>A la hora de salida<

1.9K 90 11
                                    

— ¡Que bueno que ya estamos a mitad de año!

— Gaby, todavía nos falta un año más para terminar.

— ¡Ah! Mierda.   

Ríes por la expresión de tu amiga.

— Bueno, cambiando de tema. ¿Quieres ir a la plaza hoy?

Siempre saliendo de la escuela, todos los estudiantes se dirigen al parque central, ya que se encuentra muy cerca. Es una costumbre, que suelen hacerlo por distracción después de una larga tarde de clases. 

Lo piensas unos segundos.

— Está bien, pero que sea rápido. No quiero que pase lo de la otra vez, que te quedaste hablando con Fabio. 

— Ay, calla —se le forma una sonrisa traviesa, para luego suspira.— Hoy no podremos vernos, tiene trabajo. 

— En serio, Gabriela. Hasta ahora no entiendo como puedes tener de novio a un viejo.

— No es viejo —reclama— Es mi bebé.

— Sí, claro. Un bebé muuuy grande —te burlas.

— ¿Cuándo será el día en que puedas estar feliz por mí?

Rodeas los ojos.

— Ok, ok. ¿Cuántos años dices que tenía?

— Veintitrés. 

— ¡Te lleva por siete años!

— Cariño, estamos en el siglo XXI. En estos tiempos, para el amor ya no hay edad.

— Creo que tú ya te estás excediendo demasiado.

— Osh, que molesta puedes ser a veces —se cruza de brazos—. Igual, no te preocupes, ya te llegará el galán que te hará cambiar de opinión —te guiña el ojo.

— No lo creo. Para ti es fácil decirlo, eres bonita.

— ¡Tu también!

— No.

— ¿Por qué siempre ese pesimismo?

— No es pesimismo, es realismo.

— Ay Babi, cuando entenderás.

[...]  

Llegaron a la plaza.

— ¿Se supone cuantas vueltas daremos?

— ¿Diez?

— ¿Ah? No somos trompos ni para tantas.

— Bien, bien. Unas cinco.

— Mucho mejor.

Mientras caminaban y charlaban un poco, se dieron cuenta de que pasarían por el lado de un grupo de chicos, quienes se veían muy distraídos conversando entre ellos. 

Uno te obstruía el paso. Tenía una sudadera cuadriculada y de colores.

— Con permiso —le pides educadamente.

Él te mira y se da cuenta.

— Oh, lo siento. No te había visto —se hace a un lado.

Agradeces en voz baja y sigues caminando. 

Tu amiga se queda mirándolos para luego acercarse a ti con cierta emoción.

— Oye ¿ya viste?

— ¿Qué cosa?

— A los chicos. ¡Están muy guapos!

— ¿Sí? No me dí cuenta.

— ¿No? ¿No te fijaste en ninguno? 

— Pues... no.

— Eres tonta. Ven, pasemos de nuevo por ahí —te sujeta de la mano.

Repiten el camino, hasta que otra vez se van acercando al grupo de amigos.

El chico de sudadera colorida se te queda viendo. Tú también lo miras, directo a los ojos, iluminados por la luz de los faroles.

Bajas la mirada cuando lo tienes cerca, ya que sentiste una sensación extraña al saber que pasarías por su lado otra vez. Cuando lo haces, aun te sientes observada por él. 

— ¿Y ahora? ¿Qué me dices?—pregunta Gabriela curiosa.

— No sé. No los he visto bien. 

— ¡Dios! ¿Quieres pasar de nuevo o qué?

— ¡No! ya tengo que irme.

— Bueno, adiós —se despiden con un beso en la mejilla.

— Hasta mañana. ¡No te olvides la tarea!

— Sí, sí.

[...]  

Llegando a casa, tiras la mochila a un lado y te desparramas literalmente en el sofá de tu sala. 

— ¿Ya quieres cenar? —preguntó tu mamá.

— Sí. 

— ¿Te fue bien hoy? ¿Qué tal el examen de matemáticas? 

— Interesante. Y mira, que suerte tengo, porque lo postergaron para el jueves. 

— Igual tienes que estudiar.

— Sí, ya sé. 

Se va a la cocina. Prendes la TV y tratas de encontrar algún canal interesante. 

[...]

Antes de dormir, alistas tu mochila para la clase de mañana. 

Entonces, recuerdas a aquel chico de la sudadera de colores. La verdad ni sabes porqué lo estas pensando.

Te echas a dormir. Mañana será como cualquier otro día. O bueno, eso es lo que parece.










El chico de la Plaza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora