno por accidente.

—¿Qué? ¿Este fin de semana? Eso es como en cinco días. Maldición, no. No
soy un idiota.

No lo soy. Mi padre me enseñó a ser mejor que un ladrón de poca monta. Más
importante aún, me educó para seguir una regla por encima de todo:

No te dejes atrapar.

Sin suficiente tiempo de preparación, es casi una garantía de que esa regla se
romperá.

—Vamos, jimin Eres un puto profesional —continúa Kent, como si los
halagos fueran a convencerme de hacerlo

. Sé a ciencia cierta que llevas años
explorando el municipio. No es que no conozcas ya el lugar lo suficientemente
bien.—Eso no tiene nada que ver. —Enciendo los calentadores de mi asiento ya
que de repente estoy temblando—. No trabajo como un aficionado. Ya deberías
saberlo.

—Lo sé. Pero también sé que, a partir del viernes por la tarde, el Municipal
tendrá más billetes sin marcar que cualquier banco de la ciudad. —Se me hace
la boca agua—. Y el sábado por la tarde la mayor parte estará recogida, lo que
significa que sólo tienes un margen de unas dieciocho horas. Mi chico puede
hacerte entrar.

—El chico de Ray. —lo corrijo, asegurándome de que sabe que no puede
optar a ningún tipo de corte extravagante aquí. Se ríe.

—Sí, el chico de Ray. Entonces, ¿le digo que te apuntas?

Mi mirada se clava en las líneas amarillas que desaparecen bajo mi vehículo
mientras conduzco. No estoy seguro de que deba hacerlo. En realidad, estoy casi
explícitamente seguro de que no debería.

Mi padre me enseñó bien, y sé que, si estuviera aquí ahora mismo, me daría
una bofetada en la cabeza por haber escuchado siquiera a este "debil".

Giro a la derecha y doy la vuelta a mi manzana, arrastrando a Zadira por el
bordillo frente a mi casa. Apago el motor con una exhalación y le doy una
mirada.

Prisionero de Tu Lujuria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora