—¡Feliz cumpleaños, Hani! —exclamó Kang-ho, apareciendo con un pastel entre las manos.Las velas encendidas brillaban con suavidad. Kang-ho, sin poder contener la emoción, soltó unas lágrimas.
—Vamos, pide tu deseo —dijo con una sonrisa. Hani cerró los ojos, hizo su deseo y sopló.
—Listo, ahora a partirlo —dijo Kang-ho, dejando el cuchillo frente a él.
Esa tarde fue mágica para ambos. Entre risas, juegos y lugares llenos de vida, Kang-ho llevó a Hani por toda la ciudad, creando un cumpleaños imposible de olvidar. Tal vez el mejor. Tal vez el último. Nunca se sabe. No querían que el tiempo se acabara. Querían detenerlo. Que ese día fuera eterno. Kang-ho lo daría todo con tal de verlo sonreír, porque Hani era lo más valioso que tenía, y no estaba dispuesto a perderlo.
Ya entrada la noche, estaban en la terraza de la casa de Kang-ho, sobre un colchón de cojines y cobijas. Alrededor, velas encendidas decoraban el suelo con una luz cálida. Hani descansaba con la cabeza sobre el pecho de Kang-ho, mientras este acariciaba su cabello con ternura.
—¿Qué estrella te gusta más? —preguntó él, con la mirada fija en el cielo.
—La que está sobre mí —respondió Hani, riendo con suavidad.
—Habla en serio.
—Estoy hablando en serio. Eres la única estrella que me gusta.
Un silencio cómodo los envolvió.
—Gracias por quedarte conmigo —susurró Hani, rompiendo el silencio.
—No tienes nada que agradecer —respondió Kang-ho, incorporándose un poco. Hani hizo lo mismo—. Eres lo mejor que me ha pasado.
Kang-ho se acercó despacio. Lo besó con dulzura, lo tomó por la cintura y lo recostó con toda la delicadeza del mundo, besándolo con más profundidad. El calor de sus cuerpos comenzó a sentirse, pero entonces Kang-ho se detuvo, mirándolo con ternura.
—Entenderé si aún necesitas más tiempo. No haré nada que no quieras. No hay prisas. Puedo esperar.
Hani lo miró, luego lo besó suavemente.
—Ya estoy listo. Estoy seguro.
Kang-ho sonrió. Se besaron de nuevo, quitándose la ropa lentamente, sin apuro, haciendo de esa noche una de las más especiales de sus vidas.
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[Corte abrupto. Silencio. Gritos.]
—¡Eres una mierda! ¡Maldito estúpido! ¡Una maldita mierda! ¡Zorra! —gritó la señora Han, furiosa.
—La zorra eres tú —escupió Jisung, con una sonrisa rota—. La que se acuesta con quien sea para conseguir inversiones.
Un fuerte bofetón cortó el aire. Su madre lo había golpeado.
—Esa no es forma de hablarle a tu madre. Todo lo que tienes es gracias a mí.
—¡Yo nunca te pedí nada! —vociferó él, con la mejilla ardiendo—. Dejé de considerarte mi madre hace mucho. Nunca estuviste cuando te necesité. Ayer no estabas, ¿o sí?
—¡Maldito estúpido! Vas a ver cómo le va a ese otro imbécil malagradecido. Uno le da trabajo y así nos paga…
—¡No te atrevas a tocarlo!
—Amor, creo que deberías dejarlo antes de que él lo haga primero… después de que le quiten el trabajo —dijo con tono venenoso.
—¿¡Qué mierda dices!? ¡No te atrevas!
—¿O si no qué? ¿Me vas a matar, estúpido?
—Señora… ya es hora de irnos —interrumpió un empleado en la puerta—. La están esperando en la empresa.
—Nos vemos en dos días —le dijo con frialdad antes de marcharse.
La puerta se cerró. Jisung se desplomó, sollozando con rabia, jalándose los cabellos, maldiciendo una y otra vez. Subió corriendo a la habitación de su madre. Comenzó a revolver todo, desesperado por encontrar algo con qué detenerla. Algo que la destruyera si se atrevía a tocar a Kang-ho.
Entre cajones, documentos, perfumes y carpetas, encontró una caja de madera oculta. La abrió. Dentro había fotos suyas de niño, recuerdos, pequeñas pertenencias... y una carta. La desplegó. La leyó.
Sus ojos comenzaron a cristalizarse.
Entendió todo. Por qué nunca conoció a su padre. Por qué lo trataban como a un extraño. Por qué su madre lo despreciaba.
Fue a su cuarto, dejando caer la carta al suelo. Comenzó a romperlo todo: el escritorio, el tocador, los cuadros. Sollozaba. Agonizaba. Su reflejo en el espejo le devolvía la mirada rota de alguien que no quería esa vida. Que nunca pidió existir.
—Yo no tengo la culpa de nada… nunca quise esto —se repetía entre sollozos.
Golpeó el espejo hasta romperlo, se dejó caer al suelo… y rió. Rió con esa risa vacía que había aprendido a usar para no ahogarse. Se golpeó a sí mismo, una y otra vez.
Luego bajó al jardín. Ahí estaba el gato que su madre había traído, cojo, herido, como él. Lo miró. Y por un momento… pensó en ayudarlo. Como deseaba que alguien hiciera lo mismo por él.

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Neurocognitivo
Misterio / SuspensoEntre el manto de la ignorancia y la realidad que se asoma, la vida de Han Jisung no es más que una ola que va y viene sin explicación alguna. Pero una decisión de su madre cambiará su camino para siempre. Un psicólogo será su compañero de viaje y u...