Treinta minutos

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Una playa de arena oscura y un mar todavía más oscuro.

La sombra amortajando cada hueco que la luz no se atrevía a iluminar.

Y un pobre muchacho a solas, indefenso sin su compañero digital, y con la Esperanza susurrándole al oído que nada de lo que haga será locura suficiente si se trata de salvar a la Luz.

Dio una vuelta sobre sí mismo en busca de su único objetivo, y allí lo vio; con su cuerpo envuelto en humo negro a la orilla del mar oscuro y sus océanos ambarinos nublados por humo gris; con su piel apagada y sus párpados ganando peso mientras luchaba en vano por mantenerse despierta.

—Kari... ¡Suéltala!

El humo se disipó en un susto, ella amenazó con caer, y él chapoteó en la orilla hasta que pudo agarrarla justo a tiempo para que sus labios y su nariz no se hundieran. TK llevó su cabeza inerte hasta su pecho y la abrazó como si solo entre sus brazos estuviera a salvo.

No fue consciente del frío hasta que vio su piel pálida, su cabello pegado a su rostro níveo, sus labios morados y la escarcha sobre sus pestañas. Todo ello antes de reparar en su cuerpo helado, gélido como un témpano de hielo cayendo con pesadez en las profundidades de un océano polar.

La abrazó con más fuerza, la pegó a su cuerpo cálido y la levantó en volandas para arrastrarla consigo hasta la arena oscura y seca. Allí tropezó consigo mismo debido al esfuerzo y los nervios, y cayó, pero no dejó que ella cayera. Una vez arrodillado y estable, la posó sobre la arena con cuidado y volvió a abrazarla con fuerza.

—Kari, por favor, sigue conmigo. Kari, por favor, respóndeme. Despierta.

Comenzó a tiritar.

Frotó su cuerpo con las manos y miró su alrededor en busca de algo que les diera calor, pero nada en su entorno parecía poder dárselo.

Volvió a hacer un esfuerzo, a pasar un brazo por debajo de sus rodillas y a levantarla para empezar a caminar por la arena seca. Los pies se le hundían casi igual que en el agua, pero eso no le impidió continuar.

—¡Patamon! —gritaba—. ¡Gatomon! ¡Matt!

Pero nadie parecía poder oírlo.

Caminó hasta que los músculos de los brazos le quemaron y llegó a una cueva aún más oscura que el exterior. Allí volvió a posar a Kari con cuidado. Palpó el suelo, intentó acostumbrar su vista a la oscuridad y sacó su D-3 del bolsillo de su pantalón húmedo. Apretó botones, y la luz débil de su pantalla diminuta le permitió iluminar unos pocos centímetros de espacio entre él y las paredes de la cueva, así como el rostro todavía inmóvil de la que había sido y era una de las personas más importantes en su vida.

Se sentó a su lado, la levantó para apoyarla en su cuerpo e intentó darle todo su calor. El que tenía y también el que le faltaba. Tiritó y sintió el hielo atravesarle la piel, pero poco a poco creyó que el roce de su cuerpo comenzaba a calentarle y que, por tanto, también lo hacía con ella.

—Quédate conmigo, Luz.

Su voz angustiada hasta la extenuación sonaba con eco entre aquellas paredes de roca vacía. La gota de algún líquido cayendo en la roca le hizo desviar sus sentidos de la chica por nada más que un segundo.

Frotó su cuerpo con más fuerza, con más cariño.

Sentía que estaba entrando en calor, pero notaba que las partes húmedas de sus ropas continuaban siendo un problema inmenso.

Le tocó el rostro. Ya no parecía que tocaba un témpano de hielo, y eso parecía ser una buena señal. La escarcha de sus pestañas se había derretido

El estruendo en el exterior y la luz posterior fueron los únicos que consiguieron por fin que su atención dejase de centrarse del todo en ella.

El suelo tembló, el ruido le dio un vuelco al corazón y sus brazos la aprisionaron con mayor firmeza, si cabía.

—¡¡Kari!! —escuchó.

—¡¡TK!!

—¿Hermano? —susurró.

—¡TK! ¡Ya voy a salvarte!

La voz de Patamon lo despertó del todo.

—¡Estamos aquí! ¡En la cueva!

Más estruendo. Más gritos. Más temblores y más luz.

Todos contribuyeron a que la entrada de la cueva se desvaneciera delante de sus ojos y a que los dejara por fin del todo a oscuras y enclaustrados en aquel encierro que derretía los despojos de libertad que pudieron tener en algún momento.

Protegió la cabeza de Kari en un abrazo que se llenó de tierra, y cada estruendo hacía que más tierra les cayese encima. Los gritos quedaron lejanos, pero al menos el aire frío dejó de ser tan frío.







Sombra&Luz

Ciento cuarenta minutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora