1: El incidente de La Ville Dorée

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La entrada de La Ville Dorée estaba rodeada de periodistas y fotógrafos. Cada minuto llegaba un ilustre famoso a la villa. Era veinticinco de agosto en las afueras de París. La nubosidad industrial de la zona desaparecía cuando chocaba con las paredes de la villa. 

La Ville Dorée era una casa ideal. Su fachada blanca y dorada difuminaba los espigados cipreses que caían como aves rapaces sobre la piscina de agua azulada. La puerta, tallada por su anfitrión monsier Bourdain, estaba abierta de par en par dejando ver a los invitados riéndose y tomando copas de cualquier consumición francesa de marca. El olor a jugosas carnes y frescas frutas deleitaba el olor de las golondrinas escondidas en los cipreses. Que perseguían alegremente el vals puesto en el porche de la villa, el cuál estaba lleno de exóticas plantas y vasijas mencionadas. 

En las escaleras dobles de mármol de la casa bajaba madame Bourdain, más conocida como La fille du Brillant, dando honor a su padre Pierre Bourdain, que probaba ansioso el banquete junto a su mujer. La fille du Brillant, llamada Madelaine, llevaba puesto un traje rosado compuesto por un vestido de cola y unos tacones fulgurantes. Llevaba en su valiosa y preciada mano a su pequeño hijo, Theodore Bourdain. Con sus siete años tenía una educación magnífica e impropia de un muchacho tan pequeño. 

A las doce de la noche cumplía ocho años, y con una hora de margen, fueron a hablar con los invitados. 

—Bonne nuit, madame Bourdain —dijo un antiguo amigo a Madelaine, dándola un beso en la mano. —Et bonne nuit a ti también, Theodore. 

—¿Qué se dice, Theodore? —dijo Madelaine. 

—Merçi beaucoup, Julièn. Gracias por haber venido —agradeció Theodore estrechando su mano con la del señor. 

—¿Qué tal está, madame? —dijo el acompañante del señor Julièn. 

—Bien, bien. Acompáñenme a la mesa de aperitivos —contestó Madelaine, tocándose el pelo sutilmente. —Theodore, acude a donde el abuelo. 

Theodore, sin nada más que hacer aparte de esperar, se dirigió a donde su abuelo. Ya no estaba donde el banquete. Theodore pensó "¿Dónde podría estar el abuelo?" y sin mucho que pensar, se dirigió a la biblioteca. 

Pierre era un exagerado fan de los libros de la villa. La biblioteca extrañamente estaba en el piso más alto de la casa. Tenía un gran balcón de azulejos árabes y un porrón de estanterías de cualquier tipo de libros: poesía, recetas, biografías, teatros... Pero en la que seguramente esté echándole un vistazo Pierre es sin duda las de novelas policiacas. 

Pierre Bourdain creó una organización privada de detectives justo cuando nació Theodore. Pierre se lo ocultó a toda la familia, y hasta que su hija Madelaine no cumplió los dieciocho años no contó nada. En la organización sólo podían estar los verdaderos Bourdain: primos, hermanos, cuñados, suegros... No podía entrar nadie sin antes haberse casado con un Bourdain, o ser parte de ese apellido. La sede de la organización estaba en el centro de París, justo en la calle Munoît. Allí se reunían cada vez que un Bourdain cumplía sus dieciocho años, y con diez años en adelante, la familia se lo tuvo en secreto a Theodore. 

—Abuelo, ¿qué está haciendo aquí? —vociferó Theodore a Pierre. 

—¡Oh! Tremendo susto me has dado, Theodore —saltó Pierre. —Recuerda que estamos en un sitio cubierto por una atmósfera encantadora: la de la lectura —planteó Pierre. —No grites.

Muerte en el cruceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora