Prólogo

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En el límite del mundo


Se encontraban juntos de nuevo.

Allí, en aquel lugar del universo hecho solo para ellos, se sentían protegidos de cualquier peligro exterior. Pasaban las horas en su propia burbuja ideal, donde las estrellas del firmamento eran testigo del amor que ambos se profesaban.

Como amigos. Como amantes. Como compañeros.

No había nada ni nadie que pudiera separarlos, no importaba que su pequeño mundo se cayera a pedazos y que su tiempo estuviera agotándose como un reloj de arena.

Juntos eran uno, una pequeña familia, una pequeña manada.

Jimin miraba al otro con estrellas en los ojos, con un brillo tan puro que hacía al otro sentir los latidos de su corazón, embriagándose de la necesidad de tocar aquel bello rostro del omega.

Su omega.

Porque ambos se pertenecían mutuamente a pesar de todos los obstáculos que se habían alzado en contra de un amor como aquel. Los habían superado uno a uno para estar juntos, para poder tocarse, besarse sin que nadie los condenara por quererse.

Eran suyos, tan suyos que ambos comenzaban donde terminaba el otro.

"Alfa..." había murmurado Jimin con voz suave y aterciopelada mientras acariciaba la mejilla del otro.

Su voz era melodiosa; tan cálida como un día de verano, tan dulce como el algodón de azúcar y tan ligera como el alzar de un pájaro. El Alfa respondió ante ese llamamiento abrazando la cintura del omega con sus manos, atrayéndolo a su cuerpo para compartir su calidez.

Aquel alfa era suyo.

No habría nadie que pudiera separarlo de su Alfa, nadie que pudiera llevarlo lejos, no mientras él viviera. Lo defendería con uñas y dientes, pasaría por encima de cualquiera que quisiera dañarlo un mínimo.

Estaba preparado para llevar su marca, para ser suyo por siempre.

Para que ambos se convirtieran en un mismo ser.

"Dime qué quieres Jiminie..." murmuró su alfa contra su oreja, justo donde más vulnerable se sentía.

A lo lejos, en el horizonte, empezaban a verse los rayos de sol de un nuevo día y estos teñían el cielo de un suave color naranja y morado. El bosque donde se encontraban estaba empezando a despertar: el aire mecía despacio las hojas verdes de los árboles, olía a tierra y a primavera y ya se empezaban a escuchar los animalillos a su alrededor, los únicos testigos de aquella pareja de lobos a punto de tomar una importante decisión.

Había, sin embargo, dos cosas que no deberían aparecer en tan especial escena y la cual los dos jóvenes intentaban ignorar todo lo que podían: la valla electrificada y la muralla que se encontraban detrás.

Para Jimin era fácil ignorarlas una vez que ambos estaban juntos, para el alfa...no tanto. Incluso con la promesa de amor la libertad era algo que no podía ignorar ni siquiera con Jimin delante... tomando en puños su camiseta para atraerlo aún más, hasta que casi se tocaban con sus labios y podía sentir el aliento del otro. Las manos del Alfa lo siguieron sosteniendo por la cintura, aquella fina cintura con curvas perfectas que le encantaba perfilar.

"Te quiero a ti, Taehyung." respondió Jimin alzando los ojos.

El amor era inocente, era puro. A los diecinueve años todo parecía ser posible. Eran jóvenes soñadores y no entendían la importancia de sus actos. Se sentían rebeldes, ajenos a la sociedad que los obligaba a comportarse como diferentes, como extraños, que forzaba a los alfas a postrarse y a los omegas a dominar.

Taehyung había enseñado a Jimin que los Alfas eran iguales que los omegas, que ambos podían llegar a la igualdad con los mismos derechos, las mismas libertades, que podían ser libres y que juntos podrían crear una sociedad justa, sin clasificaciones, sin diferencias.

Y Jimin lo creía con tanto fervor, con tanta admiración...

Quería luchar por esa idealización, porque su alfa no era malo, no era dominante, no era controlador, no podría llegar a manipularlo como decía la propaganda del gobierno. Jimin quería ese nuevo mundo. Un mundo donde podría estar con su compañero... para siempre.

Se miraron, se perdieron y se encontraron. Los ojos de Taehyung se llenaron de un fulgor amoroso que también iba acompañado de lujuria, deseo y admiración, porque su omega era hermoso. Park Jimin era casi la reencarnación de Afrodita, el omega más exquisito, vivaz y dulce que alguna vez había servido.

Y era suyo lo que durara el momento que ambos compartían, porque la realidad era que no vivían en la sociedad que ambos anhelaban.

Al menos, no aún.

Y quizás Taehyung no debería haberle dado el que fue su último beso pues él sabía lo que vendría después. Y quizás no debería haber juntado sus labios con los del omega y haber sentido esa conexión, esa electricidad que hacía al omega gemir y apretarse contra su cuerpo. Quizás y solo quizás debería haberlo dejado donde estaba y haber hablado con él de las razones por las que no podían olvidarse de todo como si vivieran en el mundo que debería ser.

Tenía pensado decírselo cuando amaneciera.

Sin embargo, ¿qué era sino un tonto enamorado?

"Eres mío. Sólo mío. Mi omega."

Aquellas palabras habían salido de su boca sin poder remediarlo, hipnotizantes, con la voz más grave y ronca que nunca, sintiendo su corazón a mil por hora. Jimin se había separado con las mejillas sonrojadas y los labios brillantes, sus ojos tan plateados hasta el punto en el que resplandecían en la oscuridad y lo miraban con lujuria y adoración.

No, no debería haberlo dicho pensó Taehyung.

Porque el omega le ofreció su cuello liso y perfecto en bandeja de plata, dispuesto a sentirse infinito. Dispuesto a convertirse en parte de Kim Taehyung, la persona y el alfa de sus sueños.

Y el alfa, que tenía pensado abandonarlo, no pudo resistirse a ese olor dulce de canela del omega, no pudo luchar contra la necesidad que sintió su lobo de dominar al omega, de marcarlo, de amarlo, de tenerlo por y para siempre. Suyo. Y por eso perdiendo completamente el control, acercó sus labios peligrosamente a su cuello, dispuesto a cumplir la promesa de amor.

"Márcame Alfa." había dicho un tembloroso Jimin en un jadeo cuando unos labios tibios se posaron justo en su glándula sensible. "Márcame Tae."

Y en el momento en que Kim Taehyung sintió que se perdía en una espiral de sensaciones, ojos rojos aparecieron donde debería haber estado el chocolate de sus iris mientras su lobo gruñía complacido. Mío. Mi omega. Y cuando sus colmillos rozaron la tan exquisita piel dulce, a lo lejos se escucharon sirenas, voces y pasos apresurados.

Y entonces todo su mundo se vino abajo por la simple razón de que los guardias los habían encontrado.

Y la promesa de amor se había roto.

DOMINANCE | kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora