Capítulo 2: Llegando a la ciudad...

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La mañana llegó, y la acompañaba el cacareo de los gallos madrugadores, avisando así a la familia Saiyan que ya amaneció, cosa que era un poco obvia debido a los dorados rayos de luz solar que entraba por las ventanas de sus respectivas habitaciones, chocando con su rostro y obligándolos a abrir sus ojos, lo cual no les era tan complicado, ya estaban acostumbrados a levantarse muy temprano a pesar de las noches de parranda.

Vegeta, con gran pesadez, tomó una ducha. No estaba cansado, sino que le molestaba tener que ir a ver a dos personas que por nada en el mundo quería pasar tiempo con ellas. Su madre se fue con un hombre de ciudad, algo harta de la vida en el campo; ese señor era adinerado, y le daba todo lo que ella querría, eso y más. Y ese hombre... bueno, a decir verdad no lo conocía, ni mucho menos sabía su nombre (aunque, para ser sinceros, no le interesaba en lo absoluto); pero lo odiaba. Sí, lo odiaba tanto. De no haber sido porque un día llegó a su rancho para pedir indicaciones, en ese trocón del año, su madre no se hubiera quedado sorprendida; y fue peor aun cuando sacó su billetera, la cual casi no tenía billetes, pero tenía una chequera, en la que "podía escribir la cantidad que sea, ya que tenía tanto dinero", o según fue lo que les dijo.

Luego de bañarse, hizo sus maletas y, escabulléndose para no toparse con su padre, fue al establo para ver a su caballo blanco. Al llegar, le colocó la silla, y se subió arriba de él. Corrió por toda la extensión de sus terrenos. Al estar lo más alejado posible de la casa, se detuvo y bajó del cuadrúpedo. Lo tomó de las riendas y lo vio a los ojos, luego juntó su frente con el rostro del animal.

—Me iré a la ciudad por un año—murmuró con los ojos cerrados, como si estuviera contándole un secreto. —No me verás por un largo tiempo. A pesar de que me iré, quiero hacerte saber que tú siempre serás mi único caballo, al único que querré tanto. Tal vez vea a algunos de tus familiares lejanos corriendo en esos lugares en los que las personas sin nada mejor que hacer se ponen a apostar—dijo con cierta tristeza, mezclado con una pequeña burla. El caballo, como si lo hubiera entendido, relinchó un poco y golpeó el suelo con su pata delantera izquierda. —En la primera oportunidad que tenga, vendré a verte—dijo y comenzó a acariciarlo. —No te pongas triste, sabes que no te olvidaría por nada, ni te cambiaría ni por todo el oro del mundo.

Luego de unos minutos, regresó. Guardó a Snowball en el establo, así podría comer algo y descansar. En cambio, él fue a ver a su padre, quien ya se encontraba con Tarble esperando a que llegaran por ellos. Fue por su maleta a su habitación, además de un pequeño costalito de tela en el que guardaba algo muy especial para él, algo por el que no se sentiría bien si no lo llevara en un largo viaje. Estuvieron un rato esperando afuera, a un lado de la carretera, esa que pavimentaron porque los gobernantes del estado se dieron cuenta de que, pasando por esos lugares, ahorrarían mucho tiempo en caso de que tengan que hacer envíos en transporte como camiones de carga o algo parecido. Al principio les molestó a todos la idea, ya que empezaban a contaminar ese ambiente lleno de aire puro con aquellos gases oscuros que salían por el tubo de escape de los camiones. Pero con el paso del tiempo, no tuvieron nada más que resignarse, no podrían contra el gobierno. El lado positivo de todo eso, era que no pasaban tan seguido, si acaso cada tres o cuatro semanas un solo transporte únicamente.

A lo lejos pudieron ver un auto, el cual estaba pintado de color negro brillante. Cuando éste se estacionó frente a ellos, pudieron observar que era muy lujoso. De él salió un hombre vestido con un traje un poco extraño; tenía un pantalón gris con dos líneas verticales de color negro a los costados, un saco de cuatro botones negros formando un cuadrado del mismo color, y un gorro muy extraño que, no era por molestar, pero se veía ridículo. Además, si lo observaban minuciosamente, llevaba guantes blancos; lo cual casi no se distinguía bien, ya que al bajar se paró frente a ellos, y colocó sus brazos detrás de él, en su espalda.

Ante el brillo de las estrellas (sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora