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Cómo de vergonzoso es para mí admitirlo, pero sin pensar, ya habían discurrido seis días desde mi cobardísima huida.

Tan cobarde y tonta que al recordar todavía me daban ganas de azotarme la cabeza contra la primera cosa que se me atravesara en el camino. ¿Cómo pude ser tan idiota?

Apenas el reloj de casa del señor Park dió las siete de la mañana, salí de ahí tan rápido como recoger mis cosas y sacar la bicicleta del garage me lo permitieron. Escasos doce minutos y después solo era yo escribiendo un mensaje a SeokJin mientras intentaba estabilizar el manubrio con una mano y el teléfono con la otra.

“Me tuve que ir temprano, asuntos personales. Gracias por la invitación, hablamos luego”.

Solo seis días.

Seis días y de nuevo estaba ahí. Esperando por él.

Fueron suficientes los buenos días de mi madre, un café con sabor a calcetín y un mensaje de Facebook para volver a sentirme valiente. Así que tomando el baño más largo de mi vida y los consejos de Kim TaeHyung, hice una entrada invisible en las oficinas de Kim's Company.

¿Pero por qué hoy?

Porque sentí que hoy tenía que ser el día. Hoy era el momento correcto para apoyarme en la ayuda de Kim TaeHyung.

Hoy era el cumpleaños del señor Park.

Y no existía otra cosa que me hiciera sentir más nervioso y sudorosamente torpe que saber que en este día por fin iba a arriesgar todo. Ganara o perdiera, iba a hacerlo.

Y ya nada me detendría.












Claro que yo podía decir que nadie me detendría pero al parecer “nadie” no alcanzaba la categoría llamada “recepcionista amargada con ojos de zombie esperando por cualquier tonto que quisiera hablar con el señor Park a solas”, una recepcionista con voz robótica predeterminada que tiene ensayada la frase “incluso las visitas VIP necesitan permiso especial”.

¡Yo tenía ese permiso especial!

Pero ella lo había visto y su única respuesta fue un parpadeo aburrido. Y dijo: “Puede esperar ahí. Si no tiene prisa, entonces puede esperar”.

De modo que no tenía de otra.

Resignado y compugnido y triste como estaba, me siento a esperar.

Con mi jean de mi repertorio de jeans menos rasgados y mi camiseta negra elegante. La camiseta que había usado solo una vez en toda mi vida y que era casi devorada por polillas de no haber sido por mi necio lobo y mi ego.

Lucir bien. Lucir bien para el señor Park.

Para mi Omega.

Y también flores.

Del precio de un salario completo, pero las tengo.

Y son hermosas. Yo no soy un amante de estas cosas, pero tengo que admitir que la elección fue más que perfecta.

Ataviadas en un listón negro elegantísimo, sombrío y acompañado por un plástico envuelto alrededor de los tallos tan verdes como enternecidos, un ramo entre gigante y pequeño de gerberas y tulipanes me hace compañía dentro de las silenciosas oficinas.

Todo aquí es abstracto, serio, de aspecto maduro, pero entonces estoy yo ahí, con mi presencia nerviosa y exudando ansias que aguadan mis manos y el ramo se humedece entre ellas. Me miro las palmas y veo que  tiemblan.

Paso saliva. Ahora estoy sediento. Demasiado, necesito agua.

Entonces me pongo de pie y reuniendo valor abro la boca para pedir por un trago de agua a la recepcionista aburrida. Sin embargo, acercándome con el ramo aún en las brazos, una voz radiante me canta la gloria al oído.

mr. parkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora