VI

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Querido Ari:

Ya han pasado creo que cuatro años, y no han cambiado demasiadas cosas. Es decir, sigo teniendo el mismo estatus: diosa puertas afuera, esclava para el rey puertas adentro. Una prueba de ello son mis tres hijas.

Se llaman Rose, María y Sina, y son también del rey. Dijo que engendrar su descendencia era una recompensa por ganar batallas, aunque a mí me parecen más una carga.

Odio a estas tres niñas con toda mi alma. Aún así, trato de ser buena madre. Sonrío cuando me traen flores y las acunó cuando no pueden dormir. Son tres niñas preciosas de entre cuatro y dos años, pero no las soporto. Recortaron con sus llantos nocturnos mis ya de por sí cortos horarios de sueño, ya que por miedo a que fueran distintas al resto de infantes, no me concedieron una dama de cría. Los tres partos fueron horriblemente dolorosos, aunque todas nacieron bien.

Rose fue esencialmente problemática. No había manera de hacer que se callara, estuvo llorando durante meses hasta que paró, justo a tiempo para ser sustituida por María. A veces me daban ganas de tirarlas por una ventana, pero luego lloraba y me disculpaba, sintiéndome la peor persona del mundo. Pero soy incapaz de pensar en ellas como "mis hijas". Son las niñas de alguien más, y yo las cuido.

Y encima, el rey nunca vino a verlas, por el mero hecho de haber nacido mujeres. Dice que le he fallado por no darle un heredero al trono.

Cansada hasta no poder más,

Ymir, la madre fracaso.

A tí, dentro de 2000 años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora