Capítulo VI

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El sonido de las hojas de los árboles chocándose entre sí que la brisa provocaba, era sin duda una melodía de la inmensa naturaleza compuesta como canción de cuna para todos los pequeños seres que habitaban en ella. Sin embargo, en aquél momento, sólo incrementaba la tensión del silencioso ambiente lleno de incomodidad, cuyos dos chicos participantes sólo se limitaban a nada más que observarse. Uno apretaba los puños con los nervios a flor de piel, mientras que el otro jugaba con sus dedos sin poder pensar una coherente respuesta siquiera.

—Juro que intento sacarte de todos mis pensamientos.— El primero fue el que rompió el mutismo. Tomando las manos contrarias cubiertas de vendas, prosiguió: —Pero se me hace completamente imposible.

Mediante el agarre, Osamu pudo percibir cómo temblaba. Alzó la mirada para apreciar aquellos ojos amatistas, que conservaban ese brillo tan especial por la simple razón de estar frente a él. Por alguna razón, el sentimiento de culpabilidad comenzó a oprimirle el pecho como si de un muñeco de hule se tratase.

—Fyodor...— Pronunció dudoso. Solía ser una persona de respuestas rápidas y acertadas, pero el ruso siempre lograba tomarlo de improviso, dejándolo con la mente en blanco sea como sea. —Sinceramente, no sé qué decirte. Hace años terminamos y...

—Sólo han pasado dos años, Osamu.

—Sí, cuando yo comencé la universidad y tú te mudaste a tu ciudad natal.— Se encogió de hombros y desvió la vista avellana a sus pies. —Si volvemos, repetiríamos esa historia y lo sabes.

—Me quedaré.— La voz extranjera del más alto sonaba firme y decidida. Una de sus manos tomó con suavidad el mentón del castaño e hizo que volviese a dedicarle la mirada. —Y estaré a tu lado.

Las comisuras de los finos labios de Dazai se elevaron en una sonrisa, la cual poseía manchas teñidas de pena y amargura como el sabor de un limón.

—Después de que papá se fuera, tú me sostuviste para que no terminara por caer. Me acogiste en tus brazos tan cálidos y pude sonreír feliz, gracias a ti. Tengo recuerdos maravillosos de mi adolescencia, gracias a ti. No me arrepiento de haberte elegido como mi primera vez en todo. Eres más que especial para mí, Fyodor.— Posó ambas manos en las pálidas mejillas de Dostoyevsky para darles una suave caricia. Para ese momento, formaba un puchero en su rostro y su pecho pesaba aún más. —Pero yo...

—Estás enamorado de alguien más.— Concluyó él. Esta vez era quien mostraba una sonrisa melancólica en su rostro. Con su cabeza, señaló la residencia donde aún permanecía el pelirrojo junto a la adulta. —Es él, ¿Verdad?

Los mofletes del menor se encendieron de rojo ante sus palabras, confirmándole que estaba en lo cierto.

—Pude darme cuenta cuando me hablas de él e incluso en la forma en la que lo miras.— Una risa se escapó de la boca del pelinegro al momento de observarlo cubrirse la cara con las mangas de su abrigo. —¿Acaso no eres consciente del hermoso brillo que tienen tus ojitos cuando se trata de ese enano?

—¿Tan obvio soy?

—Pues no. Pero sabes que soy tan rápido como tú~— Luego de unos segundos en silencio, en un suspiro agregó: —Vaya qué suerte tiene.

Osamu se despejó el rostro para encararlo nuevamente. 

—Perdóname, Fyodor.— Se abrazó, acurrucándose en sí mismo. —No quiero lastimarte.

El extranjero rio por segunda vez. Posteriormente, posó una mano sobre su cabeza y revolvió sus ondulados cabellos castaños, provocando así que cerrara los ojos cual cachorro.

—Todo está bien; seguimos siendo amigos~— Oyó la puerta principal de la casa siendo corrida, por lo que una sonrisa incógnita se formó en sus labios. —¿Podría haber algún beso de despedida al menos?

The coffee boy | Soukoku AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora