Capítulo 3

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Yerathel

Mi día laboral apenas iba por la mitad y estaba completamente agotada. Se produjeron diversos enfrentamientos en varias zonas "rojas" del Estado y tuvimos que enviar algunas comisiones especiales del C.I.C.P.C para que trabajaran en conjunto con el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, mejor conocido como S.E.B.I.N. Apenas son las 2 de la tarde y ya tenemos contabilizados al menos 10 occisos, todos pertenecientes a una banda delictual de la Urbanización Las Palmitas. Hasta el momento no hemos tenido bajas de nuestro cuerpo de investigaciones, solo algunos heridos. Pero todo ha sido un completo caos.

Y esto solía ser así cada cierto tiempo. Cuando las bandas delictivas se salían de control, nosotros teníamos que intervenir y eso conllevaba a una estela de muertes por toda la ciudad. Antes, cuando apenas era una novata y debía salir a esos operativos, no pasaba un día en que no desenfundara mi arma reglamentaria. Y no me gustaba hacerlo, pues siempre daba el blanco. No importaba la distancia o cuántas personas tuviera alrededor, siempre disparaba a los malos. Y siempre terminaba asesinándolos.

Mis padres decían que era una especie de don. Que yo les daba justicia a las familias que habían sido víctimas de esos maleantes. Pero yo lo veía diferente. Muchos de mis compañeros pasaban meses sin desenfundar su arma o sin acabar con un delincuente. Yo, en cambio, desde el inicio inauguré una larga lista de "malandros" abatidos. Ese era uno de los motivos por los cuales había sido ascendida y aunque estaba agradecida, prefería mil veces quedarme en la estación e ir al laboratorio. Sin embargo, en ocasiones como esta, debía encabezar los operativos.

Y era conocida. Vaya que era conocida en todo el estado tanto por otras comisiones policiales como por los cabecillas de las bandas delictivas. Justo ahora, luego de apaciguar la situación en Las palmitas, iba de camino a las famosas invasiones de Parque Valencia, acompañada de Morgan y al menos 20 colegas para detener un enfrentamiento entre la Policía Nacional y otra banda delictiva. Íbamos distribuidos en 5 patrullas del C.I.C.P.C y no tardamos demasiado en llegar al lugar. Todos estábamos vestidos con el uniforme reglamentario, chaleco antibalas, nuestras armas de reglamento y otras de asalto para neutralizar la situación.

Me bajé de la patrulla, acomodé el chaleco y el resto del uniforme que tuve que ponerme en la comisaría a última hora y miré alrededor. En efecto, se escuchaban disparos a una distancia de 5 metros. Las personas estaban encerradas en sus viviendas, tratando de mantenerse a salvo. En seguida me puse en acción.

-Bien muchachos, ya ustedes saben qué hacer. –alegué con voz demandante. –Despliéguense en un radio de 10 metros y cubran cada zona aparentemente despejada. Morgan –me dirigí hacia él. –Tú aguardas conmigo. Tú también Ramírez. –demandé a otro de mis subordinados.

-¿Qué hacemos con la policía? ¿Les damos órdenes de retirada? –preguntó Dávila, uno de los oficiales más nuevos en la delegación.

-Desde el momento en el que nos llamaron, esta es nuestra jurisdicción. Si quieren quedarse a cooperar, bienvenidos, sino, pueden decirles que se retiren.

-Entendido jefa. –contestaron todos dando vuelta para ir a sus posiciones.

-Chicos. –los llamé a todos y ellos voltearon en mi dirección. –Tiren a matar. –y ellos asintieron.

Realmente esa era la orden general para este tipo de operativos. Ya no valía la pena detener a los delincuentes y enviarlos a la cárcel, después de todo, la prisión era una especie de escuela para mejorar sus tácticas y volverse peores delincuentes de lo que ya eran. Morgan y Ramírez avanzaron conmigo hasta la parte sur de las invasiones, acercándonos cada vez más al génesis de los disparos. Por un momento, siento que el tiempo se paraliza. Cierro mis ojos y respiro con calma, sintiendo y escuchando todo a mí alrededor.

Al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora