2

57 9 1
                                    

Anomalía


Jimin gritó y jadeó en busca de aire cuando abrió los ojos. Se irguió en la cama respirando fuertemente, sin ser capaz de llevar oxígeno a sus pulmones. Su camiseta blanca estaba toda mojada por el sudor y se adhería a su torso como una segunda piel. La agarró en un puño, intentando controlarse.

El dolor en su pecho era demasiado.

Intentó enfocar sus ojos en un punto concreto para volver a la realidad y se tranquilizó cuando se dio cuenta de que seguía en su dormitorio. Las cortinas estaban echadas impidiendo la luz del sol, pero aquella era sin duda su cama envuelta en su característico olor a omega.

Si era su olor, estaba tranquilo.

Con una mueca en sus labios carnosos encendió la lámpara y abrió el cajón de la mesilla de noche para sacar una tanda de ansiolíticos, sus buenos amigos cuando la ansiedad no le dejaba respirar. Sin pensarlo mucho se puso uno en la boca y se ayudó del vaso de agua que siempre mantenía a su disposición en caso de que sufriera alguna pesadilla.

Como aquella noche. Como casi todas las noches.

Eran recuerdos amargos los que le perseguían cada vez que cerraba los ojos. Como si hubieran estado esperando a que el omega por fin se relajara. Jimin había intentado, en vano, encerrarlos en un baúl bajo llave en la parte más alejada de su mente. Pero siempre volvían.

Eran memorias de una vida pasada. De una vida muy diferente.

Se tragó la pastilla de golpe interrumpiendo sus pensamientos y dejó el vaso de vuelta en la mesita. Sus hombros cayeron sobre el cabezal de la cama totalmente exhausto, mientras miraba al techo con la respiración más calmada y esperando que la pastilla lo drogara. Lo cual, nunca era lo suficientemente rápido.

Se sentía débil. Pero Park Jimin, nunca se permitía sentirse así.

Cambiando de opinión, maldijo mientras se levantaba bruscamente de la cama, apartando las sábanas y llevando sus pies descalzos a la mullida alfombra. Ni siquiera le dio a su cuerpo el privilegio de recuperarse. Su lobo podía gruñir y obligarlo a sentarse, pero Jimin haría oídos sordos porque no había nada ni nadie que lo obligara a postrarse.

Y nunca lo haría. Ni siquiera su lobo.

Una vez en el baño, dejó caer su pijama de satén sobre las baldosas de mármol, revelando la piel tersa y fina de su cuerpo esbelto, con suaves curvas. Había miles de artículos en internet donde hablaban de cómo Jimin siempre era la envidia de otros omegas que no podían ni acercarse a su belleza. Los había leído todos y cada uno de ellos con una mueca entre los labios. Y cada vez que se miraba en el espejo, no hacía más que pensar que no era del todo perfecto. No como los demás pensaban. No cuando sus ojos se enfocaron en la única parte de su cuerpo que no lo era; una cicatriz medialuna en uno de sus brazos. Un recordatorio de lo que había significado perder el control.

Aquel recordatorio fue la fuerza que necesitaba para volver a enmascararse en Park Jimin, el hijo del director del Instituto Nacional de Clasificación de Alfas (INCA), una de las instituciones más importantes del país, cuyo mandato iba a heredar muy pronto, en cuanto su padre se jubilara. Se convertiría en uno de los omegas más importantes y respetados del país, como habían sido los omegas Park durante generaciones y entonces se escribirían más artículos sobre él no solo de su belleza, sino de su poder. Sangre pura al frente de toda la sociedad.

Era para lo que había preparado toda su vida.

Y Jimin soñaba con ese poder.

Un poco más animado se dio una rápida ducha y se preparó concienzudamente con los últimos y más exclusivos productos del mercado. Su piel quedó suave y perfecta, su pelo castaño brilló sedoso y la loción corporal que usó para terminar, aumentó su olor natural a canela. Sin embargo, aunque cada día pasaba un poco de tiempo esmerándose en parecer perfecto, sus ojos eran dos témpanos de hielo cuando se dirigían a su persona.

DOMINANCE | kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora