Yoongi sabía que sus acciones habían sido altamente cuestionables durante años. Seokjin se había encargado de dejarle claro muchas veces que la manera de gestionar su estancia en el armario —y toda la sarta de mentiras que conllevaba ocultárselo a su familia y a su mujer— era diga de un cobarde sin respeto por sí mismo o por quienes lo rodeaban.
En su caso, a Yoongi había empezado a darle igual el respeto que le debiera a sus padres. Ellos nunca le habían guardado respeto alguno a él o a su individualidad, pero sí admitía que estaba siendo un tremendo hijo de puta con Sohee. Era una mujer maravillosa, que lo había apoyado durante toda su vida y había aprendido a quererlo a pesar de que su matrimonio hubiera sido casi una moneda de cambio para ambas familias. Pudo haberse portado mal con él, odiarlo por no hacer nada para remediar su futuro ni negarse a tomarla como si fuera un simple objeto de negocio, pero nunca fue deleznable con él.
De hecho, ella lo amaba. Y Yoongi se odiaba por ello.
Se le olvidaba la existencia de su mujer cada vez que veía a Jimin por los pasillos de la universidad, y no hablemos de cuando se besaban o tenían sexo en cualquier sitio poco recomendable. Entonces, se volvía completamente loco: su mente era un lugar vacío en el que solo cabía la existencia de aquel chico rubio de mirada coqueta y labios venenosos. Habían sido irresponsables durante un número de meses abrumador, cualquiera diría que eran las dos personas con mayor suerte del universo, pero la realidad era que solo estaban cavando su propia tumba —ambos, porque Yoongi no era el único que se metería en problemas— a cada encuentro que tenían.
El despacho privado del señor Min y la habitación de Jimin se habían convertido en los sitios por excelencia para tener sexo. Yoongi se había mostrado muy reticente con el tema de su despacho, pero con un par de visitas sorpresa de su alumno que acabaron con ellos desnudos sobre el escritorio, las dudas se esfumaron y no pudo evitar que se repitiera, cómo mínimo, una vez a la semana.
La casa de Jimin era otro tema aparte. Yoongi había alucinado en toda la gama de colores cuando lo llevó allí por primera vez, coordinándose para encontrarse a algunas calles de la universidad y usar el coche del profesor como transporte. Era una maldita mansión, o al menos a él se lo pareció, con tantas a habitaciones que ni siquiera pudo contarlas cuando el rubio lo conducía por uno de los largos pasillos.
—No me dijiste que tu familia era millonaria —comentó el mayor ese mismo día, mientras se besaban sobre la enorme cama del rubio y se desnudaban poco a poco—, ni que vivías en una mansión.
Jimin siguió besando su cuello y frotándose contra él. Tenía el culo completamente al descubierto y había estado torturando un rato a Yoongi, que aún tenía la ropa interior encima.
—No pensé que fuera algo importante —se apartó un poco para observarlo con ojos grandes y una sonrisa cómplice—. ¿Por qué? ¿Vas a aprovecharte de mí ahora que sabes que tengo dinero?
Yoongi le gruñó bajito, girándolo sobre su cuerpo para ponerse encima. Le mordió el labio con picardía, sacándole un jadeo.
—A ojos del mundo, ya me estoy aprovechando de ti.
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Impulsos
FanfictionPark Jimin no puede evitar sentirse atraído por Min Yoongi, su profesor de Literatura, a pesar de odiarlo profundamente. Cuando después de una riña es convocado al despacho del profesor, no espera terminar empotrado contra el escritorio y con la le...