¿Me concedes un baile?

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—Si, acepto —dice mi amiga cuando el cura le pregunta si acepta ser esposa de Collins.

Tanto carameleo me da náuseas, pero de cierta manera adoro las emociones que desencadenan este tipo de eventos y tengo que parpadear varias veces para no dejarme llevar por la nostalgia.

—Collins J. Pierce, aceptas a Brenda como tu legítima esposa —lo mira fijamente—. Para amarla y respetarla sobre todas las cosas. En la salud y en la enfermedad, ¿hasta que la muerte los separe? —agrega finalizando la pregunta y Collins se queda callado.

—Yo... yo... —balbucea mirando a mi amiga con dudas y en la iglesia se comienza a escuchar un murmullo.

Miro a las personas que se encuentran sentadas en primera fila y noto como una mujer de mediana edad sonríe ampliamente ante la duda del chico, a su lado noto la presencia del padre de Collins y de inmediato caigo en cuenta que es su madre la que sonrie.

Mi amiga me mira algo angustiada y no es para menos, el estupido de su novio está dudando y mi paciencia está llegando a su límite.

Miro a Leiner buscando algún indicio para ver si todo esto ha sido idea suya, pero en su rostro solo hay desconcierto. Él, al igual que todos en el lugar estamos atónitos por el comportamiento de último momento de Collins.

Collins comienza a retroceder y veo como mi amiga se tensa, mi ira comienza a subir a niveles desproporcionados y cuando doy dos pasos hacia adelante dispuesta a actuar, el maldito comienza a reír.

—A que te la creíste —dice con burla y todos notamos que ha sido una broma... una muy horrible.

Mi amiga camina hacia el de manera apurada y estampa con fuerza su mano en la mejilla de su novio, en el gran espacio solo hay cabida para exclamaciones de sorpresa y gritos ahogados, ante el acto impulsivo de mi mejor amiga.

—No vuelvas a hacer ese tipo de cosas, imbecil —lo regaña y luego lo toma por las solapas de su traje, hacerca su rostro al de el y ambos sellan su unión con un beso.

De un momento a otro el lugar se inunda de expresiones llenas de ternura y veo como la madre de Collins, coloca mala cara y sale del lugar de mal genio.

Al parecer la vieja aún no acepta el hecho de que ellos dos se aman, y no soporta la idea de que su hijo se haya casado con alguien que no proviene de una familia prestigiosa.

—Les presento al señor y a la señor Pierce —anuncia el cura y todos comenzamos a aplaudir.

—¡Qué vivan los novios...! —se escucha por todo el lugar mientras ambos comienzan a desplazarse sobre la alfombra roja que conduce hacia la salida.

Una lluvia de rosas cae sobre sus cabezas al atravesar las puertas de la iglesia, ordené que en vez de arroz se les arrojara rosas y así hacer inolvidable su mejor momento.

Ambos suben al Chevrolet camaro convertible, que he destinado para que lleguen a la recepción de su fiesta en el hotel Mandarin oriental de New York y luego se marchan junto a dos escoltas que se les ha asignado para su protección.

Camino hacia el estacionamiento en donde me espera el auto que me llevará al lugar y escucho como una voz varonil pronuncia mi nombre entre la multitud.

—Lluvia... —Leiner me alcanza y aunque trato de avanzar lo más rápido que mis zapatos me permiten para alejarme de él, no puedo—. Espera —me toma del brazo y sentir su tacto sobre mi piel, me eriza.

—Debo llegar al hotel y se me está haciendo tarde —digo soltando mi brazo de su agarre, pero me corta el paso colocando su cuerpo en el medio cuando intento avanzar.

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