PART 3

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                                              ESQUELETOS BLANDOS EN PIEL 


   Éramos dos seres malditamente flacos... noshallábamos raquíticos en sentido lleno del vocablo. Éldormía y, cuando giraba su rostro de lado, lo quepodían ser sus mejillas, se hundían creo que hastaamoldar, la carne de dentro, con su dentadura; y yo...pues, le miraba con las hundidas sombras queentornaban mis ojos, se habían robado mis párpadosy se habían puesto allí en su lugar. 

-Vamos, Hellene, águame los párpados y rózame losmúsculos-.

   Pero díganme si la delgadez a niveles mortales essólo mortal al cuerpo... pero, el cuerpo siente, sienteprofundo, esos deseos rebozados de intensidad, eralujuria de volver a marchitarme en sus gemidosestéreos, era el maldito deseo de volver a inexistirentre su sudor, con su vaivén sobre mí, en el que, igualque él a mí, yo podía rodear su cintura y mis manostocaban sin problema mis codos al cerrar los abrazos,así podía presionarlo más fuertemente a mí y sentir elmovimiento que tenía dentro mío insultandodescaradamente al placer, aunque nos doliesen loshuesos, aunque nuestras pieles se enrojeciesen porlos roces abruptos, nada de eso podían restarle el másmínimo porcentaje a mi deseo. Pero... ¿Seguiríadeseándome él igual a mí? Esa interrogante, me matamás que mi estado físico, me mata más al nacer quede lo que lo hacía en su inicio, aquella gastritis que sehizo crónica. Me mata. Aunque... él me había dichoaquello... así que, sí lo era, era recíproco, mutuo, undeseo mutuo. Su piel arequipe, era más oscura ahora,como un arequipe quemado en la cocción... y, yo noera ya tan color nieve, era posiblemente, un pocomorena también. Pero nuestras materias óseas sedesean... con fuerza, con locura, con loquera, con unamaldita excitación antes de actuar que no se calla sinoa minutos después de nuestros orgasmos. Anhelo susgemidos estéreo nuevamente contaminando misistema desde lo más hondo y cosquilloso.


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                                                                                        ROXE


   Las gotas eran acaloradas, lo rojizo de aquellaspupilas parecían encandecerse en un vivo fuego comoel que Alighieri se encargó de plasmar desde sumente... me miró y se me hizo desconcertante -¿Cómodiablos podía sentirme desconcertado ante sumirada?- entonces, miré a otro lugar, pero estaba sumirada en ese lugar también – ¿Un mal juego deespejos?- muy probablemente, no. 

   No lograbacomprender cómo era que su mirada era rojiza, peromientras más la detallaba, los tonos rojos parecíaninexistir, eran amarronados y jugaban entre sí aescalas de intensidad, pero... diablos, era rojizo, sabíaque sí. 

... 

-Roxette, habrían días en los que ellos se inspiraban en mí;habría mí que se inspiraba en días, pero... busco plenamentey hallo que eso en verdad, no existe. 

-Pero, Simon... eso suena tan grisáceo, con un sabor acemento difuminado. 

... 

 Una bonita sección de una conversación pararecordar... pero esta Roxe, no Roxette; admito laextraño, pero más que en el ámbito de sentimientos,la extraño en el modo de sentir extrañeza. Esa miradaestaba atormentándome y, no hallaba en verdad,cómo diablos irme de ella o que se fuera de mí; erademasiado malditamente grosero conmigo eso queestaba pasando. Estaba contaminando todas lassensaciones de mi alma y dejándome sin nada libre enqué pensar. Era una sucesión de ecos inaudibles másque por un sonido provocado por lo que mi propiamente escuchaba al ver.

CINCUENTA PÁGINASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora