CAPÍTULO 3 PARANOIA

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DEBAJO DE MI PIEL

CAPÍTULO 3: PARANOIA

Despertó a media noche, con sus ropajes empapados de sudor. Sus latidos aceleraron de golpe en alguna parte de aquella estúpida pesadilla, trayéndole de golpe a una realidad abrumadora. Maldijo en voz baja. Entre las cosas que más detestaba desde el final del festival hime, resaltaban esas endemoniadas pesadillas; el lujo de detalles, la nitidez, el suceso en sí mismo... adoptaba un terrorífico realismo a la hora de cerrar los ojos por la noche. Y lo supo, joder, lo supo en cada maldita madrugada que despertó jadeante. Supo eran malas pasadas de su mente, como producto de la traumática experiencia. Pero saberlo no hacía que soñar con un segundo carnaval fuese menos horrible.

Salió de la cama, silenciosa, para evitar despertar a Shizuru. Tampoco era que esos jodidos episodios fuesen un secreto; ya no podían ocultarse cosas entre ellas; pero prefería no hablar del tema, aunque en realidad se lo contó desde el primer instante, desde el primer trago de vodka que necesitó para calmar sus nervios. Claro, Shizuru tomó riendas en el asunto para evitar que el alcohol le robase a su novia, quien por orgullo jamás aceptaría buscar ayuda ajena.

Echó a andar hacia el baño, dormir cubierta de sudor era una labor imposible. Rápida, pensando en volver a la cama antes de que ella despertarse, se desnudó y metió bajo la regadera. Resistió el impulso de bajar la mirada justo al lugar menos apreciado de su cuerpo, repitiendo una, dos, tres y mil veces de ser necesario que la marca hime ya no estaba.

Lo repitió en murmullos durante cada uno de los minutos bajo el agua.

Y es que los nervios le pulsaban.

Sus músculos se le tensaban, preparándose para una batalla que no llegaría.

Todo porque sus pensamientos hilaban cosas descabelladas que por desgracia sonaban razonables en ese minuto.

Pero era una mujer fuerte. Sabía que toda esa mierda era solo producto de su mente. Y mientras lo supiese podría controlarlo.

Aunque le destrozase los nervios, podría con ello.

Porque era Natsuki Kuga, y como tal, si el mundo le golpeaba ella regresaría los golpes. Así había sido su vida desde el inicio.

Y no pediría ayuda, por supuesto que no, nunca.

Las contadas veces que llegó a hacerlo, le salió el tiro por la culata.

De todos modos, terminó parada frente a la ventana, con su cabello aun empapado trazando un húmedo camino a través de su cuello rígido y su espalda tensa. El frío barandal metálico le sirvió de soporte al tiempo que un suave viento nocturno le acarició las mejillas.

Concentrada, contempló el cielo, siendo exacta, observó la luna. Suspiró al confirmar que ningún resplandor rojizo les asechaba desde las alturas. En el baño logró evitar mirar el sitio donde antes estuvo su marca, pero fue imposible negarse a buscar la estrella hime. Cada vez que despertaba de esas pesadillas sus ojos buscaban desesperados un cielo que ansiaba estuviese vacío.

Joder. Cuanto odió sentirse de esa forma. Asechada por sus fantasmales enemigos. Y bueno, es que incluso llegaba a ser absurdo.

Apretó las manos entorno al barandal, cediendo al repentino pero a la vez conocido ataque de paranoia.

Lo odiaba, lo odiaba, ¡LO ODIABA!

Uno a uno vinieron a su cabeza los peores recuerdos, aquellos que le convirtieron en una persona solitaria, desconfiada y deseosa de venganza.

¡Ese estúpido pensamiento de ser perseguida!

Sonrió, consciente de que solo hubo amargura acompañada de desconsuelo en sus labios. De poder reclamarle a alguien, era seguro lo habría hecho; habría gritado furiosa sacándose del pecho cada pizca de aquello que le asfixiaba, ¿Era rencor? ¿Rabia? ¿U otra cosa la que se atascaba en su garganta? Ni ella misma lo tenía claro, por lo cual supuso que el universo actuó sabiamente al no darle un rostro para desahogar su desgracia.

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