⛓Capítulo 9⛓

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Abigail

El hambre en sus labios me paralizó.

Fui una completa ilusa al creer que podría burlarme de él o quizá, estaba consciente de que las cosas sucederían así y por ello lo provoqué. Si no quisiera estar entre sus brazos otra vez, habría renunciado a Eros desde que me dio la advertencia, no le hubiera dado tantas vueltas, no tenía nada que ver con mi orgullo o el dinero que ganaba, tenía que ver con las ganas que tenía de que me follara.

¿Qué estás haciendo, Abigail?

Una vez engañé a Rowan sin saber que se trataba de su mejor amigo, me excusé con Kylian forzándome a ceder, pero ¿qué excusa tendría ahora? por Dios, es que ni siquiera podía tener una, no la había para las infidelidades porque quien engaña una vez, engaña dos veces, porque no puedes proclamarte leal cuando le fallas a quien dices amar.

Sin embargo, no era capaz de pensar en Rowan mientras este hombre me agarraba con ansias y violencia, hundía los dedos en mis muslos y clavaba su erección en mi vientre bajo, dejándome sentir lo deseoso que estaba por mí. Me calentaba la sangre como si fuera fuego propagándose a través de mis venas e incinerando todo atisbo de cordura.

Veía por sus ojos, respiraba por la pasión de sus labios, ardía de deseo por el toque de sus manos.

Movía la boca de una forma seductora y bestial, me mordía sin el menor cuidado, invadía con su lengua y presionaba la mía, no paraba de chupar, lamer y morderme los labios mientras respiraba pesado y me tocaba los muslos. Desplazó los dedos hasta bajarme la falda, quizá debí pedirle que parara, recordarme que era el mejor amigo de mi prometido, que justamente él se hallaba a metros de aquí, esperándome, sin embargo, seguí besándolo durante varios segundos más.

—No, no quiero, basta —pedí sin oírme convencida de lo que exigía.

—Mi pequeña mentirosa —murmuró burlesco.

Arrancó la falda fuera de mi cuerpo sin la menor contemplación, luego, metió los dedos entre los diamantes de mi tanga.

—Esto te enseñará —rasgó el hilo, arrojó los diamantes en todas las direcciones—, lo que es mío, no lo toca nadie más.

Una mano en mi cuello, la otra me cubrió el sexo, su boca contra mi mentón, sus ojos sobre los míos. El fuego en ellos aceleró mis latidos e hizo cosquillear mi piel. Deslizó su dedo corazón por la abertura de mis pliegues, contuve el aliento en el primer contacto con mi clítoris, lo frotó sin apartar la vista de mis ojos.

—No quieres que pare, Abigail —giró la muñeca, presionó con el pulgar y metió un dedo en mi vagina—, quieres que siga masturbándote.

Las palabras se negaban a subir por mi garganta y desplazarse a través de mis dientes apretados que contenían un gemido. Su brusquedad me excitaba, me tenía bien sujeta contra la pared, con las piernas separadas y sus dedos hurgando dentro de mí como si le perteneciera. Lo peor, es que no quería detenerlo, me empujaba hacia un huracán cargado de placer y amenazaba con destruirme y dejarme tirada en cientos de exquisitos pedazos rebosantes de satisfacción.

—Tomaré eso como un sí.

Arremetió otra vez contra mi boca durante unos segundos, acto seguido, me puso de espaldas a él, grité y forcé a mis músculos a luchar para zafarse, lo único que escuché fue su risa en mi oído mientras se sacaba la correa del cinturón y desabotonaba los pantalones. El calor de su miembro se frotó contra mis nalgas.

—¡Suéltame! Ni siquiera pretendas hacer esto de nuevo —bramé con la última gota de autocontrol que me quedaba.

Su palma presionó mi cabeza contra la pared helada, el frío aplacó por unos instantes el calor tan inmenso que me recorría.

Eros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora