Lavender

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Después de la guerra, Hogwarts.

Ya estaban en Septiembre y hacia un precioso y cálido día de verano. El buen clima había calmado un poco los ánimos lúgubres, deprimentes y melancólicos de la terrible masacre que fue la guerra el año pasado. Afuera, en las áreas vivas, verdes y recientemente restauradas de los alrededores del castillo, se podían ver y oír a la gran mayoría del alumnado de Hogwarts disfrutando y tratando de divertirse, ya sea con amigos, parentescos, o solos.

La mayoría parecía haberse librado un poco de la tensión que le pesaba en la espalda y se veían relajados. Entre esos estudiantes, estaba Ron Weasley, pero no estaba solo, no. Él estaba gozando del día y de su buena salud con Hermione Granger, su novia. La imagen de la pareja parecía ser resplandeciente por los rayos del caliente sol de la tarde.

Por otro lado, desde las sombras adentro de los pasillos del castillo, Lavender Brown observaba a la pareja desde uno de los ventanales abiertos. Ambos se veían tan felices y dichosos el uno con el otro, que la castaña ni siquiera podía enojarse u odiarlos. Solo podía sentirse bastante triste y desolada.

Soltando un último suspiro de resignación y melancolía, Lavander decidió que lo mejor era dejar de castigarse a ella misma observando a la feliz pareja. Dando media vuelta y recorriendo los vacíos pasillos de Hogwarts, Lavender se permitió perderse por un momento en los duros meses que tuvo luego de que Harry Potter haya derrotado al calvo genocida.

Inmediatamente la batalla acabó y los aurores decidieron que era momento de hacerse cargo, por fin, de su trabajo, arrestando y llevándose a los pocos mortifagos que no habían logrado escapar, varios medimagos, medibrujas y sanadores habían llegado al destruido Gran Comedor, y comenzaron a atender a todo aquél que se moviera, y al que no, también.

Brown había sido atendida, fue bañada en innumerables hechizos de diagnósticos que ella no podría nombrar ni aunque quisiera. Luego de varias pociones de analgésicos para los dolores y para curar las heridas pequeñas, la amable medibruja que le había hecho el chequeo la mandó directamente a San Mungo. Allí la había estado esperado un sanador, y eso fue lo último que recuerda antes de que todo se volviera negro.

A los pocos días, 4 exactamente, Lavender había despertado en las habitaciones de San Mungo con un terrible dolor en todo el cuerpo, pero el que más se había destacado había sido la horrible e infectada mordida que tenía en el antebrazo del brazo derecho.

La herida parecía estar poniéndose verde y la piel de alrededor estaba de un tono rojo casi morado, y se veía preocupantemente hinchado. Su brazo latía de forma dolorosa y Lavender apenas podía hecharle un vistazo sin sentir que la bilis se le subía por la garganta.

El sanador que se estaba encargando de su salud y la medibruja que lo ayudaba, habían pasado dos meses probando todo tipo de pociones y hechizos de curación para que la mordida dejara de verse tan horrible, y otros tantos diagnósticos sobre qué tipo de efectos secundarios dejaría el haber sido atacada por un hombre lobo.

Precioso regalo le había dejado el hijo de puta de Fenrir Greyback. Notese el sarcasmo, por favor.

Por suerte, o no, según el sanador, Lavender había sido atendida inmediatamente y la infección de la mordida no había llegado a dañar demasiado y por eso no había muerto. Los efectos secundarios que pudieron notar fueron los sentidos mucho más agudos y sensibles; Lavender había tenido una semana muy difícil tratando de acostumbrarse a los sonidos fuertes sin que sus oídos zumbaran de dolor, y al olfato tan agudo. También parecía haber desarrollado algo de fuerza bruta, y ahora tenía que tratar de ser tan delicada con todo para no romperlo o dañarlo por accidente. Los días de Luna Llena eran otro tema; pero gracias a Merlín, Lavender no sufría las transformaciones.

Un golpe, un jadeo y una maldición, la sacaron de sus recuerdos y la devolvieron al presente. Lavender parpadeó cuando vio a un chico con la corbata verde y el escudo de Slytherin en el suéter, en el suelo, y algunos libros de lo que parecía ser Pociones Avanzadas y Astronomía, pero no hizo el amago de moverse para ayudar al niño a levantarse.

Un fuerte y delicioso aroma a café amargo con crema de vainilla pareció impregnar todo el pasillo, y Lavender se sintió ligeramente mareada con la exquisita fragancia.

-Por Godric... tú...-. Brown no pudo terminar, interrumpiendose ella misma cuando observó descaradamente al mago aún en el suelo.

Además de oler maravillosamente, es tremendamente bonito.

El chico rubio resoplo mientras se volvía a poner de pie, luciendo adorablemente enfurruñado y molesto a pesar del visible cansancio que Lavender podía percibir en los bonitos rasgos del rostro anguloso.

-Sí, soy Draco Malfoy. El mortifago, el asesino, bla bla bla...-. El mago, Draco Malfoy, bufo mientras quitaba con manos pálidas y de largos dedos finos el polvo de su costosa ropa. -Ahora, ahorremonos toda esa ridiculez de una vez, por favor. Ya lo he escuchado lo suficiente y lo repetitivo realmente no es de mi agrado-. Hubo una breve pausa que Lavender quiso aprovechar para asegurarle al bonito rubio que ella no había pensado en decirle nada de eso, cuando Draco continuó. -Simplemente lanza el hechizo, maleficio o golpe y terminemos esto de una buena vez, ¿quieres?-.

Cuando la diatriba del rubio pareció llegar a su fin, un ensordecedor silencio se instalo en el vacío y poco iluminado pasillo. Lavender no podía dejar de mirar al chico que tenía enfrente. Podía sentir sus sensibles sentidos agudizarse en torno al rubio, y por todos los Dioses, Brown no comprendía porqué. No es que se quejara, de todas formas.

Cuando se hizo evidente que todavía nadie había intentado lastimarlo, Draco levantó la cabeza de una mancha de polvo en el dobladillo de la camisa blanca del uniforme. La confusión reflejada en los grandes ojos podría haber causado una sonrisa sincera en el rostro de la chica, pero fueron los mismos ojos los que la dejaron sin aliento. Totalmente embelesada del brillante color gris tormentoso.

-En realidad...-. Lavender se aclaró la garganta cuando se dio cuenta que estaba quedando en ridículo solo mirando boquiabierta al niño rubio. -, iba a decir que eres muy bonito-. Y que hueles maravilloso. Pero eso se lo guardo para ella misma.

Un ligero color rosa pareció extenderse rápidamente en el rostro pálido de Draco mientras parpadeaba sorprendido hacia ella. Lavender sólo pudo darle su mejor sonrisa coqueta.

Tal vez... ya no estaría tan sola como pensó.

The end.

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Hola, gente bonita. ¿Cómo están el día de hoy? Yo excelente. Empezó, por fin, el frío acá en Buenos Aires y eso me pone de muy buen humor.

Un cap. con la preciosa de Lavender Brown. ¡Espero les haya gustado!

Un beso grande.

Camila.

Mujeres Dom'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora