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"Estás son las cosas que sé que son verdad: Me llamo Chanyeol, mi esposo es BaekHyun; escritor, creo... uno que cree saber todos mis secretos, pero ahora ni yo los recuerdo todos. No tenemos hijos. BaekHyun quería tener un hijo...o ¿una hija?, pero eso fue ya hace años, en el año del dragón y yo quería tener uno en el año de...lo he olvidado. De manera que somos iguales pero por razones opuestas. Se todas estás cosas, pero hay cosas que ya no puedo recordar...¿o no he olvidado nada y estoy desvariando? Está es una de las capas más recientes de mi memoria y no puedo desenterrarlo (o ya no puedo).

He rememorado la mañana en que mamá se fue sin decir porque, yo solo tenía...ah bueno, era pequeño, pero era muy listo, sabía leer, tenía un recuerdo para todo, y he aquí mi recuerdo de esa mañana"

BaekHyun despertó estando sobre el pecho de Chanyeol, talló sus ojos, suspirando todavía por lo cálido y cómodo que se sentía en esa posición. Miro a su esposo aun durmiendo y solo sonrió un poco, besando su piel desnuda antes de levantarse y salir de la habitación.

BaekHyun empezó a tirar todas las cosas inútiles que guardaba su esposo: servilletas y bolsas de plástico sucias, sobres de salsa de soja y mostaza, palillos chinos desechables, pajas de bebida usadas, cupones de descuento caducados, trozos de algodón sacados de frascos de medicamentos y los propios frascos vacíos. Retiró los cartones y botes de comida vacíos de los armarios.

Mientras limpiaba, tuvo la sensación de que estaba despejando la mente de su esposo. Abrió otros armarios. Halló paños de cocina con motivos religiosos, un regalo de Navidad que Chanyeol jamás usaba. Los puso en una bolsa destinada a una institución benéfica. También había ásperas toallas y sábanas de baratillo que recordaba haber usado en su infancia. Las más nuevas todavía estaban en las cajas de regalo.

Baek entró en el dormitorio de nuevo. Sobre la cómoda había aproximadamente dos docenas de frascos de colonia, todavía envueltos en papel de celofán. Su esposo los llamaba «agua apestosa». BaekHyun había intentado hacerle entender que era de toilette no significaba «agua del inodoro», pero Chanyeol decía que lo que contaba era el sonido de las cosas.

Por pura curiosidad, Baekhyun abrió una caja y desenroscó la tapa del frasco. ¡Apestaba! Chanyeol tenía razón. Aunque, ¿cuánto tiempo duraba la colonia? Seguramente no era como el vino, que mejoraba con los años. Baek comenzó a meter las cajas en la bolsa destinada a caridad, pero luego se detuvo. Con decisión, aunque sin poder evitar sentirse derrochador, las puso en la bolsa de la basura. ¿Y esa caja de polvos compactos? Abrió el estuche dorado decorado con lirios. Debía de tener al menos treinta años. Los polvos eran de un tono anaranjado óxido, semejante al de las mejillas de los muñecos de ventrílocuo. Por su aspecto, cualquiera diría que podían provocar cáncer... o Alzheimer. Cualquier cosa, por inocua que pareciese, era potencialmente peligrosa, llena de toxinas que podían escapar y envenenarla a una cuando menos se lo esperaba. Se lo había enseñado su esposo. Pero tirar todas esas cosas, eran como tirar el pasado que Chanyeol poco a poco estaba olvidando.

Aunque era tarde, Baek se sentía lleno de energía y determinación. Echó un vistazo al piso y contó con los dedos las reparaciones que habría que hacer para prevenir accidentes. Era preciso cambiar los enchufes y los detectores de humo. Bajar el termostato del calentador de agua para que Chanyeol no se quemara. ¿La mancha marrón del techo sería una filtración? Siguió con la vista el posible curso de la gotera, y sus ojos se detuvieron súbitamente en un punto del suelo, cerca del sofá. Corrió hasta allí, retiró la alfombra y miró la tabla del suelo. Ese era uno de los escondites de Yeol, uno de los sitios donde ocultaba cosas que podría necesitar en tiempos donde se iba días con su padre al campamento, como decía Chanyeol, «desastre tan grande que una no puede imaginar». Baek apretó un extremo de la tabla y —oh, milagro— el otro extremo se elevó, como en un balancín. ¡Ajá! ¡La pulsera de oro con forma de serpiente! La levantó y rió con alegría, como si acabara de escoger la puerta correcta en un concurso televisivo. Su esposo lo había llevado a la Royal Jade House, en Jackson Street, y había comprado la pulsera por ciento veinte dólares, diciéndole a Baek que era oro de veinticuatro quilates y que en caso de emergencia la pesarían en una balanza y les darían el dinero equivalente a su valor real.

En orbitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora