Capítulo 31

30 4 6
                                    

Ónix Cromwell

Había venido mi gemelo, siempre transmitiendo una energía positiva que se podía sentir con suma intensidad. Será porque estábamos conectados desde que nacimos y por lo tanto, llegábamos a compartir los sentimientos más fuertes, esos que deseábamos con todas las fuerzas, ocultar.

Pero no podíamos.

Después de algunos días complicados con Milena Foster, me sentía jodido, cohibido por dentro. Y no me gustaba para nada.

Repaso desinteresadamente el bar en el que cité a Ham para nuestra última visita. No se me pudo ocurrir otro mejor lugar que éste.

—Hermano mayor —dice, viajando por mi rostro frustrado—. ¿Que te ocurrió? ¿Es que finalmente te declaraste a ella y te rechazó?

Me dan ganas de enseñarle los dientes y gruñirle.

—Mierda, por supuesto que no.

Ni loco pensaba contarle lo del beso. No quiero que Milena me acuse de parecer un capullo adolescente que rompe nuestra privacidad. No después de ver en sus ojos verdes, cuánto significó nuestro primer beso, nuestro primer momento.

Por primera vez, agradezco que una mesera se acerque con un par de Jack Daniels en la bandeja. Aunque en estos instantes deseaba toda una hielera de Jack Daniels sudorosas. Respiro muy hondo, intentando calmarme.

Cuando termine esta misión, me pasaré una semana bebiendo, un año durmiendo y otro año en alguna isla desierta.

Ham sigue esperando mi respuesta, con una ceja levantada que le aumenta el atractivo.

—Es solo que... —pienso que decir, como ordenar mi caos—. He sido algo duro con ella —confieso, dejando al aire libre mi sinceridad.

Hamlet sonríe, enseñando una blanca y perfecta dentadura mientras me regala una de sus sonrisas complices.

—Onix, ya madura —me recrimina, con la lata de cerveza en la mano—. Acepta que la hija de los Foster te gusta. Tanto que te hace volar —se lleva la lata a la boca para beber.

—Sabes perfectamente que ya perdí el encanto con el amor. Una vez estuve a punto de querer casarme y —algo se interpone en mi garganta, raspando mi voz—. Terminé descubriendo lo peor.

El pecho me duele al recordar.

Ham se compadece, pero luego me observa con ojos grises y armoniosos. Siento que el corazón me late con pesadez.

—Eres un maldito idiota, hermanito —golpea mi mano sobre la mesa—. ¿La amas, verdad? ¿Te enamoraste hombre, verdad?

Lo miro igual que si no lo conociera. Me asusta aceptar que sí, que también siento una horrible necesidad de protegerla, de adorarla. Que he vuelto a cree en el amor y todo por culpa de una cría, una niña, una adolescente, una preciosa alma que le devuelve vida a todo mi cuerpo. Ahora ya no hay nada que ocultar.

—Eso creo —susurro ronco.

—Entonces ve y dile a Milena Foster que también la amas, que no sabes cómo mierda sucedió pero te enamoraste. Dile que puedes ser más de lo que aparentas, cuéntale tu vida, destruye tus sombras y amala. O alguien más hará eso por tí.

Cada palabra me quema el corazón, como brasas. Estoy acostumbrado a la guerra, a vigilar el enemigo, a comandar, a ser un hijo de puta, a resistir. Y le temo a mis propios sentimientos, que ironía.

—La necesitas tanto, Ónix.

¿Eso era un hermano? Porque yo amaba al mío inmensamente, me completaba.

En el fondo peleo, sabiendo que quiero corresponderle de verdad, de mandar a la mierda los estereotipos, de ser solo yo. Es solo que, soy un tipo duro y egoísta, ensombrecido y torturado. Ella, solo una criatura hermosa y llena de vida. Lo que menos quiero hacer es arrastrarla hasta un túnel sin salida, ser su mancha imborrable, su peor error.

Sacudo la cabeza.

—No, Ham —digo dudando—. No quiero robarle su vida y los sentimientos de ella, no quiero pasar a ser un primer intento.

Entonces termino todo el contenido de la lata, queriendo cambiar de sabor, el sabor acre de la realidad.

—No puedo hacer más, respetaré lo que decidas. —aprieta mi antebrazo, decepcionado, luego se pone de pie.

El tiempo asignado para la vista ya estaba terminando. Teníamos prohibido pasar demasiado tiempo juntos, Hamlet regresaría a unirse a la Fuerza Aérea en otra Base y probablemente deberíamos esperar otros once largos meses para vernos.

Así que esto era una de las muchas despedidas a las que estábamos destinados.

—Te amo, hermano mayor —me estrecha con un abrazo rudo—. Realmente piensa lo que te dije.

—Lo haré —trato de no prometer.

Después nos separamos y Han deja una mano en mi hombro, más relajado que antes.

—Hasta pronto, mi Káiser.

Me regala una sonrisa, que en lugar de ayudarme, me genera sentimentalismo. Lo acompaño a la salida y me detengo mucho antes de llegar a su auto.

Hamlet me hace un saludo militar y sube al coche.

—Yo también te amo, hermano menor —susurro para mí mismo, mientras lo veo alejarse.
Y es como si una parte de mí alma, estuviera yéndose.

BALAS DE CRISTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora