Capitulo IV. Esencia

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La suave brisa que sopla por encima la hierba y la flora, los rayos de la luz del sol cayendo de manera delicada desde el azul y despejado cielo, no se veía ni una sola nube y lo único que podía pararlo eran las robustas ramas y finas hojas de los arboles, todo parecía una especie de paraíso, la tranquilidad y la calma se unían en plena harmonía en ese lugar, donde el unico ruido eran las plantas rozarse con el viento, el agua fluyendo relajada rio abajo y el cantar de los ruiseñores, que surcaban por los cielos felizmente.

En ese lugar no había dramas ni guerras, no existían los malos pensamientos ni el dolor ni la tristeza, quien podía entrar y vivir en ese precioso lugar no se tendría que preocupar jamás, la vida allí se basaba en vivir sin lujos añadidos, sin envidia ni egoísmo, sin ira ni pereza, la avaricia, la lujuria y la gula solo eran simples palabras, ya que, todos los habitantes de extraño paraiso, tenían las mismas condiciones, sin restricciones podían pasear, disfrutar, saltar y cantar por los bosques y la vegetación que les rodeaban en esos extensos jardines, podían convivir y vivir una vida de ensueño jamás otorgada, pero si que había una norma, tan simple y tan básica que nadie por nada en el mundo, la debía romper, y es que en mitad de esos jardines, bosques, rios y lagos, existía un árbol eterno, llevaba plantado desde el día de su creación, augmentando su tamaño sin cesar y se decía que de el, se cultivaban las frutas mas ricas existentes, concretamente manzanas, pero si alguien en su sano juicio decidía desear una de esas manzanas tras tener todo lo demás de los jardines, se le expulsaría de ellos, y es que eran una tentación, pero totalmente absurda teniendo todo lo demás. Las leyendas dicen que esta custodiado por una extraña criatura que controla tu mente haciéndote pecar, tentar para así quedarse para si sola esas tierras, que aunque no os lo haya dicho aun, ese extraño y paradisiaco lugar, se nombraba y conocía como, Los Jardines del Edén.

En ese lugar lleno de especies preciosas, lugar libre de extinciones y desastres, también existían 2 seres humanos muy curiosos, uno era Adán, un hombre de pelo castaño y ojos del mismo color, con una sonrisa encantadora y un cuerpo digno de un caballero, aunque de mente era más bien como el caballo, por otro lado, había una joven de rostro delgado y pómulos y mandibula pronunciados, su piel era blanca como la porcelana, acompañado de unos tiernos labios y ojos verdes brillante, más claros que hasta de las propias esmeraldas, resaltados por un largo y liso cabello negro que le llegaba hasta el final del torso, y que a diferencia del otro tenia una determinación y ambiciones únicas, amante de la libertad y la autonomía, esa mujer, se llamaba Lilith. Los dos iban juntos por los amplios jardines, explorando y abriéndose paso entre todos los rincones existentes, amaban tanto su compañía como la curiosidad que tenían por cada uno de los sitios que encontraban, había veces donde mientras Lilith trepaba los arboles y observaba los insectos y aves convivir, Adán se la quedaba mirando hipnotizado de amor, el la amaba profundamente, era su prioridad en todo, y aunque Lilith también a el, ella deseaba aun más investigar y descubrir todos los secretos que ocultaba el propio mundo.

Un día, en su diario de exploración de esos jardines, encontraron el árbol de la tentación, de la fruta prohibida, era inmenso, lleno de ramas y con millones de hojas verdes por todas partes, junto a ellas habían gran variedad de manzanas rojas, algunas más grandes, otras más brillantes y otras más estéticas, sin duda todas parecían jugosas, pero había algo que les resulto extraño, y es que según el mito, al árbol lo protegía un guardián que hacia tentar a todos lo que se acercasen, pero allí no había nada, solo ellos dos, con ganas de aventura, de pasar los limites, sin pusas ni quedarse con las ganas, querían resolver la duda, aunque Adán no estuviera seguro, Lilith fue directa hacia la base del árbol, la curiosidad le recorría las venas, su corazón latía fuerte y rápido solo por el hecho de encontrarse allí, así que sin pensarlo más de una vez decidió trepar con cuidado por el árbol hasta poder llegar a la altura de alguna manzana, estiro el brazo agarrándola con la yema de sus dedos, una vez en sus manos, volvió a bajar y le hizo un gesto a Adán para que la probara con ella, el sin mucha confianza se acercó, preguntándose que era lo pero que podía pasar, solo estaban investigando y jugando y nadie les observaba, ni tan solo el supuesto guardián estaba vigilando el árbol, ¿Qué importaba entonces? ¿Qué le ponía tan tenso? Estaban allí los dos solos como tantas veces, pero sentía que algo iba a ir mal, una vez a su lado y ella a punto de dar el primer mordiso, Adán vió una extraña y delgada criatura saliendo entre las rugosidades del arbol, se estaba acercando a Lilith y se le veía una sonrisa mientras iba abriendo la boca dejando ver sus afilados y enormes colmillos, sin saber como reaccionar lleno de miedo, agarró a Lilith que aun no habia clavado el diente, dandole así un golpe a la fruta para que la soltara, y asi tirandola tambien al suelo con el para asi evitar que la criatura le pudiera hacer cualquier daño. Lilith sin entender nada, de golpe estaba en el suelo, con la manzana que tanto le habia costado conseguir a unos metros de ella y en el suelo, pero ya no se la veía tan brillante y apetitosa como cuando la tenia en las manos, al caer se habia roto una parte y encima estaba toda manchado de barro y tierra.

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