Capitulo i. La concepción

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En una pequeña aldea, nace una niña preciosa,

Su pureza desbordaba y su nombre era Rosa,

Nació en medio de la censura por la niñez de su propia mamá,

Pero nadie negaba su hermosura y su gracia hasta para despilfarrar.

Nunca conoció a su padre,

y creció en la humildad;

Llegó a la madurez

Sin de él necesitar.

Soñaba la dulce Joven,

En conocer un buen varón,

Que la llevara en sus brazos,

Y la amara sin condición.

Y al llegar a su edad primaveral,

Era pretendida por muchos,

Pero ella esperaba al hombre ideal.

Una desgraciada tarde,

en que salió por orden de su señora,

Le esperaba el desastre, le esperaba su negra hora.

Y a partir de entonces la leyenda cobraría vida ahora.

Se dirigió a un callejón, solo y desamparado

Y en el fondo la emboscada que le habían preparado.

Y en una pequeña aldea, la más bella joven virgen

Era abusada cruelmente por cuatro hombres ruines;

Uno con sed de sangre, otro con sed de poder,

El tercero con sed lujuriosa

El cuarto apenas si accedió, pero con timidez,

Sólo para comprobar su virilidad esa vez.

Y tirada allí en la tierra aquella no virgen,

Tímida y preciosa de pensamientos puros y buenos,

Quedó expuesta en el suelo en aquel callejón del crimen,

Hundiéndose en el veneno

Y dentro de ella en su vientre,

Formándose en su interior

Cuatro semillas potentes

Disputábanse de la flor,

Su espacio fértil e hirviente.

Aquellas cuatro semillas

Fueron acogidas en sus entrañas,

Fusionándose con la fecunda tierra viviente,

Tomando forma a medida que pasaban los meses,

Creando paulatinamente

A una creatura latente

- ¡Tienes que de eso deshacerte! – Exclamaba su señora indignada por su hija y todo el cruel desastre

- No tengo más opción – Respondió la joven – La creatura y yo, somos una sola unión

A medida que el tiempo transcurría veloz,

La joven no olvidaba alimentando su rencor

Y odiando todo lo que tenía que ver con un varón

- Niña has de ser, mujer como yo. Y como tu madre odiaras fervientemente al hombre con toda tu razón.

La creatura inteligente escuchaba en su interior,

Y absorbió desde su vientre lo que le parecía mejor,

Ser mujer eligió por complacer a su madre;

Por entender también que la mujer al final,

Sabiendo aprovechar sus dones es un arma letal.

Absorbió del mismo modo, de aquellas cuatro semillas

El desenfrenado anhelo de poder

Y usaría como cuchillas

Sangre y lujuria a la vez,

Mezclando el dulce y mortal toque de timidez.

Tomó de su madre la belleza infinita

De una rosa espinada en su tiempo perfumada y bonita

Y así fue el embrión formándose en su interior,

Integrándose en lo profundo,

Siendo leyenda viva pronto naciente y latente

Que cambiaría su mundo,

Llevando de bandera el dolor.

La madre de la creatura exhibía sin vergüenza su preñez;

Y en su interior la armadura,

La más letal y la más pura

Que no se vería otra vez.

Algo extraño Rosa notaba, que, con mucha rapidez,

Sus entrañas atrapaban al hombre incauto y soez,

Del resto lo que había en su vientre,

Le era casi incomodo cómo resultaba

Atractiva a todos los hombres presentes.

Todos la admiraban. "Que hermosa te ves" le decían,

Pues de ella un brillo emanaba y atraía;

Como una luz que atrapa al insecto

De sus entrañas provenía.

Fue por medio de un sueño que las palabras prohibidas

De aquella leyenda temida

Se reflejaba en el rostro de una hermosa niña;

Más sorprendida ella estaba cuando al verse a sí misma

Con esa infanta que acariciaba como a una hija querida

Comprendió entonces lo que tenía dentro de sí misma,

La leyenda que a todos sus antepasados espantaba.

Comentó le a su madre quien al oírle la historia

Y al verle las evidencias, cayó la señora en un grado de histeria y profunda depresión.

- No lograrás arrancarla – repetía la joven ferviente – Ella ya es parte de mí. Es mi consuelo viviente, siento su corazón, ¡Casi sé lo que tiene en su mente!

- Su mente está llena de desastres vinientes – Respondía furiosa la doña

- No me importa dar vida a un monstruo, ni me inquieta si quiera, estoy dispuesta a traerla y enfrentarme yo sola, a morir por ella si así fuera

Desde entonces y en adelante,

La madre temerosa de su suerte

No se alejó de la muchacha,

Miedosa a que a su puerta le toque la fatal muerte.

Comprendió ella a su hija,

Pues en un pasado oscuro hace casi veinte años,

Por amor y una voluntad canija,

Sucumbió ella a un hombre y sus engaños.

Pariéndola con valor a los quince,

Queriéndola desde el principio y luchando por su niña.

Sí, lo que dentro de su hija crece,

La señora lo entendía.

La trágica leyenda de AdelfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora