Capítulo 1

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Mis ojos estaban fijos en el panorama que se encontraba frente a mí. Podía visualizar todo con claridad, desde la tenue luz del atardecer y las nubes que rodeaban al cielo, hasta los pequeños animales que danzaban en la fresca grama del edén. Podía ver a cientos de almas caminar en paz por el lugar. Todas sonreían o simplemente se limitaban a observar toda la maravilla a la que estaban expuestas. Porque sí, el edén, mi hogar, era una completa maravilla.

Era un paraíso al que cualquier criatura quería pertenecer. Con cielos hermosos, claros y llenos de nubes. Había ríos, playas, montañas... En realidad, el paraíso era aquello que la persona deseaba, aunque claro, todo era diferente para nosotros. Los ángeles podíamos ver al edén tal cual era. Cambiante, extenso, maravilloso. Nosotros lo custodiábamos, así que teníamos acceso al paraíso de todas las almas que llegaban a vivir su inmortalidad. Los humanos, en cambio, tenían control sobre su propio paraíso, pues ellos llegaban con ideas diferentes, quizás un poco limitadas, sobre el edén.

Algunos lo veían como un lugar de luz en el que no había noches. Otros permanecían flotando entre las nubes, llenos de paz. Había algunas almas excepcionales, aquellas que podían ver más allá de su imaginación y podían apreciar nuestro hogar en todo su esplendor. Sonreí con solo verlos, porque ellos podían ver al edén tal como los ángeles lo veíamos. Pero mi sonrisa poco a poco desapareció, pues mi tiempo en esta maravilla se agotaba y no había nada que pudiera hacer, salvo apreciarlo por última vez.

Cerré los ojos cuando la brisa de la tarde golpeó mi rostro y luego lo bajé, respiré profundo y luego intenté observarme. Mi cabello castaño estaba suelto y caía por mi pecho en largas ondas. Mi cuerpo estaba vestido con mi armadura de hierro y metal que cubría mi tórax y hombros. Portaba una falda al estilo medieval de cuero y metal que iba en conjunto con la armadura. Sandalias que los humanos llamaban "romanas" y mis muñequeras de acero. Todo en un negro impoluto e impenetrable, tal como mis alas. Observé alguno de los tatuajes de mis brazos, viendo aquella historia otra vez.

Mis armas habían sido decomisadas y aunque sabía que ahora no me harían falta, me sentía desnuda sin ellas. No podía imaginar cómo podría vivir sin mi lanza, mi hacha y mis espadas. Respiré profundo cuando sentí una presencia más en aquel hermoso lugar. Sabía de quién se trataba, después de todo, nacimos juntos y conocía hasta su forma de respirar. Miguel se acercó a mí con cautela y colocó su mano izquierda en mi hombro derecho. Suspiró con resignación mientras me miraba.

-Padre me ha mandado por ti. Tu sentencia será dictaminada en 5 minutos.

Asentí en respuesta y observé por última vez mi hogar. Me di la vuelta mientras suspiraba y solo así pude observar a mi hermano, el cual tenía un semblante triste, afligido, decaído y todo gracias a mí. Miguel era muy similar a mí, al menos en el rostro. Ambos teníamos la nariz perfilada, labios delineados y un poco llenos, nada exagerados, cejas pobladas pero bien definidas y ojos tan negros como el carbón. Éramos los únicos ángeles con ese particular tono en los ojos. Fuera de ello, su cabello era rubio, ondulado y le llegaba por los hombros.

Era tan alto como yo, midiendo 2 metros y medio, pero su tez era más clara que la mía y sus alas de un blanco reluciente. Ambos caminamos rumbo a la fortaleza celestial, hogar de padre y del ejército divino. Mientras caminábamos, él tomándome por un brazo como una prisionera, varios de nuestros hermanos me observaban con cautela y bajaban sus rostros en desaprobación. Entendía sus reacciones, después de todo, yo formaba parte de los arcángeles, por lo que mi rango era superior y mi delito, así como mi falta de respeto, era una deshonra para el Edén.

Pero pese a que sabía que era culpable y que me merecía que me vieran de esa forma, jamás bajé mi rostro. Mantuve mi mirada al frente y mi postura tan erguida y autoritaria como siempre. Miguel, en cambio, estaba tenso y apretaba su agarre cada cierto tiempo. Quería quejarme, pero sabía que no era algo intencional, así que lo dejé pasar.

Al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora