IV

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Querido Ari:

Hace unos meses que no te escribo —o más bien pienso— porque ahora que no soy una esclava, soy una herramienta. Es casi lo mismo, la única diferencia es que la calidad de mi vida ha subido

Estoy al servicio del rey de Eldia. Del rey de nuestra tierra. El mes pasado me llamó para hablar, y me contó que durante la guerra que actualmente se está librando, yo podría ser de gran ayuda. Fue autoritario, pero amable, creo que por miedo a que me transformara.

El otro día fue mi primera batalla. Me vistieron con un vestido bonito y me subieron a un gran caballo de pelaje níveo, alegando que así iban las diosas. Yo no soy una diosa, pero prefiero guardarme esa información.

Fuimos tan sólo el rey, yo y unos cien soldados apuestos y bien vestidos pero haraganes como gatos bajo el tórrido sol de verano.

Ante el ejército enemigo, me di cuenta de lo pequeños que éramos en comparación. Nos quintuplicaban, al menos. Pero yo bajé de mi corcel y llevada por algún extraño instinto, me mordí la mano con la suficiente fuerza como para arrancarme la carne.

Un rayo amarillo bajó del cielo. Volvía a ser un gigante.

Ahora mis manos están manchadas de sangre, y los soldados me miran con miedo, porque yo sola asesiné a quinientas personas, y gracias a eso vencimos. El rey me observa con codicia.

Desde la grupa de Nieve, el caballo,

Ymir, la asesina.

A tí, dentro de 2000 años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora