⛓Capítulo 24⛓

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Kylian

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Kylian

La subí a la fuerza al auto.

Parte de mi enojo ya se había disipado cuando jalé el gatillo, el olor de la pólvora, el sonido de la sangre goteando, el trémulo movimiento del cráneo cuando la bala lo perforó y el silencio después de esto.

Arrebatar una vida proporcionaba en mí una sensación placentera, más aún cuando se trataba de un estorbo como Mario Díaz. Por supuesto que lo conocía, aunque él no me conociera a mí.

Tenía registros de todas las personas que se hospedaban en el mismo edificio que yo, absolutamente todo sobre ellos, porque no había vivido tanto tiempo por ser confiado y conformista con mi entorno. Para sobrevivir, debes aprender a fijarte en lo que te rodea, más cuando hay terroristas queriéndote ver muerto.

Mi móvil estaba conectado al automóvil, sin medirme por lo que haría, llamé a París mientras salía del estacionamiento; Abigail seguía conmocionada, todavía temblaba. No sabía si estaba más enojada que asustada. La verdad no me importaba.

—¿Qué sucede? —Atendió deprisa.

—Encárgate de eliminar las cintas de video de las cámaras de seguridad del estacionamiento, también algunas del interior del edificio y no olvides las del departamento de Abigail. No quiero sospechas, solo una falla general —di instrucciones, lo de Abigail no hacía falta, pero quería que ella escuchara—, y dile al equipo que se encargue del cuerpo y de limpiar la escena.

—Claro, jefe. ¿Ya has encontrado a tu pajarito?

—Adiós, París.

Finalicé la llamada y sentía su ira fluir hacia mí como si fueran dagas clavándose por todo mi cuerpo. Ya me demostraría qué tan enojada estaba en cuanto llegáramos al edificio.

—¿Has puesto cámaras en mi departamento? —Inquirió atónita, su tono de voz era bajo y amenazante.

—No he puesto una mierda —siseé desprovisto. Hizo rechinar los dientes, tuve la impresión de que en cualquier momento me daría un puñetazo.

—Entonces, ¿quién...? —Las palabras cedieron, deprisa cayó en cuenta de quien lo había hecho— Rowan.

Se acomodó en el asiento, se cruzó de brazos con la vista al frente.

—No sé quien de los dos está más enfermo —masculló enardecida.

—No quieres saber eso, bestia —advertí, con una leve sonrisa.

Se mantuvo callada en lo que restaba del trayecto al edificio. En cuanto llegamos, bajó dando un sonoro portazo a mi auto, su furia solo me causaba risa; la seguí hasta el interior del elevador, estuvimos solos mientras los números se movían y nos llevaban hasta mi piso. Tomé una nota mental de monitorear los pasillos y las entradas con mayor constancia y como prioridad. Esto no podía repetirse otra vez. Abigail de verdad fue bastante ingeniosa para escapar.

Eros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora