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Querido Ari:

Hoy, como siempre, viniste a buscarme a casa. Como siempre, reímos y hablamos camino al pozo. Cómo siempre, ayudamos a la gente mayor a sacar el agua. Como nunca, nuestra felicidad fue destruida.

Tú reaccionaste mejor que yo. Cuando aparecieron en sus enormes caballos, me tomaste la mano y tiraste de mí hacia casa, pero ya era tarde. La pequeña edificación, al igual que muchas otras, ardía. Un soldado se alzó tras nosotros, y tú te colocaste delante para protegerme, pero eso no sirvió de nada. El hombre ante nosotros sacó la espada y te decapitó limpiamente.

Adiós, Ari.

Las cadenas pesaban. Mi pequeña hermana, Ylva, estaba detrás de mí, sus sollozos me llegaban nítidos a pesar del crepitar de las llamas y los alaridos postreros de los que habían sobrevivido al acero para ser abrasados.

Dos días después, aún no hemos llegado. Yo ya no soy Ymir a secas, ahora, antes de mi nombre, se añade la esclava. Apenas comemos y apenas descansamos, tú no estás y papá y mamá tampoco. Dime, Ari, ¿Qué debo hacer?

Con la esperanza de escapar de esta pesadilla,

Ymir, la esclava.

A tí, dentro de 2000 años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora