Capitulo 11

58 11 3
                                        


Kangho había decidido ir a la casa de Jisung. Llevaba días sin contestar sus mensajes. Su instinto le decía que algo andaba mal. Al no obtener respuesta al tocar la puerta, entró sin pensarlo. Recorrió la casa llamando su nombre hasta que lo vio… en el jardín.

Y entonces, el tiempo se detuvo.

Allí, en medio del césped, Jisung dormía, acurrucado en posición fetal. Su rostro manchado con restos secos de lágrimas y sangre, igual que sus manos y ropa. Pero lo que dejó a Kangho helado fue el cuerpo sin vida de un gato negro entre sus brazos. Su lengua colgaba fuera de la boca, sus entrañas expuestas como un espantoso espectáculo de carne y sangre. Kangho sintió náuseas, terror, tristeza... y una punzada de impotencia. Solo deseaba —rogaba— que el animal no hubiera estado vivo cuando fue abierto. Solo quería que Jisung no hubiera sido tan cruel. O tan roto.

Dio un paso hacia él, tembloroso. Pero al tropezar con una piedra, hizo un ruido que despertó al menor. Jisung se sobresaltó. Lo primero que vio fue al gato.

—Ya terminó, pequeño… ya no sufrirás más —susurró mientras lo abrazaba con ternura grotesca—. Vas a ir a un lugar mejor… serás feliz.

Kangho no supo qué decir. Estaba paralizado.

—Kangho… —murmuró Jisung, notando su presencia. Levantó la vista. Tenía los ojos vidriosos, perdidos.

—¿Qué... qué hiciste? —preguntó Kangho, su voz rota.

—Ahora está mejor —respondió simplemente Jisung, levantándose con el animal entre los brazos.

—¿Qué...?

—Estaba sufriendo.

Sin esperar respuesta, caminó hacia unos árboles. Dejó al gato con cuidado sobre la tierra y buscó una pala. Kangho lo observó en silencio, con el corazón hecho un nudo. Cuando Jisung comenzó a cavar, él se unió. Ninguno dijo nada. Solo la tierra removida hablaba.

Al terminar, Jisung depositó al gato en la fosa, le puso flores, y cruzó dos ramas sobre la tierra.

—Mereces más que esto… pero es lo único que puedo darte.

Se giró y miró a Kangho a los ojos.

—Lo siento mucho.

El mayor lo abrazó sin decir nada.

—Tranquilo.

Entraron a la casa en silencio.

—¿Estás bien? —preguntó Kangho después de un rato.

—No lo sé —Jisung sonrió débilmente—. Por favor, no preguntes.

—Está bien...

—Voy a limpiar —dijo, levantándose.

Cuando llegó al lugar del acto, empezó a fregar con trapos húmedos, intentando borrar la sangre como quien intenta borrar una culpa. Kangho se unió, en silencio. Su expresión era dura, concentrada.

—No tienes que hacerlo —dijo Jisung.

—Pero quiero hacerlo. Te lo prometí, ¿recuerdas? Estaré contigo en todo momento.

Jisung lo miró, incrédulo.

—¿En serio no te importa?

—Te dije que no.

El menor rompió en llanto. Kangho lo abrazó.

Después de limpiar, Jisung fue a ducharse. Al bajar a la sala, llevaba puesta ropa limpia, pero aún se sentaba con la cabeza gacha, como si el peso del mundo estuviera en sus hombros. Kangho se acercó.

Neurocognitivo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora