CAPITULO III. El despertar
¡Oh no! ¡Oh no!, ya llegó el momento,
En que será desatada la maldición,
Su rostro y su cuerpo será tormento,
Que desencadenará muerte y letal destrucción.
Adelfa descubre su rostro angelical
Del velo negro frente a su madre,
Con quince años de inocencia y crueldad,
Con su corazón de maldad que no late,
Sus ojos lindos y de caramelo,
Su tez sonrosada dulce como el chocolate,
Su cuerpo glorioso lleno de celo,
Y sus labios carnosos de un carmín rojo sangre.
Brazos firmes y piel y voz de campanilla cremosa,
Senos serafines y llenos de aromas,
Su cintura perfecta y caderas primorosas,
Sus pies estables y sus piernas de diosa.
La belleza de Afrodita quedó reducida
Ante sus cabellos negros azabaches,
El perfume de su piel suavecita
Invita al pecado de manera implacable.
- ¡Oh mi querida hija, luz de mi vida!
Que hermosa te has puesto mi destello,
Creo en tu inocencia hija querida.
¿Cómo un monstruo puede ser tan bello?
- Matar hombres es mi gran misión,
He nacido para asesinarlos y lo sabes,
Mi corazón se quemó con la maldición
Y se calcinó por completo debido a tantos males.
Perdonar al hombre no debo madre querida
Por todo el daño que tú has sufrido ya ves,
Deja en mis manos por favor sus vidas
Y sus cabezas rodaran a tus pies
Rosa replica por la fecha que se conmemora
- ¡Hoy son tus quince años, Adelfa amada!
Hoy es celebración, fiestas y alegrías
Me he despertado llorando ilusionada
Porque para mí es sagrado este día
Ha llegado la negra fecha no bendita,
Ha llegado la muerte a esa aldea,
La señora Rosa sale y se le olvida
El almuerzo y se da cuenta Adelfa.
Ella que por su madre no mataría,
Ella cuyo corazón simplemente no late,
Y al ver en su madre tanta alegría,
Prefiere esperar el momento en el que mate
Pero la leyenda escrita está en piedra,
Ni siquiera Adelfa la puede detener,
Está escondida en la hiedra,
Ya no hay nada más que hacer,
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La trágica leyenda de Adelfa
General FictionHe aquí contaré una historia de una mujer única, de una mujer hermosa, en cuya vida la tragedia fue su pan de cada día, y su única compañía y consuelo en sus últimos momentos no era más que la alegría de no dañar a nadie más. Ya llegado sus noventa...