Capítulo 1.

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Le veía ir y venir en el leve vaivén del barco entre las olas.
Mantenía los ojos cerrados, pero el movimiento bajo sus párpados le hacía saber que no estaba durmiendo.
Enrollado en una manta de cuero de cabra negra, se había negado a cambiar de lugar, y él lo había permitido.

Ese barco no era de tan buena calidad como los hacía su amigo Floki, por lo cual, no existía compartimento inferior donde pudiesen tener un techo sobre sus cabezas.

Le miró un rato más, desde la lejanía. Si bien moría por estrecharlo entre sus brazos, sabía que tendrían tiempo para eso.
Toda una vida sonaba suficiente.

Lo que sí no podía evitar era que, cada tanto, su lobo buscara llenar sus pulmones de su olor.
Entre el aroma a mar salado, madera mojada y el arena bajo sus pies, lo hallaba a él. A aquella mezcla de rosas rojas y hojas secas.

Sonreía cada que el aire no parecía caber más en su tórax y éste, duro por el intento de mantener la esencia dentro, dolía.

Qué maravilloso.

Jamás podría olvidar lo que era amar entre dolor.

La noche se asomaba a pasos agigantados y le causó tranquilidad cuando vió las antorchas de París en el horizonte.
Se veían tan pequeñas como estrellas, pero ahí estaban.

Cargó a Alfred dormido sobre su hombro una vez el barco hundió su nariz en la arena y siguió el juego del pelinegro, "despertándole" con unos golpes en el hombro.

Athelstan, quien parecía haber desistido a huir al ver que cargaba a su hijo y le sería imposible arrebatárselo, le siguió callado.

Simplemente el sonido de los pasos amortiguados por la hierba que comenzaba a nacer metros de la orilla y el romper de las olas fue lo que se escuchó por unos largos minutos, en los que su camino a París se hacía más corto.

Atravesaron el largo puente que daba pase a la amurallada ciudad y pudo ver una carreta esperando por su familia al final de éste.

Centinelas se aseguraban de que todo estuviera en orden y Ragnar asintió en forma de saludo cuando pasó entre ellos.

El alfa colocó lentamente a su hijo sobre el asiento de la carreta y miró a Athelstan una vez se halló sentado frente a él.
Los ojos rojos de su omega le hacían saber que necesitaba un descanso digno e intentó tranquilizarlo diciéndole que faltaban simplemente unos minutos para que pudiera sentir la suavidad de una cama bajo él.

Tal como lo prometió, diez minutos más tarde estuvieron en el portal del castillo y a paso lento ingresaron a él.

Los pasillos eran iluminados por las flameantes antorchas que calentaban la piedra de las paredes detrás de ellas, dejando una mancha negra, como una sombra.

Dejó a su hijo en los brazos de una sierva una vez se aproximaron a su habitación y le indicó que fuese arropado en la cama de una habitación cercana.

Sintió su mano temblar una vez tomó el pestillo de la puerta de su aposento y lo giró, con la sensación de que finalmente estaba cumpliendo ese sueño que mantuvo por tantos años.

Había hecho ese lugar para ambos. Cada rincón de esa recámara estaba pensado en Athelstan.
Desde la cruz de madera que descansaba en una de las paredes hasta las rosas puestas en su lado de la cama, sobre la mesa de noche.

Quiso expresarle todo lo que había sentido en su ausencia y cómo cada otoño guardaba un cajón de hojas secas, que iba vaciando día a día, hoja por hoja, hasta que las estaciones pasaban y el verde de los árboles volvía una vez más a naranja.

Pero comprendió el cansancio en su mirada y se limitó a ofrecerle ropa seca para que pudiera dormir cómodo.
Athelstan fue al baño de la habitación y se cambió.

Renacer Vikingo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora