Capítulo 2

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Katsuki ha sobrellevado su vida bajo la misma normalidad de cualquier otra persona, siendo la única variante, que desde muy pequeño ha sido previsible su género secundario. Es común que muchos se definan a la edad de catorce años. En el caso de Katsuki fue distinto, pues recuerda haber percibido el olor de su maestra omega con solo ocho años.

Un suceso poco usual, mas no extraño.

El medico lo definió como alfa dominante, tras someterlo a un examen de feromonas y uno radiografía donde mostró un desarrollo en los caninos anormal para su edad. Algo que suele verse en hijos de parejas A/O. Masaru y Mitsuki no lo eran; sin embargo, los padres de Masaru sí y todo indicaba que el gen había saltado una generación. En épocas pasadas, aquello se hubiera visto como un premio, la dicha más grande ante el poderío alfa.

Hoy en día era llamado un trastorno, ocasionado por la mutación de un gen.

El ser catalogado como dominante tendía a traer ciertas peculiaridades nada agradables para su huésped. En el caso de alfas, estos podían sufrir de trastornos en el celo, un nudo demasiado prominente para su cuerpo, irritabilidad excesiva o colmillos sobre desarrollados. Les era más difícil encontrar un supresor que hiciera efecto y su olfato era en extremo susceptible. Lo cual explicaba el haber logrado percibir las feromonas de su maestra. Con el tiempo, también diferenciar el de los alfas e incluso, la simpleza casi nula de los betas.

Su padre se había dado la tarea de explicarle su condición, viéndola como beneficiosa en lo que cabía. En la escuela, los niños se sorprendían al jugar a las escondidas y ser rastreados por él cómo un sabueso. Había conocido a Denki por ese tiempo, otro alfa dominante que se unía a él en los juegos y juntos, sacaban provecho de sus condiciones. Sin embargo, los años habían sido perjudiciales y llegada cierta edad, Katsuki había empezado a aborrecer aquello.

Odiaba ser alfa.

Soñaba con extirparse los colmillos al igual que su padre, y encontrar el supresor lo suficientemente fuerte que le anulara el olfato por completo. De ser posible, nunca tener que experimentar el celo. Ser un beta en medio de ese mundo de aromas. Lamentablemente, los supresores solo se eran recetados a personas A/O que hubieran presentado su primer calor y la cirugía de extracción de caninos, era demasiado costosa.

No conforme con la miseria que debía tolerar, ahora aparecía su predestinado. El descubrimiento le había tomado por sorpresa. Es decir, ¿cuántas personas compartían un predestinado? ¿cuántos de ellos lograban encontrarse a lo largo de sus vidas?

Sin duda, se atrevería a afirmar que eran muy pocos los casos en donde se cumplía la regla de cruzar siempre sus caminos. Un porcentaje menor aun, de los que tras cruzarlos decidían emparejarse.

Por ello, resultaba absurdo que justo el omega que es su predestinado, deseara lo contrario.

Hasta ahora, solo había estado cerca de su aroma dos veces. El día en el supermercado y cuando junto a su familia visitó su casa. En ambos casos, la cercanía había sido efímera; no obstante, el asqueroso olor de sus feromonas continuaba impregnadas en su nariz.

Los omegas, al igual que los alfas, compartían la particularidad de emitir aromas. Estos eran distintos entre uno y otro, pero compartían la misma esencia base de su subgénero. En el caso de omegas, un aroma dulzón sinigual. No le ha interesado distinguir cual es el olor particular de su predestinado. A Katsuki le basta con percibir la esencia omega que odia, para detestar de igual manera al muchacho en cuestión.

Lo más frustrante de todo, era la nula opción que habían tenido sus padres. Su situación económica no es mala, pero tampoco la óptima para las compensaciones altísimas que se suelen dar cuando el alfa se niega a firmar el contrato para unión de predestinados. En todo caso, eso tampoco les aseguraba no ser forzados a permanecer al lado del omega.

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