Día 2
Desperté con sensación de pesadez, como si el aire fuese más denso, aunque sólo se tratase del tráfico ruidoso de la ciudad. La ducha logró relajarme por completo además de traerme a la memoria el extraño suceso del gimnasio que, a la luz del día, me pareció un incidente convencional al que yo había otorgado, sin duda, demasiada importancia, quizás porque el vino de la comida había resultado excesivo para mí.
Consideré también la posibilidad de que los vapores de la sauna hubiesen influenciado mis pensamientos y, regañándome a mí misma, sonreí mientras entraba en la cocina para saludar a Vale antes del desayuno.
- Tengo que salir-me informó con aire de resignación Tienen un problema para localizar no sé qué archivos en no sé qué ordenador. Tardaré una hora, dos a lo sumo. ¿Quedamos para comer?
Ya se había arreglado con su uniforme de bibliotecaria; camisa impecable, zapatos planos, pantalón justo y una impagable expresión de aburrimiento.
-Claro- respondí apenas sin pensar.
- Pásatelo bien sin mi-exclamó alzando las cejas - Te llamaré al móvil.
Guiñó un ojo y luego desapareció por la puerta, dejándome sola.
Casi de inmediato salí corriendo a vestirme. Me arreglé el pelo y me puse un maquillaje lo más natural solo para verme algo presentable. Me sentí nerviosa y tan naturalmente feliz que, a pesar de no saber muy bien por qué (o quizá si lo sabía, pero no quería pensar que fuese por eso, o por ella), mejor quise atribuirlo a que había echado de menos poder disfrutar a fondo de la auténtica libertad.
Escribí un mensaje a Vale dándole la excusa de las compras y me dirigí hacia la Quinta Avenida, donde paseé un buen rato dejándome llevar por los escaparates; pensando de vez en cuando sobre esta extraña sensación en mi al recordar a esa mujer, no me escandalizaba por esto, pero si sentía algo de extrañeza por esta sensación. Luego de haber agotado el tiempo caminando por la avenida esperando ansiosa a que llegara la tarde y deshacerme de todas las bolsas a través del servicio a domicilio para escaparme, en un impulso premeditado, cogiendo un taxi de vuelta.
Habían pasado seis horas y yo estaba bajándome frente a El Gran Gimnasio como una estúpida indecisa. Me quedé allí plantada, mirando la puerta desde la otra acera durante un buen rato, tan excitada que apenas podía permanecer quieta. No era capaz de pensar con claridad y tampoco sabía muy bien qué estaba haciendo, pero, al mismo tiempo, presentía que aquel era el único motivo, la única causa suficiente importante con la que justificar mi inquietud.
La mujer del día anterior salió del gimnasio a la hora de siempre. Era la primera vez que la veía de pie, caminando y vestida con ropa casual: llevaba unos vaqueros justos que se amoldaban perfectos a sus formadas piernas, una camiseta blanca de manga muy corta y cargaba una mochila deportiva oscura. El cabello seco se había vuelto más castaño, sus risos más rebeldes y ella me pareció aún más esbelta, más alta, más hermosa. Intuí que debía practicar algún deporte que había desarrollado su espalda y esos brazos bien marcados. Me pareció joven, no mucho más mayor que yo, pero necesité comenzar a caminar tras ella para ver bien su rostro, que se escapaba huidizo bajo algunos mechones que se colaban al frente.
Comencé a seguirla. Avanzaba rápido, así que tuve que apresurar el paso. Al principio temí que subiese a algún autobús, pero luego, a medida que cruzaba calles y recorría aceras, comprendí que seguramente estaba regresando a casa. Animada y nerviosa proseguí, cada vez más cerca, cada vez menos escondida afrontando una persecución inevitable hasta que subió de un salto tres escalones y desapareció tras un portal, tan fugazmente que me sentí decepcionada. Me detuve para tomar aliento v me aproximé despacio. alzando la vista hacia la fachada con la esperanza de descubrir alguna pista, pero, después de un breve vistazo, preferí arriesgarme en el vestíbulo del edificio. Iba pensando en los buzones de correos cuando empujé la puerta de entrada y, sorprendentemente la encontré abierta.
Sonreí y avancé, felicitándome por mi buena suerte, tan despreocupada que ni siquiera advertí la presencia de quien me empujó contra la pared y luego se me echó encima, encarándose conmigo en actitud desafiante...
- ¿Por qué me sigues?
Su voz era cálida y profunda, prescindiendo de modulaciones forzadas, tan sutil como el resto de su anatomía. Me miraba directamente a los ojos, igual que el día anterior, pero esta vez tan cerca que me sentí frágil, vulnerable, sentí una revolución en mi estómago al tenerla tan cerca, emanaba un olor fresco, como entre cítrico y un leve aroma dulce, aspiré su aroma y me perdí por un momento en su cercanía. Y de pronto fue en ese instante cuando se acordó de mí.
-Ayer estabas en la sauna.
Se retiró tratando de comprender una situación que ni yo misma podía explicar y. antes de parecer una psicópata que la seguía para raptarla (que no habría sido tan mala idea), me decidí a hablar.
- Pensé que eras otra persona. -Mentí en ese tono de inocencia que siempre me resultaba con mi padre y Sebastián cuando quería salirme con la mía.
- Seguro-respondió ella con un tono que no se había creído nada-. Pues ya ves. No lo soy.
Recogió la bolsa del suelo e hizo ademán de marcharse, pero un impulso me obligó a inventar una nueva excusa.
- Espera-exclamé. Me llamó María José. Vengo de Boston y apenas conozco Nueva York; acabo de llegar.
Suavizó la mirada y pude percibir cómo sus ojos me perdonaban, apiadándose con una fuerza desconocida para mí.
No sé qué fue lo que me llevó a hacer esto, de donde saqué tal valentía que de pronto le solté algo que no se de donde salió- ¿Me acompañas a cenar? -Supliqué, recurriendo al tono de niña malcriada que mis ya limitados y desesperados recursos me permitían...
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Diez días para D [Terminada]
FanfictionMaría José es una chica con una excelente carrera, con un gran futuro ya planeado, pero con ciertos miedos que sin darse cuenta, conocerá a esa persona que cambiará por completo su vida en 10 días.