Jisung llegó de la escuela y, como de costumbre, se quitó los zapatos antes de entrar. La casa estaba en silencio. Nadie lo esperaba. Subió a su habitación y dejó la mochila en el rincón habitual. Luego fue directo al baño. Una ducha caliente. Un momento de calma.
Al terminar, se sentó frente al espejo del tocador. Acomodó algunas cosas distraídamente. De pronto, una carcajada estalló desde lo más profundo de su pecho. Fue tan repentina, tan ajena, que cualquiera que lo oyera pensaría que estaba perdiendo la razón. Su risa se esfumó, y en su lugar, apareció una mirada inquisitiva. Empezó a sonreír frente a su reflejo. Una, dos, tres veces. Como si esperara algo de sí mismo.
El sonido de un mensaje lo trajo de vuelta.
“Nos vemos a las 8:00 p.m. en la fiesta que organiza Christopher Jon.”
Christopher, su amigo extranjero que se había mudado a Corea hacía un par de años. De tez blanca, ojos color miel, cabello castaño, alto y siempre sonriente.
Con emoción, Jisung se alistó. A la hora señalada ya estaba en la fiesta. La música vibraba en cada rincón, luces de colores bañaban los rostros, y la casa parecía latir al ritmo del bajo. Se dejó llevar. Bebía con sus amigos, aunque aún era menor. “En unas semanas cumplo la mayoría de edad”, se repetía. Como si eso lo justificara todo.
Después de un rato, mientras bailaba, chocó con alguien.
—Ah, lo siento mucho —se disculpó con rapidez.
—Ah, hola Jisung. Qué gusto verte después de tanto tiempo —respondió Kang-ho.
—Para mí, una sorpresa —Jisung alzó una ceja, desconcertado—. No te imaginaba en una fiesta.
Choi soltó una risa.
—Soy joven, claro que voy a fiestas.
Fueron juntos a uno de los sofás.
—¿No decías que no tomabas?
—Eso era antes.
—¿Desde cuándo lo haces?
—Desde la semana pasada.
—No tiene mucho... pero aún eres menor.
—Eso ya no importa.
Rieron, bebieron, hablaron. El tiempo se desvaneció entre carcajadas, miradas y música. En algún punto, ya estaban bailando juntos. Cuerpos cada vez más cerca. Jisung se dio la vuelta, Kang-ho lo tomó de las caderas. Bailaron como si el mundo no existiera. Se miraron. Sus respiraciones se mezclaron. Y entonces se besaron, con una urgencia desesperada.
Kang-ho lo llevó hacia un rincón, sin soltarlo. Una mano en su cintura. La otra bajó a su trasero. Jisung tembló. Los labios del mayor descendieron hasta su cuello, dejando marcas que lo hicieron gemir.
Pero Kang-ho se detuvo. Algo lo frenó. No era el momento, no eran las circunstancias. No podían ir más allá. Se separó con cuidado, le acarició el rostro y se despidió con una disculpa.
Jisung llegó a su casa más tarde, aún embriagado, no solo por el alcohol, sino por la sensación que le había dejado estar al lado del mayor. Se dejó caer en la cama. Y sonrió.
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En clase, era el turno del equipo de Jisung para presentar. El encargado de la introducción se paró frente a todos... y no dijo nada. El silencio fue incómodo. Jisung rodó los ojos, se levantó, y sin decir palabra empujó ligeramente a su compañero, tomando su lugar.
Presentó con soltura. Con rabia. Con decisión.
Cuando la clase terminó, la profesora lo llamó.
—¿Por qué trataste así a tu compañero? Es un trabajo en equipo, Jisung.
—Él se lo buscó —respondió, sin filtros.
La profesora se quedó perpleja.
—Nos estaba haciendo perder el tiempo. Usted lo sabe.
—Aun así, no es forma de tratar a alguien. Quiero que te disculpes.
—No tengo por qué hacerlo. No hice nada malo.
—Lo harás porque yo te lo digo —sentenció ella.
Obligado, Jisung se disculpó. Pero no se sentía culpable.
Al salir, unos chicos lo esperaban afuera. Querían dinero. Jisung se negó. Lo golpearon. Primero en el estómago, luego en el rostro. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Pero con cada golpe, el dolor disminuía. Y la risa nacía. Cínica. Fría.
—¡Deja de reírte! —gritó Yuta mientras lo golpeaba.
Pero Jisung no paraba.
—¡Sigan! ¡Vamos! ¡No se detengan! —se carcajeó, acercando su rostro al de Yuta.
Los chicos lo miraron con horror.
—Yuta, déjalo... está loco.
Huyeron. Jisung quedó tirado en el suelo, riendo como un demente.
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Después de horas habia llegado a su casa. Entró a esta. Su madre lo esperaba sentada, con los brazos cruzados.
—¿Qué te pasó en la cara?
—Una pelea.
—Seguro tú la empezaste, como siempre. ¿Qué problema causaste ahora?
—No hice nada. Nunca hago nada.
—¡Claro que no! —espetó sarcástica—. ¡Eres un marica problemático! ¡Nunca debiste haber nacido! ¿Y estas son horas de llegar?
—No respondas. Seguro andabas de... perro.
Jisung no respondió. Subió a su habitación. Lloró. Lloró con desesperación. Se dejó caer al suelo.
¿Qué tengo de malo? ¿Por qué me tratan así?
Se abrazó las rodillas. Sollozaba. Pero luego empezó a reír. Lloraba y reía al mismo tiempo. Se mecía adelante y atrás. No podía detenerse.
Estaba empezando a quebrarse.

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Neurocognitivo
Mistero / ThrillerEntre el manto de la ignorancia y la realidad que se asoma, la vida de Han Jisung no es más que una ola que va y viene sin explicación alguna. Pero una decisión de su madre cambiará su camino para siempre. Un psicólogo será su compañero de viaje y u...