CAPÍTULO 💋 OCHO

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El maravilloso mundo del cubo Rubik.

Para resumir el resto del día después de perderme y terminar en la habitación de Romanov, dónde lloré patéticamente, la señora Anoushka interrumpió personalmente en mi habitación diciéndome que recién terminaba de hablar con el dueño de la casa -ya saben a qué me refiero-, y que habían acordado implementar un par de reglas más a la lista que me habían dado anteriormente.

O sea que, en lugar de aprenderme tres, tendrían que tratarse de seis.

La primera regla agregada capturaba la cuestión de mi -evidentemente- mal manejo por la casa -algo así como mi irresponsabilidad hacia mi persona-, por lo que decidieron ponerme a Ratchell como guardaespaldas, obligándolo a permacener a mi lado a cada segundo del día, incluso dentro de mi habitación. Según ellos, no era seguro que anduviera por ahí sin supervisión. No le agradaba a Ratchell, y ahora que tenía que hacerme de niñero, iba a pegarle menos.

La segunda era bloquearme el acceso a las plantas altas -por ejemplo, la de Romanov- para fines de mi seguridad y la de los presentes.

No entendí esa pero no quise preguntar tampoco.

Y la tercera -que no se trataba tanto como una regla, sino como un cambio- trataba de quitar absolutamente todas las repisas que midieran más que yo, y sustituirlas por bajas y pequeñas que evitarán el riesgo de matarme otra vez.

En fin, ésta mañana, Ratchell me había traído el desayuno y se había quedado recargado contra la puerta, mirándome fijamente mientras comía, antes de cruzarse de brazos y fijar la vista en el espejo. Parecía estar observándose a si mismo, pero su mirada se veía tan perdida que no pude saberlo concretamente.

Luego, me metí al baño a darme una ducha. Ahí pasé los últimos diez minutos antes de envolverme en una toalla y vestirme con la ropa interior.

¿Estaba nerviosa? Sí.

¿Por qué? Había que averiguarlo.

Nunca había pasado tiempo a solas con un chico sin estar haciendo nada sexual, y ahora que no había eso, no sabía cómo drenar el silencio incómodo que había entre nosotros. Quería hablar, pero tampoco quería que me rechazará sin más. No veía que él tenía intenciones de conversar y dudaba mucho que pusiera de su parte para seguir la conversación.

Quizá debería intentar otra cosa; al fin y al cabo, no había nada en las reglas que me impidiera intentar persuadirlo para pasar un rato con él, si saben a lo que me refiero.

No podía pasarme en abstinencia toda la vida.

Me libre Dios.

Apoyé mi espalda contra el marco del cancel de cristal del baño, levanté la barbilla para mirar el techo y suspiré.

De repente, ya no quería estar aquí.

Bueno, no es que el haber deseado mudarme aquí fuera el propósito de mi vida, pero es verdad que extrañaba de sobremanera el Royale. A todas las chicas con más que me iba encariñando y las nuevas que llegaban de vez en cuando asustadas por su nuevo papel, cosa que me encargaba de arreglar. Siempre les aseguraba que estaría al pendiente durante su tiempo en las habitaciones rojas para que no corrieran peligro, y que a la larga iban a terminar acostumbrándose y hasta agarrando el gusto.

Yo tardé lo mío, pero ahora no puedo vivir sin ello.

Aún así, me pregunté en qué condiciones habrán venido las otras chicas que resultaron ser mis compañeras. No todas habían llegado desde bebés al ser abandonadas, como yo, aunque habían unas cuántas ocasiones en las que los amigos del director traían "jovencitas" —como las llamaban ellos— que llegaban entrados sus años.

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2023 ⏰

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