Día 8

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Dia 8

A medida que Nueva York se alejaba del retrovisor, mi mente se iba despertando a una realidad que no me causaba nada de emoción, como si aquellos días que viví con Daniela hubiesen existido en mi imaginación. Sebastián por su parte, se veía con un aire de triunfo, orgulloso por volver a tener las riendas sobre mí y por mi aparente actitud dócil, lo tomaba como una ventaja considerable a la hora de manipularme en los días venideros.

Hablamos muy poco durante el trayecto, intentando interrogarme sobre el viaje exprés que había realizado, pero pude evitarlo con la excusa del cansancio por el viaje, lo cual no era del todo mentira, me sentía cansada, devastada tanto física como emocionalmente. Cerré los ojos y aprovechando el aire fresco en mi rostro, me entregué a la única experiencia íntima y reconfortante que me quedaba, el de añorar a Daniela. Iba tan absorta en mis pensamientos que de pronto comencé a sentir una caricia en mi muslo que iba ascendiendo poco a poco, cuando caí en cuenta de quién era esa mano, detuve a Sebastián y le quité la mano bruscamente.

- ¿Qué te sucede Poché? -Preguntó Sebastián en un tono molesto. -No ves que te extrañé mucho estos días que no estuviste presente.

-Lo siento, me estaba quedando dormida y me asusté al sentir el contacto de tu mano... - Me disculpé tontamente.

Cuando cruzamos la puerta principal de la mansión Garzón-Rodríguez eran ya pasadas las nueve de la noche, me bajé del auto y esperé a que Sebastián bajase la maleta del auto.

-Me invitas a tu habitación, te he extrañado mucho. -Dijo Sebastián intentando acercarse para darme un beso.

-Ahora no Sebastián, estoy muy cansada del viaje, necesito descansar porque mañana mi madre querrá que continúe con todo lo de la boda. -Me excusé

-Por esta ocasión aceptaré tu excusa Poché, pero que sepas que cuando estemos casados, no podrás tener excusas.

-Nos vemos mañana Sebastián. -Respondí
sin ganas de rebatir en nada.

Me adentre a la casa, y caminando hacia mi cuarto, contemplando cada centímetro de esta, con una sensación de agobio y soledad, no era nada cálido como estar en el ático de Daniela, con ella sonriéndome e iluminando cada rincón. Ya a solas en mi cuarto, una sensación de pesadez y culpa me invadieron, mi corazón comenzó a latir muy fuerte, sentía que me oprimía el pecho, me dejé caer sobre la cama, hundiendo mi cara en una de las almohadas y comencé a llorar, sofocando mis gritos entre la almohada y quebrándome con cada recuerdo, con esta culpabilidad, el miedo, la pena y el dolor de haber perdido a Daniela, por haberle mentido, por no haber sido sincera con ella ni conmigo misma. No sé cuánto tiempo estuve llorando, me sentía débil y sin vida, me quedé ahí abrazada a la almohada hasta que el sueño me venció.

Me desperté cuando sentí un rayo de sol molestando en mis ojos, busqué a ambos lados de la cama y sentí el hueco que días atrás había estado compartiendo Daniela a mi lado. Imaginé en su lugar a Sebastián durmiendo boca arriba (en la casa que habitaremos después de la luna de miel), esa perspectiva me causó vértigo y una sensación nada agradable, que enseguida salí de la cama de un salto en busca de mi móvil. No había llamadas ni mensajes, sentí mucha ansiedad y vacío, me dirigí al cajón a un lado de mi cama y saqué unos ansiolíticos y me los tomé, sabía que venía la parte difícil, esa que era afrontar a mi madre.

Sin prisas, tomé una ducha, sin querer pensar en nada, me vestí y bajé las escaleras en dirección al comedor, en el que ya se encontraban a la mesa mis padres y mi hermano Johan, al entrar al salón, todos me voltearon a mirarme, mi hermano y mi padre con una sonrisa y mi madre con una expresión seria. Me acerqué y los saludé con un beso en la mejilla.

Diez días para D [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora