CAPÍTULO VI: DÍA II - ESCAPE

83 15 0
                                    

Uno...

Es el paso que doy al exterior al abrir la puerta.

Dos...

Son los movimientos que da mi cabeza al mirar de esquina a esquina.

Tres...

Son los golpes que da mi corazón cuando escucho a Afrodita.

—¡No lo hagas! —grita, detrás de mí, pero es tarde.

Estoy corriendo.

A unos metros está el cercado.

Mi salida.

Echo otro vistazo fugaz a mis costados dejándome atraer por un trozo de tela marrón que asumo mamá ha dejado tendido sobre un alambre horizontal que se apoya de extremo a extremo con palos cerca del cercado, el cual protege a la casa. Me desvío un poco a mi izquierda y lo tomo. Me cubro con este. Cubro mi cabeza y mis hombros.

Un viento alza polvo que llega a nublar mi visión. Aun así, avanzo hasta el pedazo de metal oxidado que tengo a unos pasos y que actúa como puerta, bloqueando de manera inclinada la salida a lo desconocido. Lo hago a un lado con fuerza. Este cae hacia delante.

—¡Andrómeda! —protesta Afrodita.

Volteo para verla.

Decisión equivocada.

La distancia que nos separa se me hace tan larga, aunque el cercado no está nada lejos de nuestra casa. Apenas son un par de metros. La veo ahí parada con la puerta abierta y el bebé entre sus brazos.

Es de día, pero la escena parece sombría.

Hay desesperación e impotencia en su rostro. Debe haber un disturbio en su mente preguntándose el porqué de mi decisión.

Mañana vienen por nosotras.

Mañana...

Mañana...

Mamá no puede estar demasiado lejos. Mamá debe estar bien. Mamá sabe cuidarse. Mamá está por algún lugar al otro lado. Mamá no nos dejaría sin alguna razón importante. Mamá es inteligente.

Yo lo soy.

—¡Volveré con mamá! —Le grito mi respuesta a Afrodita sobre la pregunta que no se ha atrevido a hacerme.

Decido voltear.

No la escucho protestar. Su silencio me provoca angustia. Creo que Afrodita deducirá que soy estúpida. ¿Quién deja su refugio para salir a buscarse problemas en un mundo que no conoce, y más una debutante?

Otro viento con más polvo se alza a mi alrededor.

Avanzo.

Mis piernas flaquean a unos pasos fuera del cercado.

No, Andrómeda.

Sí puedes hacerlo.

—Te voy a encontrar, mamá —susurro a la nada.

Oculto más mi rostro, tratando de taparme con la tela lo más que pueda. Solo dejo mis ojos expuestos para mirar el camino.

Avanzo esta vez con más firmeza. El viento se aplaca. Ahora soy más consciente de lo que me rodea. El panorama abraza mis sentidos. No es como me lo imaginé. No es como los relatos de mamá sobre las historias de papá y sus viajes o las salidas de ella para asistir a los partos.

Esto es más horrífico.

A medida que avanzo hay destrucción. Un montón de piezas de metal están incrustadas en el suelo quebradizo de manera dispersa. Piezas que no llegaron ahí por casualidad.

Diviso a los lejos los asentamientos. Sonrío. Mamá debe estar ahí. Camino unos metros. La ligereza de mis sandalias me ayuda a continuar, pero hace que la tierra seca barra con mis pies. Es una nueva sensación.

Una sensación que es reemplazada por otra.

Una de miedo.

El punto de destrucción está en los asentamientos.

Desolación.

Ni un alma.

¿Qué ocurrió aquí?

—Mamá, aparece. —Se rasga mi voz.

¿Y si todos se fueron?

No, imposible.

¿Y si están muertos?

Totalmente imposible.

¿Y cómo sé que a lo que llamo destrucción sea la realidad de sus hogares? ¿Y si sus asentamientos están construidos así en partes desiguales?

Avanzo.

El olor empieza a penetrar en mí.

Apesta.

Es un olor profundo, repugnante e insoportable.

Tengo ganas de gritar, pero a quién le gritaría. ¿Y si atraigo a alguien que me quiera hacer daño?

Me abstengo.

La primera vivienda que tengo cerca parece una enorme caja rectangular, grande y oxidada con ventanas en cada centímetro de forma horizontal tapadas con retazos de una tela desgastada. Hay una entrada sin puerta hacia el final. Me acerco con cuidado. Toco la casa. Su material es de metal. Me estiro para ver por una de las ventanas de la cual hago a un lado la tela que la cubre.

Hay una especie de asientos destruidos. Un montón de cosas que desconozco su nombre están apiladas unas a otras como si una ráfaga de viento hubiese barrido con el lugar.

—Mamá —susurro.

¿Mamá?

Cualquiera podría responder a ese llamado. Entro en paranoia. Sé que "mamá" se le dice a la progenitora como muestra de respeto y cariño. Mamá nos recalca eso, pero hasta ahora me doy cuenta de que nunca nos ha dicho su nombre.

¿Cómo es que soy su hija y no sé su nombre?

—¿Quién eres? —preguntan, detrás de mí.

Retrocedo lentamente, dejando ir mi agarre de la ventana.

La voz es femenina.

No es mamá.

Lo sé.

Reconocería la voz de mamá en cualquier lugar.

—Solo estoy buscando a alguien —respondo, tratando de mantenerme serena ante una situación que probabilísticamente termine mal.

—Voltea —ordena—. Deja ver tu rostro.

Debutante ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora