PARTE 2

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Tomó la canasta y se echó a correr en sentido contrario a mi casa, tuve que ir detrás de él para recuperar la canasta de mi abuela mientras sujetaba el mantel de mi madre. Jamás corrí tanto en mi vida.
Llegó al lago, se metió en un pequeño pasaje entre los árboles y se detuvo, dudó un momento y dio vuelta hacia la izquierda, cuando iba a correr de nuevo intenté quitarle mi canasta, pero él era más fuerte que yo. Me quitó la canasta, me empujó al suelo y se dirigió hacia una enorme casa de madera abandonada mientras se reía.
Mi cabeza y rodillas dolían, pero no me importó y me apresuré para alcanzarlo. Lo vi de cuclillas en el porche de la casa, la estructura se veía frágil. La canasta estaba a su lado y frente a él una caja de cartón rota. Me acerqué sigilosa, planeaba empujarlo hacia un lado, tomar lo que me robó y huir de ahí tan rápido como pudiera.
Y lo hice, pero cuando él estaba en el suelo vi lo que escondía y mi corazón se encogió. Dentro de la caja tres pequeños y esponjosos gatitos me vieron con sus enormes ojos, intenté tocarlos, pero él fue más rápido y alejó la caja.
Coloqué el mantel en el barandal del porche, luego me senté frente a mi canasta, abrí uno de los lados, tomé una vieja chamarra que estaba en el suelo y la acomodé dentro para que sirviera como colchón para los gatitos y empuje la canasta hacia él. Desconfiado se acercó a mí y colocó uno por uno a los gatitos.
Me sonrió, después me cedió la otra chamarra que estaba dentro de la caja. Era enorme y muy caliente, así que le extendí hacia él para que se tapara y la compartiéramos. Después de unos minutos se presentó y me pidió disculpas por robarme mi canasta, dibujó una sonrisa amigable en su rostro por primera vez desde que lo conocí.

Con amor, EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora