11: Recuerdos del Mañana; Parte 1

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Era el 5 de Julio del 2017, la universidad de Añusoona había dado un comunicado especial. Solo un alumno había ganado el concurso para el viaje a la playa, esa persona era Isabela. Ella claramente estaba emocionada de poder ir y conocer a los otros ganadores de otras ciudades en la playa más turística del país.
Su familia estaba feliz por ella, todas las personas de la congregación y del colegio la habían felicitado, todos menos yo. Pero no me malentiendas, no lo había hecho por alguna razón ridícula como la envidia o la amargura, es solo que desde que ella me confesó sus sentimientos nunca supe como volver a acercarme a ella, así que me alejé aún cuando sabía que yo debía hacer lo opuesto.
Habían pasado tres días, e Isabela parecía la mujer más feliz en todo el mundo, porque como podemos recordar, ella jamás había visto el mar con sus propios ojos. Diario y a cada hora del día publicaba videos y fotografías de la comida que comía, de las grandes y bellas olas del mar, del increíble diseño que tenía el hotel y todo su interior, algo con lo que podíamos iniciar una conversación pues ella estaba consciente de mi gusto por la arquitectura, pero aún así decidí no hacerlo. A pesar de eso, todo iba bien para ella, hasta que llegó el cuarto día.
Yo no escuché la noticia hasta que vi la transmisión en la noche del 13 de Julio. Un huracán se hizo presente en la ciudad, la gente había sido llamada a permanecer en sus casas y seguir el protocolo de rutina hasta que pasara la cruel tormenta. Triste y desgraciadamente, las autoridades no fueron alertadas a tiempo de que un tsunami arrasaría con la península de Yucatán. Nadie pudo predecir el maremoto, pues según incontables fuentes, éste no fue provocado por un movimiento en las placas, sino por una anomalía de la luna. Las ciudades de la península quedaron devastadas por la gran tormenta y las colosales olas del mar, pero Cancún fue la única ciudad que desapareció por completo.
La mayoría de los canales de televisión transmitían casi las veinticuatro horas del día todo lo relacionado al desastre. Pasaron tres días completos donde los equipos de rescate buscaban sobrevivientes del cataclismo, pero conforme pasaban las horas no encontraban una sola persona viva. Todos en la congregación clamábamos y orábamos por el bienestar de las personas, principalmente de Isabela. Como lo puedes imaginar, sus padres estaban aterrados en cuerpo y alma, no podían dormir por el estrés que vivieron esos días.
El tiempo seguía su curso, más equipos de ayuda llegaban a apoyar en la trágica escena. Cada uno trabajaba en su respectiva tarea, como lo era el reconocer los cuerpos de los fallecidos y llevar a cabo sus registros.
El domingo 16 de Julio del 2017, hubo una reunión especial de oración, no hubo conferencia, solo la instrucción de acompañar a la familia Iglesias Macías en ése tiempo tan difícil. La segunda reunión había terminado, y los padres de Isabela habían recibido una llamada. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y sus bocas no hablaban con otras palabras diferentes a las que reflejaban impotencia y negación. El pastor llegó con ellos y les abrazó porque había entendido lo que habían escuchado. Los servidores se acercaron a ellos porque Joseluis y Rebecca lo habían pedido. Yo tenía una idea de lo que iban a decir, pero esperaba que mis asunciones fueran erróneas.
Isabela había fallecido, encontraron su cadáver en la madrugada de ese domingo debajo de los escombros del hotel en el que se había hospedado. Yo no podía creer lo que había escuchado, esperaba que todo se tratara de una condenada pesadilla. Me pellizcaba en el brazo una y otra vez creyendo ingenuamente que en cualquier momento despertaría, pero por desgracia todo era real. Mis padres comenzaron a llorar y les abrazaron, ellos estaban a punto de subir al auto para ir a casa, pero decidieron quedarse en el estacionamiento a orar durante más tiempo por su bienestar al igual que los demás servidores. Al terminar, todos nos dirigimos al hogar de Paulo y Danea a darles la compañía y el consuelo que Joseluis y Rebecca necesitaban. Ellos recibieron varias llamadas en toda la tarde. Danea tomó sus teléfonos y decidió atender las llamadas para que ellos pudieran descansar.
En la hora de la cena, la pastora recibió una llamada particular, era un agente del gobierno que les brindaba información a los señores Iglesias para poder ir a reconocer el cadáver de su hija y reclamarlo para un entierro o cremación propia.
Yo no pude tolerar que hablaran de algo tan doloroso como el deceso de su única hija como si se tratara de un simple trabajo que ocurre diariamente, sin empatía ni consideración alguna… pero lo entendí, o esa gente con la que hablaban por teléfono estaba tan acostumbrada a la muerte que no les molestaba su mención, o es que ellos no conocen el dolor de perder a un ser amado, por lo que no tuve más opción que quedarme callado.
La señora Iglesias se sentó a mi lado en el sillón de la sala de estar, tomó mi mano, y me miró con sus ojos vidriosos y con una sonrisa que intentaba mostrar fuerza y resistencia. “¿Estás bien?”, me preguntó, y yo le respondí que no. Creí que me daría un sermón o algo parecido, pero no fue así, ella solo asintió dejándome en claro que entendía mi dolor pese a que no era igual. Me abrazó y a mis oídos ella dijo:
-Todo va a salir bien, hijo. Vamos a superar este dolor, porque Isabela no nos fue arrebatada, solo se fue de viaje a un lugar que no hemos conocido aún, y un día volveremos a verla.
Por un momento, creí que yo era fuerte, que mi corazón no estaba conmocionado, sino simplemente asustado, pero al escuchar ésto… Yo me quebranté por dentro, lloré al igual que un bebé mientras abrazaba fuertemente a su madre, deseando una y otra vez que esa pesadilla acabara.
Era el 21 de Julio del 2017, el señor Iglesias recién había llegado de vuelta a la ciudad tras haber reclamado el cadáver de su hija, listo para que esa noche se realizara un funeral propio para ella. Él y su esposa no tuvieron que preocuparse por el presupuesto para los arreglos que involucraban el velorio y el entierro, pues los servidores se encargaron de pagarlo todo.
Mucha gente había asistido ese día, amigos y familiares de su ciudad natal, la mayoría de las personas que se congregaban en Nuevo Amanecer, los maestros que ayudaron en su educación desde el preescolar, compañeros de la universidad y ex-compañeros de la preparatoria y la secundaria, incluso Penélope estuvo presente ese día.
La mayoría de sus familiares eran personas talentosas, artistas que crearon pinturas en honor a su persona. Compusieron poemas y canciones que cantaron al terminar de hablar en el púlpito, conmoviendo los corazones de todos los presentes de esa noche. Cada una de las personas que bendijeron su nombre hablaban su percepción de quien fue Isabela, y aunque cada quien tenía una experiencia única que relatar, sus palabras tenían algo en común, y todo lo junté en un solo escrito:
“Isabela era un pequeño sol para nuestras vidas, a donde quiera que iba se hacía presente con una gran sonrisa, compartiendo alegría a todos los que la rodeábamos. Siempre estaba tan llena de energía, hablando de sus locas pero interesantes percepciones de cada día. Sus dibujos eran extraños, aún así lograban transmitirnos un poco de su esencia, un poco de su amor y calidez. Isabela era como un dulce shot de café, fuerte y apasionado, que al estar en contacto contigo te quita el sueño, y te anima a vivir… Incluso ahora que nos ha dejado. Por eso pido, que no recordemos sus obras con dolor, sino que continuemos su legado de felicidad, y divulguemos la luz que ella una vez compartió”.
Para mí siempre fue complicado escribir poesía, y expresarme de cualquier manera artística en general, pero cuando se trataba de ella, para mí resultaba fácil. Ese mismo escrito lo terminé en el momento justo, el señor Iglesias me había pedido pasar a decir unas palabras, y aunque en un principio me mostré apenado por la tormenta de emociones que había en mi alma, al final me atreví a compartirles a todos los presentes mi carta para mi mejor amiga.
A la gente que no me conocía le pareció muy corto mi “discurso”, pero todos los que sabían quién era yo se quedaron conmovidos por mis palabras acompañadas de mis primeras lágrimas que mostraba en público. La gente aplaudió y yo me retiré.
Los invitados habían pasado para despedirse de Isabela, y al terminar pasaron a compartir sus condolencias a sus padres.
Algo que yo no esperaba es que unos cuantos de sus familiares llegaron conmigo y me abrazaron. Fueron honestos conmigo, me dijeron que no me conocían, pero que esperaban que me mantuviera fuerte como ella lo hubiera querido.
Después de eso, Penélope llegó conmigo, y sinceramente, no estaba de humor para tolerar sus clásicos insultos. Quise comportarme grosero con ella, y echarla lejos de mi presencia, pero desde el primer segundo que abrió la boca escuché compasión de parte suya.
¿Te sientes mejor? - Me preguntó - Oí lo que escribiste para ella… Y creo que es lo más tierno que he escuchado. Sé que para ti ella fue una mujer muy especial, y quiero pedirte disculpas por todo el disgusto que probablemente te hice pasar cada vez que la molestaba. Por cada momento en que te hice desear golpearme para defenderla y que no te atreviste a hacerlo por el respeto que me tenías a pesar de que no me lo merecía… Y probablemente sigo sin merecer.
Gracias, Penélope - Le dije asombrado- Significa mucho para mí.
Después de agradecerle, ella se acercó lentamente hacia mí y me abrazó. Antes de que yo pudiera preguntar la razón de su abrazo, ella quebró en llanto y dijo:
-Ya es muy tarde para mí hacer las paces con ella. ¿No es así? Tantos años desperdiciados, tanto tiempo burlándome de ella y haciéndola sentir menos, y todo porque siempre envidié que era más feliz que yo.
Estoy seguro… - Le dije pasmado por sus palabras - De que ella sabe que lo lamentas, y que desde los cielos le es muy fácil perdonarte.
-No quiero… sonar como un cliché pero… Si necesitas mi ayuda en algo, puedes hablarme. Y si no es molestia... Me gustaría conocer un poco más sobre ella desde tu punto de vista para ser una mejor persona, pues estoy segura que aprendiste a mejorar muchas cosas de tu ser en los años que estuvieron juntos.
Una sonrisa quebrantada fue lo único que le pude dar. Mi voz parecía haber desaparecido, no pude responderle, pero ella lo supo. Así que se retiró mientras se limpiaba las lágrimas de sus ojos. Y lo que vino a continuación tampoco me lo esperaba. Adrián también se acercó a mí y dijo:
-Mateo… Yo no te conozco bien. No sé cuales son tus sueños, tus miedos, no sé siquiera cual es tu color favorito, y sé que no nos consideramos algo parecido a un par de amigos… Pero quiero que sepas que te respeto mucho. Isabela era una chica muy especial. No pude verlo antes, pero lo que tenían ustedes dos era algo genuino. Una amistad tan pura que tenía el camino preparado para ser algo más. Sé que tu fe te da a entender que ella está más viva que nunca, así que por eso te digo… Que no dejes morir lo que ella dejó en ti, ella seguramente te complementaba y te ayudaba a ser un mejor hombre. Esa semilla que sembró en ti aliméntala, riégala y déjala florecer, porque, además de la presencia de sus padres, eso es lo único que nos queda de Isabela en ésta tierra.
No me había dado cuenta hasta que su último pretendiente lo había dicho, pero todo el tiempo disfracé mis sentimientos. Sus palabras fueron una granada que arrasó con mi alma y mi mente, me hizo darme cuenta de que yo no quería a mi mejor amiga, yo la amaba… Y jamás pude decírselo. Con esa revelación, no estaba seguro de abrazar o golpear a Adrián en ese momento, pero por influencia de mi sentido común, decidí abrazarlo, y al hacerlo volví a llorar amargamente. Por supuesto que mis amigos, Pedro, Gael y familiares llegaron conmigo y me consolaron tras experimentar esa trágica noticia, pero ninguno me había confrontado como lo había hecho ese singular muchacho.
Llegó la mañana del 22 de Julio del 2017. Era el día en el que enterraron a Isabela. Solo sus familiares, sus mejores amigas y yo en compañía de mis padres, estábamos presentes ese día. Su madre, como sabrán, es muy tímida, pero esa mañana ella habló sin parar expresando todo el amor que tuvo por su hija. Lloraba, cantaba y gritaba; parecía estar recitando un salmo donde declaraba que el alma de su hija es propiedad del Señor, y que esperaba desde el fondo de su corazón, que el tiempo que tuvo con su pequeña haya dado los frutos necesarios.
Su padre estaba devastado. No decía nada más que “amen”, al escuchar pedazos del discurso de su esposa con los que él se relacionaba. Se le dio la oportunidad de hablar pero no quiso hacerlo, solo puso su mano en la tumba de su unigénita y lloró por unos minutos. Cuando se sintió listo para soltarla, la tumba descendió, y las placas de concreto fueron colocadas sobre ella. La gente, lentamente se retiró del lugar no sin antes tener una corta charla con los padres de Isabela. Yo no paraba de ver al señor y la señora Iglesias, sentí la necesidad de acompañarlos ese día. Mi padre me tomó gentilmente del hombro y me preguntó si quería estar con ellos. Yo le respondí que sí, así que me dio permiso.
El último familiar se había despedido, y entonces vi mi oportunidad para acercarme a ellos. Con mucha pena pregunté si podía acompañarlos por el resto del día, y ellos accedieron conmovidos. Ese día fuimos a comer en un restaurante familiar, y al terminar, dimos un paseo por el parque. No tardamos mucho antes de querer irnos a su casa a escuchar un par de conferencias grabadas por nuestro pastor. En televisión vimos el largometraje mejorado de Isabela, “Soldado por Siempre”. Cuando terminó, la noche ya había llegado. La señora Iglesias preparó la cena tomándome en cuenta a mi también. En ningún momento del día platicamos, solo hablábamos al momento de compartir la comida o para preguntar si teníamos el deseo de hacer algo diferente. “¿Quiéres más sal?”, “¿Estás cansado?”, “¿Quieres hacer algo diferente?”, ese tipo de cosas.
Yo había terminado mi plato, y ayudé a la señora iglesias a lavar los trastes. Una vez que había terminado les dije que debía ir a mi casa. Ellos preguntaron si no quería quedarme a pasar la noche, yo con mucha pena les dije que no podía permanecer. Por lo tanto, el señor Iglesias me pidió cortésmente que al menos le permitiera darme un aventón hasta mi casa. Por obvias razones yo lo dejé hacerlo.
Le mandé un mensaje a mi padre y le avisé que el señor Joseluis me llevaría hasta casa, que no se preocupara. Subimos a su auto, y en el lapso de diez minutos aproximadamente, ya estábamos en mi casa.
Gracias, Señor - Le dije - Fue muy gentil de su parte traerme hasta acá.
Es un placer, muchacho - Me dijo - No me queda tan lejos, así que no es difícil hacer éste favor.
No quería irme así como así, actuando como acostumbraba, así que, recordando las palabras de Adrián, decidí decirle unas palabras de aparente consuelo:
-Oiga, no me imagino el dolor que deben estar pasando en éste momento. Pero quiero recordarles que ustedes no están solos en esto. Cuentan con el apoyo de mi y mi familia. Y para cualquier cosa que necesiten… Pueden hablarme.
El señor Iglesias se quedó callado por unos instantes, asentía con la cabeza de manera que parecía que estaba temblando por su pesadumbre. Sus ojos se tornaron rojos y vidriosos. Volteó hacia la calle y se preparó para responderme:
-Isabela te quería mucho, hijo. Fuiste la amistad más larga de toda su vida. Por varios días, mi esposa y yo, escuchábamos historia tras historia inspirada en las travesuras de ustedes dos. Sigo sin entender porque lo negaba tan seguido, y otros días lo aceptaba como si nada, pero para ella… Eras el chico de sus sueños. A mi no me agradaba tanto escucharla decir esas cosas porque… A ojos míos, ningún hombre era lo suficientemente hombre para mi princesa… Soy muy celoso cuando un nuevo pretendiente suyo venía al tema, lo que pasaba muy seguido cuando apenas había entrado a la universidad, pero cuando se trataba de ti, sabía que mi hija estaría en buenas manos. Muchas personas no entienden la clase de muchacho que eres tú, malentienden tu sinceridad, y aunque en ocasiones no eres perfecto en tu forma de hablar tú nunca nos diste una mala impresión a mi esposa ni a mi, porque sabíamos que eres un chico honesto y auténtico. Ella era muy enérgica y extrovertida… Pero cuando se trataba de expresar su opinión en temas delicados era muy tímida, y en eso la ayudaste a desarrollarse, en un área en el que intenté ayudarla por años. Y cuando Isabela lograba desenvolverse, ella te daba el crédito completamente a ti, principalmente a Dios, pero también a ti.
Me conmueve escuchar sus palabras, señor - Le dije - Pero me pregunto ¿Por qué me está diciendo ésto hasta ahora?
-Porque no quiero que malinterpretes lo voy a decirte ahora. Aprecio mucho tu compañía y tu iniciativa de apoyarnos, pero te pido por favor que no vuelvas a decir que te llamemos si necesitamos algo.
-¿Por qué?
-No tienes idea de cuántas veces he escuchado eso desde que llegó ésta terrible noticia. No es que menosprecie a la gente que me lo ha dicho, pero quiero que pienses por un momento lo que me hace falta justo ahora. No necesito ayuda con mis pagos, no necesito una casa nueva ni un auto o un viaje para distraerme. ¡Perdí a mi hija, necesito a mi hija! Cada vez que escucho a alguien decirme que le hable si es que algo me hace falta, quiero decirles que me hace falta mi princesa. ¿Pero cómo voy a decirles eso? ¿Pueden devolvérmela? ¿Pueden traerla de nuevo a la vida y llevarla hasta mi casa? ¡Claro que no, se fue! Sin embargo, en mi corazón entiendo que ella se encuentra en un mejor lugar, y que pedirle a mi Señor que la traiga de vuelta a mi lado sería muy egoísta, pues la estaría privando de la felicidad eterna. Así que, mi tarea ahora es aprender a superar el dolor. ¿Y cómo voy a lograrlo?
Al escuchar esa pregunta, supe que no la había dicho porque no supiera la respuesta, sino porque quería saber si yo la conocía.
Dependiendo nuevamente de su Padre - Le dije después de un corto silencio.
Así es - Me respondió con una paz indescriptible.
Vi al señor Iglesias limpiarse las lágrimas y volviendo a colocarse los lentes. Yo miraba a la puerta de mi casa y volví a ver el interior del auto buscando que palabras decir para despedirme, y con algo de nervios finalmente hablé:
-Estaré orando por ustedes, señor.
Gracias, muchacho - Me dijo - Nosotros haremos lo mismo por ti.
El Señor Iglesias se acercó a mí y me dio un tierno abrazo. Abrió la puerta y me dio la oportunidad de bajar del auto. No se retiró hasta que estuvo seguro de que mi padre abriera la puerta de mi hogar. Mi madre y mi padre preguntaron por lo que pasó, y les dije un resumen, pues no tenía muchas ganas de platicar.
Subí por las escaleras, y entré a mi habitación. En mi escritorio encontré una foto mía con Isabela. Yo la tenía abrazada de la cadera, y ella rodeaba mi cuello con sus brazos. Ambos reíamos como locos dando vueltas en un jardín. No podía recordar lo que había sucedido ese día, todo lo que me importaba era saber que pude apreciar y disfrutar su compañía, aunque haya sido por poco tiempo. La foto conmovía mi corazón, irónicamente, también era la fuente de un gran dolor en mi pecho. Nadie en éste mundo podía saber con seguridad lo que ella sentía, pero yo me torturaba a mi mismo pensando que aunque podía pasar sus últimos días a su lado, yo la rechacé y me alejé. Ya era muy tarde para esperar un mensaje suyo, ya era muy tarde para contestar sus llamadas, ya era muy tarde para decidir amarla. Se me había dado una oportunidad, y yo la había desaprovechado. Mis lágrimas se desbordaron de mis ojos, y mi boca intentaba clamar por consuelo, pero en mi falla solo pude quebrar en llanto, deseando aprender a superar pronto éste dolor, deseando que de mí fuera arrancado éste sentimiento.

La Luz de la Luna RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora