Capítulo 2

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Miguel

No perdí tiempo en aparecer en aquella sala de hospital. La verdad todo esto era demasiado nuevo para mí. Nunca antes había venido a esta parte de la tierra. Observé a detalle el lugar. La sala estaba un poco descuidada, pero en buenas condiciones para atender a cualquier paciente. Olía a algo sumamente extraño para mí, muy ajeno a la pureza del edén, era un olor sumamente fuerte que a nadie en este lugar parecía molestar. Dentro, había alrededor de 7 personas. Uno, el médico principal, supongo, atendiendo a la mujer que se encontraba de piernas abiertas y con una expresión de dolor muy marcada.

La mujer era pelinegra, de ojos cafés y piel lechosa, aunque se encontraba algo pálida, supongo que por el dolor que experimentaba. Sus cejas eran igual de negras que su cabello y algo pobladas. A su lado, estaba un hombre de tez blanca, cabello castaño oscuro, ojos cafés y piel un poco morena. Era alto y tomaba la mano derecha de la mujer con fuerza. Le daba fuerzas y ánimo para que siguiera con su labor.

-Ya está en 8 centímetros de dilatación. –dijo aquél médico.

Las enfermeras, 4 en total, iban de un lado a otro, acomodando todo para recibir a mi hermana. Los minutos pasaban y yo solo podía ver a aquella mujer y pensar en todo el proceso que conllevaba traer a un humano al mundo. Todo era muy diferente a como nosotros éramos creados. Recuerdo que, luego de mi nacimiento, me tocó presenciar la creación del resto de mis hermanos, entonces caí en cuenta que esta sería la segunda vez que vería nacer a Yerathel.

Nosotros somos creados a través de la naturaleza, siguiendo la imagen y semejanza de padre, pero con cualidades más limitadas a las que él posee. Padre recolectaba los elementos más llamativos de la tierra, las combinaba y luego pasaba a través del tumulto de elementos, consiguiendo así crear a los ángeles. Samael fue el primer ángel creado por padre. Tomó las rocas del edén, las luces de las estrellas, del sol, de la luna y el resplandor que emanaba del agua del río al atardecer. Creó el fuego y lo unió a la combinación de elementos y, por último, dejó salir un gran rayo de su propia luz para luego pasar a través de todo.

Así pues, nació Samael, la estrella de la mañana, el ángel de luz, el primogénito de padre. Mi hermano mayor. Todo él era perfección. Su cabello era negro, liso y abundantemente largo hasta los hombros. De tez blanca, labios medio carnosos, rosados, piel tersa, con un cuerpo tonificado y una musculatura propia de un ángel. Cuando nació, tenía una heterocromía difícil de pasar desapercibida. Su ojo izquierdo era totalmente negro, mientras que el derecho era blanco. Ese era su rasgo más distintivo, pero con el paso de los siglos, descubrió que podía cambiarlos de color y a menudo los dejaba en azul cielo.

Samael no solo había descubierto que podía cambiar el color de sus ojos, sino todo su físico. A veces, solía transformarse en alguno de nuestros hermanos para visitar otros lugares, aparte del edén. Eso, por supuesto, había enfurecido a padre, incluso llegó a castigarlo en varias ocasiones, haciéndolo viajar a otros universos para cuidar que la creación siguiera con el balance. Él odiaba salir del edén. Pero entonces, padre creó más vida, más ángeles, más especies.

Recuerdo que, con Yerathel, padre dejó salir un poco de su propia luz y la combinó con la luz del sol y de la luna. Las 3 luces lograron fusionarse a la perfección, como si su destino fuera siempre estar juntas. Luego, padre tomó el tronco de un árbol de pino, pétalos de rosas blancas, la suave grama del edén y unas gotas de aquella cascada que alimentaba a nuestro hogar.

Juntó todo aquello con las 3 luces, logrando así que cada elemento flotara en el aire, fusionando todo entre sí. Cuando la creación estuvo a punto de completase, él mismo la traspasó y, al llegar al otro lado, hubo una explosión de luz por todo el edén. Todos los ángeles presentes quedamos ciegos por unos segundos, pero cuando todo volvió a la normalidad, teníamos frente a nosotros a Yerathel, en forma adulta, desnuda en su totalidad y con una gran luz que salía de su piel.

Al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora